No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 6: La Primera Pesadilla

El martillo pesaba como un pecado en la mano de Clara cuando subió las escaleras. Cada escalón crujía bajo sus pies como una advertencia, como si la casa misma tratara de disuadirla. Detrás de ella, Sofía jadeaba intentando seguirle el paso, sus protestas quedándose atrás junto con el sentido común.

—¡Clara, espera! ¡No podemos hacer esto solas! —la voz de Sofía sonaba estrangulada por el miedo.

Pero Clara ya estaba frente a la puerta del baño. La misma puerta que había sellado con clavos gruesos apenas unas horas antes. Ahora, las tablas que había puesto para reforzarla estaban astilladas, como si algo hubiera intentado abrirse paso desde dentro.

El aire olía a cobre y azufre.

Con un movimiento brusco, Clara levantó el martillo.

—Si hay algo ahí dentro —susurró, más para sí misma que para Sofía—, voy a reducirlo a pedazos.

El primer golpe resonó como un disparo. La madera se partió bajo el impacto, revelando un pedazo de oscuridad más densa. El segundo golpe hizo saltar los clavos. Cuando la puerta se abrió de golpe, una bocanada de aire helado las envolvió, trayendo consigo el olor a agua estancada y algo más... algo que olía a carne quemada.

El espejo estaba intacto.

Demasiado intacto.

El marco de madera oscura brillaba como si acabaran de barnizarlo, y el cristal... el cristal era tan claro que parecía una ventana a otro mundo. El mundo que Clara había visto en su sueño.

Porque había soñado.

Dios, cómo había soñado.

En el sueño, el espejo era una puerta.

Clara lo sabía incluso antes de tocarlo. El marco estaba frío bajo sus dedos, más frío que el aire gélido del baño. En el reflejo, su imagen la miraba con ojos que no eran los suyos, con una sonrisa que le partía el rostro como una herida.

—Pasa —dijo su reflejo, y la voz no era un eco, sino algo más profundo, más visceral—. Te mostraré lo que realmente eres.

Su mano presionó contra el cristal.

Y el cristal cedió.

Como la superficie de un estanque, el espejo se onduló bajo sus dedos, tragándosela enterita. El frío la atravesó como mil agujas cuando cruzó al otro lado, cayendo de rodillas en un espacio que no tenía sentido.

Estaba en su casa. Pero no.

Las paredes estaban torcidas, inclinadas en ángulos imposibles, como si la casa hubiera sido construida por un loco. Las puertas llevaban a ninguna parte, abriéndose a vacíos negros que susurraban en lenguas olvidadas. Y los espejos... Dios, los espejos.

Había cientos.

Colgando del techo, incrustados en las paredes, algunos hasta flotando en el aire como láminas de cristal malditas. En cada uno, un reflejo de Clara la observaba, pero ninguno era igual. En uno, su rostro estaba cubierto de cicatrices. En otro, sus ojos habían sido reemplazados por huecos negros. En un tercero, su boca estaba cosida con hilo grueso y oxidado.

—¿Te gusta? —la voz vino de todas partes y de ninguna—. Es tu hogar ahora.

Clara giró sobre sí misma.

Su reflejo —el primero, el que la había invitado a pasar— estaba de pie frente a ella, solo que ahora era más real, más sólido. Llevaba su misma ropa, pero manchada de algo oscuro que goteaba en el suelo distorsionado.

—¿Qué eres? —logró decir Clara, aunque cada palabra le quemaba la garganta.

El reflejo sonrió. Era una sonrisa demasiado amplia, demasiado dentuda.

—Lo que quedó atrapado cuando tu abuela mató al hombre que amaba —dijo, acercándose—. Lo que ha estado esperando... pacientemente... a que alguien como tú llegara.

Un sonido hizo que Clara volviera la cabeza.

En uno de los espejos flotantes, vio su dormitorio. Vio su cuerpo acostado en la cama, sudando, los párpados moviéndose en sueños inquietos. Y junto a la cama, una figura oscura se inclinaba sobre ella, como un amante, como un carnicero.

—No —gritó Clara, corriendo hacia el espejo—. ¡Aléjate de mí!

Su reflejo se rió, una risa que sonaba a cristales rompiéndose.

—Demasiado tarde. Ya me has dejado entrar.

Las paredes del lugar imposible comenzaron a cerrarse alrededor de Clara, los espejos acercándose como una manada de depredadores. Los reflejos distorsionados extendieron sus manos, agarrando su ropa, su pelo, su piel...

—¡NO!

Clara despertó ahogando un grito.

Estaba tirada en el suelo del baño, el martillo todavía en su mano, las uñas de la otra clavadas en el piso de madera como si temiera ser arrastrada. Sofía estaba arrodillada a su lado, sacudiéndola, su rostro pálido de terror.

—¡Clara! ¡Dios mío, creí que habías muerto! ¡Te quedaste mirando el espejo y luego... luego caíste y no reaccionabas!

Clara se incorporó con dificultad. Cada músculo le dolía como si hubiera corrido kilómetros. La boca le sabía a cenizas y miedo.

—El espejo... —tragó saliva—. Algo está dentro.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 30.10.2025

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