No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 14: El Experto

Los dibujos en el cuaderno yacían entre ellos como una acusación silenciosa. Clara no podía dejar de mirarlos, cada línea grotesca era un recordatorio de las tres horas que le habían sido robadas. David insistía en que se había desmayado, que el estrés le había jugado una mala pasada, pero su mirada era demasiado serena, demasiado calculadora. Esa no era la reacción del David que conocía.

—No me desmayé —susurró Clara, recogiendo el cuaderno con manos que apenas podía controlar—. Algo… algo me usó.

Sofía, pálida como la cera, asintió con la cabeza. —Clara, tenemos que llamar a alguien. A alguien que sepa de esto. De verdad.

El señor Walter, que había observado el intercambio en silencio, se acercó. —Tu abuela, en sus momentos de mayor desesperación, mencionó un nombre. Un hombre en la ciudad. Decía que era un charlatán, pero también el único que no la había tomado por loca. —Fue a un cajón y sacó una libreta de direcciones desgastada. Hojeó las páginas hasta encontrar una entrada escrita con una letra temblorosa que Clara reconoció como la de su abuela. —Aquí está. Dr. Alvaro Moss. Se hace llamar parapsicólogo.

—Un parapsicólogo —David soltó un bufido, pero se detuvo cuando Clara lo miró fijamente. El escepticismo ya no era un lujo que pudieran permitirse.

—Es mejor que nada —dijo Clara con firmeza. Sacó su teléfono y marcó el número antes de que el miedo pudiera disuadirla.

La voz que respondió al otro lado era sorprendentemente joven y serena. —Consultorio del Dr. Moss.

Clara, con la voz quebrada, explicó su situación. No dio todos los detalles, solo lo esencial: un espejo, actividad paranormal, posesión, pérdida de tiempo. Del otro lado de la línea, hubo un silencio pensativo.

—Necesito ver el lugar —dijo el Dr. Moss finalmente—. Y necesito verlos a ustedes. Puedo estar ahí en una hora.

La espera fue agonizante. David se mantuvo distante, revisando sus propias notas con una intensidad que a Clara le pareció obsesiva. Sofía no se separó de su lado, y el señor Walter preparó más té, su rostro una máscara de preocupación.

Cuando un sedán negro y discreto se detuvo frente a la casa, Clara sintió una mezcla de alivio y aprensión. El hombre que bajó del coche no se parecía en nada a la imagen que ella tenía de un parapsicólogo. Era joven, quizás de unos treinta y cinco años, vestía un traje sencillo y llevaba una maleta de aluminio. Tenía el cabello corto y unos ojos grises que parecían captar cada detalle de su entorno.

—Clara, supongo —dijo, estrechando su mano con un apretón firme—. Soy el Dr. Alvaro Moss. —Su mirada pasó de ella a David, a Sofía, y finalmente se posó en el señor Walter, a quien estudió con especial interés—. Usted debe ser Walter. La señora Valdez me habló de usted.

—Elena era una mujer prudente —respondió el anciano con una leve inclinación de cabeza—. Espero que usted sea más que un vendedor de humo, doctor.

—La credulidad es un obstáculo tanto como el escepticismo —respondió Moss con calma. Su mirada regresó a Clara—. Muéstreme el lugar, por favor.

Los guió a través del sendero hacia la casa de su abuela. Moss no mostró emoción al entrar, pero Clara notó cómo sus ojos escudriñaban cada rincón, cada sombra. Al subir al baño, se detuvo en el umbral, observando los fragmentos de espejo y el marco intacto.

—Interesante —murmuró, arrodillándose. Sacó una lupa de su maleta y examinó los símbolos tallados en la madera sin tocarla. Luego, con unas pinzas, recogió un fragmento de cristal y lo guardó en una bolsa de plástico—. La energía residual aquí es… densa. Antigua.

—¿Es un fantasma? —preguntó Sofía con esperanza.

Moss negó la cabeza sin apartar los ojos del marco. —Los fantasmas son eco, residuos de conciencia. Esto es… otra cosa. —Se levantó y se volvió hacia Clara—. Dígame, cuando perdió esas tres horas, ¿sintió algo antes? ¿Frío? ¿Una presencia?

Clara tragó saliva. —Fue cuando tomé la mano de David. Estaba fría. Y luego… nada. Solo un vacío.

Moss asintió, como si esa confirmación encajara en un rompecabezas. —Y los dibujos que encontró, ¿puedo verlos?

Clara le entregó el cuaderno con mano temblorosa. Moss pasó las páginas, estudiando cada trazo distorsionado. Su expresión se volvió cada vez más grave.

—No es un fantasma —repitió, cerrando el cuaderno—. Los fantasmas no tienen interés en el futuro, en planear, en buscar puertas. —Sus ojos grises se clavaron en los de Clara, y en ellos no había rastro de duda, solo una certeza aterradora—. Lo que sea que habite aquí, Clara, no quiere asustarla. No quiere su atención. Quiere su piel. Quiere su vida. Y por los dibujos, diría que está buscando la manera de asegurarse de que el intercambio sea permanente.

Un silencio helado descendió sobre el grupo. Las palabras del experto, dichas con tanta calma y convicción, eran mil veces más aterradoras que cualquier grito.

—¿Un intercambio? —preguntó David, y su voz sonó extrañamente tensa.

—Con su reflejo —explicó Moss, señalando los fragmentos de espejo—. La entidad ha estado construyendo una copia de usted, alimentándose de su esencia cada vez que se miraba. Ahora, con el espejo roto, esa copia necesita un hogar más estable. Su cuerpo. —Miró a Clara directamente—. Esa pérdida de tiempo fue un ensayo. Una prueba de control. La próxima vez, el apagón será más largo. Y eventualmente, no despertará.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 30.10.2025

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