No Apto para menores

Capítulo Treinta

Dolía verlo partir, pero estaba segura de que eso era lo mejor para ambos.

Llevaría de nuevo mi vida lo más normal posible y me olvidaría de todo lo que sucedió, olvidaría que alguna vez conocí a B'dLaín.

Volví a la cama y traté de dormir, pero por más que lo intentaba no podía conciliar el sueño, mi mente no paraba de pensar en todo lo que había dicho, cuando acordé amaneció. Preparé todo para ir a la escuela, esperaba que no me llegara a quedar dormida en clase.

Bajé a desayunar, mi madre estaba poniendo los platos en la mesa, me miró por un momento, pero no dijo nada, me sirvió el desayuno y se metió a la cocina.

— ¿Quieres que te lleve Sofí? —preguntó mi padre mientras le daba un sorbo a su café.

— Tomaré el camión. —respondí dándole una mordida a mi pan.

Sin terminar el desayuno me levanté, tomé mi mochila y me despedí, agarré unas cosas que me faltaban y salí de la casa.

Empecé a caminar sin rumbo sin percatarme a dónde me dirigía, en cuestión de minutos llegué a la librería, negué para mis adentros, no sabía porque me dirigí hacia allá. Retomé el camino para tomar el camión.

En el trayecto me topé con Eduardo, este levantó la mano intentando saludarme, pero yo lo ignoré por completo, pasé a su lado y en ese momento me jaló del brazo.

— Tenemos que hablar Sofí, por favor escúchame. —me solté de su agarre y continúe mi paso. —Laín se va de la ciudad. —dijo intentando llamar mi atención.

Me detuve en seco y volteé a verlo.

— ¿Crees que eso a mí me importa? —pregunté mirándolo con desprecio.

— Pensé que te interesaría saberlo. —dijo encogiéndose de hombros.

— Pensaste mal. —respondí caminando de nuevo.

Me faltaban unas cuadras para llegar a la parada, pero mi madre me marcó.

— Regrésate a la casa. —ordenó, se escuchaba molesta.

— ¿Por qué? —pregunté confundida.

— Obedece. —dijo simplemente colgándome.

Me preguntaba qué era lo que había pasado, mientras de nuevo el aire me pegaba directo a la cara, hacía frío.

Cuando llegué a mi casa mis padres estaban sentados en la sala, dejé mi mochila y me acerqué a ellos.

— ¿Qué sucede?

Mi madre me miraba molesta, si sus ojos fueran balas en ese momento ya estaría muerta.

— Siempre tienes que hacer las cosas mal Sofía, te encanta estarte metiendo en cada problema ¿verdad?

— No sé de qué me hablas. —respondí realmente confundida. Ella se levantó y empezó a caminar de un lado a otro.

— Estamos conscientes de que eres joven, que crees que todo es sencillo y demás, pero no nos hubieras mentido de esta manera, no tenías por qué hacerlo.

Siempre te dimos la confianza para decirnos todo, y si tan solo lo hubieras pensado te hubieras dado cuenta de que era una estupidez.

— Yo...no entiendo de que me hablas. Sacó su teléfono y me lo dio.

— No pasaron ni diez minutos cuando te fuiste y me llegaron esas fotografías. Mi piel se erizó por completo, un sudor frío empezó a recorrerme el cuerpo.

— Supiste guardar ese secreto por mucho tiempo al parecer, pero... ¿realmente pensaste que nunca nos enteraríamos? —preguntó mi padre—. Eso es algo que no se pueda quitar fácilmente y será doloroso...lo sabes.

No tenía que mirar el celular, sabía bien a que se referían.

Tragué saliva. Maldito sea B'd Laín. ¿Cómo pudo haberme hecho eso? ¿Cómo pudo habérselas enviado a mis padres?

—Ahora bien Sofía —se sentó de nuevo mi madre mirándome fijamente . —Puedes explicarnos cuando y porque te tatuaste el nombre completo de Eduardo en el trasero.

 



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En el texto hay: romance juvenil, secretos, apuestas

Editado: 23.02.2020

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