No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 9: La Llamada de David

La noche cayó como una losa sobre la casa del señor Walter. Las velas de cera de abeja ardían con una llama inquieta, proyectando danzas de sombras en las paredes que olían a ruda y salvia quemada. Clara estaba sentada en el suelo, apoyada contra la pared de la cocina, sintiendo el frío del linóleo a través de su ropa. No podía cerrar los ojos sin ver aquella sonrisa ajena en su propio rostro, sin sentir la violación de su propia imagen.

Sofía se había dormido sobre la mesa, agotada por el miedo, su respiración era un ritmo irregular y entrecortado. El señor Walter vigilaba en silencio, sus ojos ancianos escudriñando cada rincón oscuro como si pudiera leer en ellos los movimientos de la cosa que ahora merodeaba libre.

El timbre del teléfono móvil de Clara sonó como un disparo en el silencio encapsulado. Los tres se sobresaltaron. Sofía se despertó con un grito ahogado. Clara, con manos temblorosas, sacó el dispositivo de su bolsillo. La pantalla brillaba con el nombre: DAVID.

Un alivio tan intenso que casi le duele la inundó. David. Su novio. La ancla a su vida normal, a la universidad, a las cafeterías, a las discusiones tontas sobre qué película ver. Un biólogo práctico, de pies en la tierra, que se reía de las historias de fantasmas. En ese momento, era el ser más real y seguro del mundo.

—¿David? —contestó, su voz quebrada por el sollozo que había estado conteniendo.

—¿Cariño? ¿Estás bien? Suenas… horrible. —La voz de David, grave y familiar, era un bálsamo.

—No… no estoy bien. —Clara tragó saliva, luchando por encontrar las palabras que no la hicieran sonar como una loca—. Ha pasado algo. En la casa de mi abuela. Algo… malo.

Le contó, a trompicones, entrecortada por los sollozos que ya no podía contener, sobre los ruidos, el espejo, las palabras en el vaho, la figura oscura. Omitió los detalles más alucinantes, como el sueño dentro del espejo o el reflejo sonriente. Se aferró a lo tangible: ruidos, puertas trabadas, sensaciones. Aún así, su relato era la crónica de un derrumbe mental.

Del otro lado de la línea, hubo un silencio cargado de preocupación. —Clara, escúchame. Voy para allá. Salgo ahora mismo. Debe haber una explicación lógica para todo esto, tal vez intoxicación por monóxido de carbono, algo en el aire viejo de la casa… Pero no importa. Voy para allá.

—¿Vienes? —La esperanza le encogió el pecho.

—Tomo el primer tren de la mañana. Llegaré sobre las once. Aguanta, ¿vale? No estás sola.

Colgó, y Clara se dejó caer contra la pared, sintiendo el primer atisbo de calma desde que todo había comenzado. David venía. David, con su lógica y su fuerza, pondría orden en este caos. Se miró las manos, limpias de aquel líquido negro, y por un momento, creyó que quizás, solo quizás, todo tendría una explicación.

—Tu novio viene —dijo el señor Walter. No era una pregunta.

—Sí. Él… él no cree en estas cosas. Encontrará una explicación.

—La encontrará —asintió el anciano, pero su tono era sombrío—. Pero puede que no sea la explicación que él espera, ni la que a ti te conviene.

Clara no quiso escuchar más advertencias. Se aferró a la promesa de la llegada de David como un náufrago a un tablón. Necesitaba usar el baño de nuevo, con urgencia esta vez, una necesidad física que se imponía al miedo. Con determinación, se levantó.

—Voy al baño.

—Clara, espera… —comenzó a decir Sofía, con ojos de pánico.

—Tengo que ir, Sofía. No puedo evitarlo.

Caminó por el pasillo con pasos rápidos, decidida a no mirar el espejo. Hizo lo que tenía que hacer con los ojos clavados en la pared de azulejos blancos frente a ella. Pero cuando se levantó y se acercó al lavabo para lavarse las manos, la fuerza de la costumbre, ese impulso automático de revisar su apariencia, fue más fuerte que su terror.

Se obligó a levantar la mirada.

Al principio, todo parecía normal. Su rostro, cansado, su cabello revuelto. Respiró aliviada. Quizás había sido su imaginación antes. Quizás el apoyo de David ya estaba surtiendo efecto. Una sombra de su antigua sonrisa, genuina y aliviada, intentó asomar a sus labios.

En el espejo, su reflejo no sonrió.

Al contrario.

Mientras el alivio suavizaba los rasgos de Clara, los del reflejo se tensaron. Las cejas se fruncieron, formando un pliegue profundo y oscuro sobre unos ojos que, de repente, parecían más hundidos, más llenos de una ira antigua y fría. La boca se torció en un gesto de profundo desagrado, de un odio puro y silencioso. Era la expresión de alguien cuyo plan meticuloso acaba de ser saboteado.

Clara se quedó paralizada, las manos goteando sobre la porcelana del lavabo. El contraste era abismal: ella, sintiendo la primera chispa de esperanza en días; su imagen en el cristal, mirándola con un rencor que parecía capaz de empañar el vidrio por sí solo.

Los labios del reflejo se movieron, formando otra palabra silenciosa, una palabra que cortó el frágil hilo de su alivio como un cuchillo:

«No.»

Fue entonces cuando Clara lo entendió realmente. No era solo una imitación. Era un rival. Una conciencia separada que luchaba por su lugar, por su vida, por su mundo. Y David, con su lógica terrenal y su influencia estabilizadora, representaba una amenaza para sus planes. La entidad no quería consuelo ni explicaciones. Quería posesión. Y David se interponía en el camino.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 30.10.2025

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