No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 4: Déjame Salir

La madrugada encontró a Clara acurrucada en el sofá del salón, envuelta en una manta que no lograba ahuyentar el frío que se le había instalado en los huesos. Entre los dedos sostenía con fuerza una taza de té ya frío, sus ojos inyectados en sangre clavados en la puerta del pasillo como si esperara que en cualquier momento algo cruzara el umbral. El cuchillo yacía abandonado en el suelo, cerca de sus pies descalzos, su filo brillando bajo la tenue luz del amanecer que comenzaba a filtrarse por las rendijas de las persianas.

No había podido volver a dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía aquella figura oscura reflejada en el espejo, su boca abierta en un grito mudo que parecía resonar en sus entrañas. Había revisado cada rincón de la casa con una linterna, había llamado a Sofía a las tres de la mañana solo para colgar cuando contestó, incapaz de articular palabras que no la hicieran sonar como una loca.

El sonido del agua goteando en el baño la hizo levantar la cabeza.

Drip. Drip. Drip.

Clara apretó los dientes. Sabía que no había dejado ningún grifo abierto. Con movimientos lentos, como si temiera hacer ruido, se liberó de la manta y estiró el brazo para recoger el cuchillo del suelo. El metal estaba helado contra su palma sudorosa.

El pasillo parecía más largo de lo habitual, las paredes inclinándose hacia ella como si la casa respirara. La puerta del baño estaba entreabierta, aunque juraría haberla cerrado de golpe horas antes. Una neblina fría se escapaba por la abertura, arrastrándose por el suelo como serpientes de vapor.

—No —susurró para sí misma, pero sus pies ya la llevaban hacia adelante, impulsados por una mezcla de terror y esa curiosidad malsana que precede al desastre.

El pomo chirrió cuando lo empujó.

El baño estaba inundado de una bruma espesa que ardía en sus pulmones con cada inhalación. El espejo, completamente empañado, no reflejaba nada más que una mancha blanca difusa. Pero no era el vapor lo que le heló la sangre.

En el centro del cristal, alguien —o algo— había escrito con un dedo tres palabras que le hicieron soltar el cuchillo:

DÉJAME SALIR

Las letras goteaban, como si el espejo estuviera sudando las palabras. Clara retrocedió hasta chocar con la pared, una mano ahogando un grito. El aire olía a cobre y tierra mojada, como una tumba recién abierta.

—Esto no está pasando —jadeó, cerrando los ojos con fuerza—. No es real.

Cuando los abrió, las palabras seguían allí.

Con un temblor que le sacudía todo el cuerpo, se acercó y pasó la mano por el cristal, borrando el mensaje. El vidrio quedó limpio, mostrando por fin su reflejo: una mujer demacrada, con el pelo revuelto y los ojos salvajes.

Entonces, como si una mano invisible estuviera escribiendo del otro lado, las letras comenzaron a reaparecer, más rápido esta vez, como si quien las trazaba estuviera desesperado:

DÉJAME SALIR

DÉJAME SALIR

DÉJAME SALIR

Clara gritó y golpeó el espejo con ambas manos, empañándolo por completo. Las palabras desaparecieron bajo sus palmas, pero apenas retiró las manos, nuevas letras surgían, esta vez más grandes, más urgentes, hasta que todo el cristal estuvo cubierto de la misma frase repetida una y otra vez, cada versión más distorsionada que la anterior, como si quien escribía estuviera perdiendo la cordura.

dÉjAmE sALir

dEjAmE sALiR

DEJAMEsalirDEJAMEsalirDEJAMEsalir

El sonido de cristal quebrado hizo que Clara diera un salto hacia atrás. Una grieta fina como un cabello apareció en el centro del espejo, partiendo su reflejo en dos. Por un instante, creyó ver algo moverse al otro lado, algo que no era su reflejo, algo que presionaba contra el vidrio desde dentro.

Entonces, con un chasquido que resonó como un hueso rompiéndose, todas las palabras desaparecieron a la vez.

El espejo quedó limpio. Clara vio su propio rostro, pálido y cubierto de sudor, los ojos tan abiertos que le ardían.

Y entonces su reflejo sonrió.

Una sonrisa lenta, deliberada, que no llegó a sus ojos.

Antes de que pudiera reaccionar, el grifo del lavabo se abrió de golpe, escupiendo un chorro de agua negra y espesa que olía a podrido. Clara salió corriendo, tropezando con el cuchillo en su huida.

No se detuvo hasta llegar a la calle, donde el sol de la mañana le quemó los ojos y el sonido de un coche pasando le recordó que todavía existía un mundo normal.

Se desplomó en la acera, jadeando, mirando la casa con nuevos ojos.

La casa que ahora sabía que no estaba vacía.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 09.10.2025

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