No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 13: La Primera Posesión

La determinación de David era una cosa fría y metálica. No había discusión posible. Clara, con el corazón latiéndole en la garganta, asintió. No podía dejarlo ir solo. Sofía, pálida pero firme, se aferró al brazo de Clara.

—Yo también voy.

El señor Walter les entregó una pequeña bolsa de tela con sal mezclada con hierbas.

—No los protegerá, pero puede que les dé un momento de advertencia si la sal se dispersa sola —dijo, su mirada cargada de un pesar profundo—. Tengan cuidado. Y recuerden, no confíen en nada de lo que vean. Especialmente en sus propios ojos.

Cruzaron el sendero por última vez esa tarde. La casa de la abuela parecía respirar lentamente, sus ventanas como ojos entornados que los observaban acercarse. David abrió la puerta con una llave que Clara le había dado, y la oscuridad interior los envolvió, más espesa de lo que debería ser a esa hora del día.

El aire estaba inmóvil y pesado, cargado con el olor a polvo y a esa dulzura metálica y podrida que Clara empezaba a asociar con la presencia del Morador. David encendió la linterna de su teléfono, barriendo el haz de luz por el recibidor. La luz temblaba ligeramente en su mano.

—Vamos arriba —dijo, y su voz sonó extrañamente distante.

Subieron las escaleras, cada crujido de la madera sonando como un disparo en el silencio sepulcral. Clara se aferraba a la bolsita de sal, sintiendo los granos ásperos a través de la tela. Sofía iba pegada a ella, su respiración era un jadeo rápido y superficial.

Al llegar al rellano, David se dirigió directamente al baño. La puerta seguía abierta, los fragmentos del espejo esparcidos por el suelo como cristales de hielo sucios. Se detuvo en el umbral, alargando el brazo con el teléfono para iluminar el interior.

—Mira —susurró.

Clara se asomó, conteniendo el aliento. Los fragmentos de cristal seguían allí, pero el marco… el marco estaba intacto. No solo intacto, sino que parecía haber sido limpiado, la madera oscura brillaba con una luz propia, los símbolos tallados parecían más profundos, más nítidos, como si alguien los hubiera repasado recientemente.

—Es imposible —murmuró Sofía—. Lo rompiste. Lo vimos roto.

—No es el marco lo que importa —dijo David, y su voz tenía un deje de… ¿fascinación? —. Es el principio. El concepto. El espejo era solo una puerta. Ahora la puerta está abierta de par en par.

Clara lo miró. David estaba sonriendo. No era su sonrisa habitual, amplia y despreocupada. Era una sonrisa pequeña, casi secreta, que no llegaba a sus ojos. Esos ojos que, en la penumbra, parecían demasiado oscuros.

—David… —dijo Clara, y una oleada de frío peor que cualquier otro miedo la recorrió.

Él se volvió hacia ella, y la sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de preocupación que le resultó igualmente falsa.

—Lo siento, cariño. Es solo… es mucho para procesar. Tienes razón. Esto es real. —Extendió una mano hacia ella—. Ven. Ayúdame a buscar. Tiene que haber algo más. Alguna nota, otro diario. Algo que tu abuela haya escondido.

Clara dudó, pero su mano encontró la de él. Era fría. Demasiado fría.

Fue entonces cuando lo notó. Un vacío. Una desconexión repentina en su mente, como si alguien hubiera presionado el botón de pausa en su conciencia.

Un segundo estaba de pie en el pasillo, sosteniendo la mano fría de David, mirando los fragmentos del espejo.

Y al siguiente…

…estaba sentada en el suelo del salón de la casa del señor Walter, con una manta sobre los hombros y Sofía sacudiéndola suavemente.

—Clara? Clara, ¿estás bien?

Parpadeó, desorientada. La luz de la tarde se había ido. Fuera de la ventana, la noche era negra.

—¿Qué…? ¿Qué pasó? —su voz sonó áspera, como si no la hubiera usado en horas.

—Te desmayaste —dijo Sofía, su rostro pálido y lleno de preocupación—. O algo así. En la casa. David te trajo de vuelta. Dijo que te mareaste de repente y caíste. Has estado… ausente. Durante unas tres horas.

Tres horas.

Las palabras resonaron en el cráneo de Clara como un golpe de gong. No recordaba haberse mareado. No recordaba haber salido de la casa de su abuela. No recordaba nada después de tomar la mano de David.

—¿David? —preguntó, una punzada de miedo atravesándola.

—Está en la cocina, hablando con el señor Walter. Dice que encontró algo, pero no quiere decir qué es hasta que tú estés bien.

Clara se incorporó, sintiéndose extraña en su propio cuerpo, como si no encajara del todo. Notó su cuaderno de bocetos, el que usaba para apuntes rápidos y dibujar plantas para sus clases de botánica, en el suelo junto a ella. Debía habérsele caído de la mochila.

Lo recogió, y al abrirlo, se le heló la sangre.

Las primeras páginas estaban llenas de sus dibujos habituales: hojas, flores, pequeños paisajes. Pero las últimas… las últimas estaban cubiertas de unos trazos frenéticos, oscuros, hechos con un lápiz presionado con tanta fuerza que casi había roto el papel.

Eran esbozos de puertas. No puertas normales, sino arcos distorsionados, umbrales que se retorcían sobre sí mismos, marcos tallados con los mismos símbolos del espejo. Y entre ellas, espejos. Docenas de espejos, reflejando no habitaciones, sino vacíos, espirales, y a veces, figuras humanoides apenas esbozadas, con rostros borrosos y cuerpos alargados.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 30.10.2025

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