No abras la puerta dentro de la van!

Planteo de la trena "Capítulo 2"

En un lugar apartado, lejos de la ciudad, una pequeña casa se alzaba entre la matorral. Parece una vivienda común: paredes desgastadas, y muebles viejos: una mesa de madera con algunas sillas cojas, un refrigerador, un televisor de caja en una esquina, completaban el escenario.

Pero debajo de esa fachada, la verdadera función de la casa se esconde: un sótano profundo, construido con un propósito específico. Las mesas no eran para cenar, sino para trabajar en el anonimato. Computadoras con múltiples pantallas, teléfonos descartables, chips rotos, VPNs activas y un modificador de voz de alta calidad. Todo listo para evitar cualquier rastreo. Y junto a eso, herramientas frías, diseñadas para la logística del secuestro...

Segundo día del rapto:

Dani despierta con un dolor punzante en la cabeza. La oscuridad lo rodeaba, su cabeza golpeaba con una terrible cajeca mientras un olor a humedad y metal viejo le decía que estaba en una especie de sótano.

Parpadea, forzando su vista a acostumbrarse. Al frente, una tenue luz azul ilumina parcialmente la habitación. Ve cables, cajas apiladas y una silla metálica justo en el centro.

Un escalofrío le recorre la espalda.

Está jodido.

La oscuridad en el sótano no era completa, pero sí lo suficiente como para hacer que todo se sintiera más Báratro.

Las Paredes grises y húmedas. El aire olía a encierro, y los nervios abundaban.

Dani trata de moverse, pero siente el tacto de las ataduras en sus muñecas y tobillos en la silla.

En la esquina izquierda, encogida contra la pared, una chica de cabello largo y desordenado solloza sin cesar. Su voz temblorosa apenas era más que un murmullo entrecortado:

—Por favor paguen lo que sea necesario... paguen lo que sea necesario...

Su respiración es errática, entre jadeos y suspiros que parecen más un reflejo de pánico que de agotamiento.

En la esquina opuesta, un hombre con una camisa blanca, ahora sucia y arrugada, permanecía en silencio. Su traje negro esta maltratado por los días de cautiverio. No habla, no pide ayuda, solo mira el suelo con una expresión vacía. Dani nota que tenía una venda blanca en la parte superior del glúteo, posiblemente cubriendo una herida.

Intenta procesar todo lo que veía. Las paredes desnudas, el concreto frío, la iluminación débil. Un nudo se forma en su estómago.

—¿Dónde... dónde estoy? ¿Donde me encuentro..?

No recibe respuesta...

—¡Hey, hey! —llama en voz baja, intentando captar la atención del hombre. Pero este ni siquiera gira la cabeza. Parece estar más allá del miedo: resignado a su destino.

El sonido de pasos descienden las escaleras lo que le hizo contener el aliento.

Dos figuras entran al sótano:

El primero se limpia las manos con un trapo blanco, su pantalón azul y la funda con un arma en su cintura. Lleva un cubrebocas para ocultar su identidad.

Detrás de él, un hombre de camisa verde y cabello negro observa todo con ojos analíticos, como si evaluara la situación con una precisión meticulosa.

Dani siente cómo su corazón se acelera cuando el hombre de pantalón azul, Héctor, se sienta en el centro de la habitación. Arrastra una silla y la coloca al revés mientras se acomoda sobre ella con calma:

—Quieres explicarlo tú o yo? —pregunta Héctor, echando una mirada a su compañero, Kevin.

Kevin, de camisa verde y expresión impenetrable, responde sin titubear:

Tu profundizaste en esto..

Héctor suspira, relajándose en la silla con la actitud de alguien con control. Su mirada recorre la habitación: primero la chica temblorosa en la esquina, luego el hombre silencioso con la venda en la pierna, y finalmente, se detiene en Dani.

—Bueno… —empieza, frotándose las manos—. Pongámoslo en términos simples.

Su tono es incómodo, casi didáctico, lo que lo hace aún más perturbador:

—Ustedes tres están aquí por una razón. No es aleatorio. No es un error. Cada uno tiene un valor, ¿me siguen?

—Creo que te seguimos… Nos secuestraste —suelta Dani con frialdad.

Héctor chasquea la lengua con fastidio:

—El valor de ustedes es simple: Secuestrados con el fin de obtener algo. No queremos hacerles daño al menos que no sigan al pie de la letra.

—Vayan al grano! ¿Qué quieren? ¿Dinero?—Escupe Daniel con rabia.

Kevin, que hasta Entonces se mantenía en silencio, se cruza de brazos y habla con tono neutral:

—El dinero mueve la vida, Dani… pero vayamos por partes.

Carraspea y mira a cada uno con calma antes de empezar:

—Marcus Dillom: gestor de fondos. Creo que ya es bastante claro lo que queremos de ti. Tu cuenta bancaria, tus accesos, todo lo que puedas transferirnos. Después de todo, anoche te lo explicamos.

Dani apreta los dientes mientras Héctor gira la mirada hacia él:

—Daniel Isman… un trabajador sencillo, humilde, querido por sus vecinos. Pero hay algo dentro de tu nombre que nos interesa.

Dani frunce el ceño:

—¿De qué carajo estás hablando? —gruñe moviendo su silla con fuerza.

Héctor apenas se inmuta. Con calma, saca su arma y le apunta en advertencia.

—Tus padres, Elisa y Antonio Isman. Gente de dinero, con una vida bastante cómoda. Déjame adivinar… ¿herencia de los abuelos, tal vez? Después de todo, trabajar de diputado durante cuarenta años debe dejar buenos contactos y mejores beneficios, ¿no crees?

Daniel siente un nudo en la garganta.

—Pero tranquilo, no me interesa la política. Solo la suma. Y para ser honesto, quiero que todos aquí salgan sanos y salvos.

Dillom, con la voz aún rasposa, pregunta de repente:

—¿Y la chica?

—Ella es un caso no planeado… quizás tengamos piedad contigo y te dejemos libre primero.—Dice Héctor mientras apunta con el arma a la chica en un gesto intimidante.

—¡Héctor! —interrumpe Kevin con tono de advertencia—. Acorde, ¿ok?

—acorde Sisi

Más tarde, vemos a Kevin rompiendo chips y teléfonos con precisión, asegurándose de que no quede rastro. Luego, saca una hoja arrugada de su bolsillo, donde hay un número anotado. Marca y espera.



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En el texto hay: #realidad, #secuestro, #crimen

Editado: 22.05.2025

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