No abras la puerta dentro de la van!

Cinismo "Capítulo 1"

La madrugada estaba fría, aún el viento traía consigo restos de humedad, y las calles estaban en el mismo ciclo taciturno de siempre.

La ciudad parece taciturna, pero para Héctor, se había hecho costumbre patrullar entre las calles con sus 10 años de experiencia:

—Central, aquí unidad 2. Código 4: sin novedad en la ruta del este, cambio.

—Aquí central, entendido. vuelva a su turno de descanso unidad 2.

Otra vigilia oscura sin razón aparente. Solo Héctor moviendo su parabrisas cada 10 segundos por la humedad de la niebla, observando todo con un detalle abrumador. *Uff* Con un suspiro frustado, bajo su parabrisas, giro el volante y se dirigió directo a la comisaría tras finalizar su momento:

—Buenos días, Héctor. Esas ojeras empiezan a notarse.

—Asi es chapi.

—¿Chapi? ¿Aún sigues llamándome así? —soltó una risa cansada.

—Misión 14: el oficial segundo al mando, Loewel, sufre herida de gravedad con una aparente chapa de metal en la cabeza. Daños mínimos.

—¡Vete al carajo, Héctor! —dice entre carcajadas—. Eres un maldito enfermo.

Se rien juntos un instante, como en los viejos tiempos, antes de que Héctor entre a la oficina del jefe:

—¿Jefe?

—Buen trabajo de control hoy, Héctor.

—Gracias, señor. Pero supongo que no me llamaron para simplemente "descansar en mí turno".

El jefe se queda en silencio unos segundos, como si buscara las palabras adecuadas:

—Sabes que siempre has sido el mejor de todos aquí. ¿Quién más acaba con 4 delincuentes de contrabando en treinta días?

—Eran de menor...

—Sí, lo sé. Pero gracias a eso, el narcotráfico de la ciudad bajó considerablemente. Los padres de los chicos te agradecen, mientras operabas dos de las tres misiones. Por eso te has ganado el rango de suboficial.

Héctor entrecerra los ojos. Algo le disgusta mientras un silencio pesado se instala en la oficina:

—Vaya al grano Price.

—Mañana serás removido. Tal vez seas un buen policía, pero no el único. Además, queremos mantener ciertas actitudes y protocolos policiales en contraste ante tu virulento accionar ante los criminales. Hay muchos que esperan ser ascendidos hec... Lo lamento.

Héctor no dice nada. No protesta, no pregunta, ni siquiera hace una mueca. Solo se queda allí, mirando un punto fijo en la mesa, procesando las palabras que acaba de escuchar.

Finalmente, saca su placa, la deja sobre el escritorio, gira sobre talones y sale.

Algunos compañeros lo miran al pasar, pero él no les devuelve la mirada. No hay nada que decir, Simplemente, se largó sin quisquillar.

Héctor llega a su casa, la puerta cruje al abrirse, como si el lugar mismo estuviera cansado de recibirlo. y la habitación que siempre había sido su refugio ahora le parece vacía. Se quita el uniforme con movimientos automáticos, casi como si fuera otra persona, se deja caer en el sillón, esa vieja silla que ha sido su única compañía después de cada jornada en la mesa.
Con una botella de whisky medio vacía se toma largos sorbos. La bebida se desliza por su garganta, entumeciendo el vacío en su pecho, pero solo por un momento:
—Tantos años... —dice en voz baja, mirando el techo—. Tantos combates con criminales... ¿Todo para qué? —su voz se va apagando—. He desperdiciado el 50% de mi vida para que la gente siga en lo mismo... Estoy cansado.

—El reloj de pared emite un tic-tac suave, pero para Héctor, el sonido se vuelve cada vez más insoportable. hasta que va y lo destruye lanzando su botella.

Las semanas pasan, pero Héctor no busca trabajo. No tiene ganas. No siente nada. Solo camina. Cada día, sale a la calle y recorre las mismas aceras, las mismas esquinas, como si buscara algo, pero sin saber exactamente qué. La ciudad sigue girando a su alrededor, ajena a su dolor, a su cansancio.

A veces se detiene frente a una tienda de antigüedades y observa los objetos en el escaparate. Algunas cosas parecen tener más historia que él. Piensa en todas las veces que luchó por un futuro que ahora le parece vacío, que luchó por un sistema que nunca le dio las gracias.

Se sienta en bancos, observa a las personas pasar, a los niños corriendo, a las parejas caminando de la mano, ajenos a su mirar. El no les dice nada, solo los observa, absorto a algo que parece tragarse todo lo demás.

Una tarde, se encuentra frente a una cafetería, viendo cómo la gente se sienta a conversar, a reír, a disfrutar de un momento que él ya no entiende. El sol comienza a ponerse, pero la sensación de oscuridad no tiene que ver con el tiempo.

De vuelta en su departamento, vende algunas de sus cosas. No importa si son valiosas o no. ya no siente la necesidad de tenerlas. Su vida es una colección de recuerdos y objetos inservibles. ¿Para qué aferrarse a ellos?

Una mañana, mientras camina por una calle común, escucha el sonido de un robo a lo lejos. Un grito. Algo en él se mueve, una chispa que aún queda de su antigua conciencia. Algo en su interior le ordena actuar, pero luego lo ignora. Ya no hay ganas de hacer nada por nadie. Pero algo lo hace girarse. Lo ve salir de una tienda, un tipo con una pistola apuntando hacia la gente. Héctor no duda.

Saca su arma y se acerca al delincuente sin pensarlo. La adrenalina lo recorre, el mismo instinto que había tenido en todos esos años de patrullaje. Dispara. El sonido del disparo retumba en su oído. El hombre cae al suelo, su rostro torcido en una mueca de sorpresa mientra su cráneo es perforado por dentro.

Héctor observa el cuerpo sin expresión alguna. La gente comienza a gritar, a correr. Pero él no se mueve. Se queda allí, observando, como si todo fuera parte de un sueño, algo que ya no le afecta.

El caso llega a la comisaría. Se inicia una investigación. Las cámaras capturan el momento del disparo. Héctor no dice una palabra. No se disculpa. Y la policía, no lo duda: lo degradan. Marcado con una nueva etiqueta: el policía que disparó a un joven sin pensarlo.



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En el texto hay: #realidad, #secuestro, #crimen

Editado: 22.05.2025

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