La declaración del Dr. Moss flotaba en el aire, pesada y ominosa: "Quiere su piel". Clara no podía apartar la mirada de David. Su sonrisa forzada, la manera antinatural en que mantenía las manos quietas, la oscuridad fugaz en sus ojos... todo encajaba en una imagen aterradora. ¿Estaba poseído? ¿O era solo el miedo jugándole una mala pasada?
—Necesitamos más información —declaró Moss, rompiendo el silencio—. El diario de su abuela es crucial, pero menciona rituales y protecciones de manera vaga. Debemos asumir que ella escondió más cosas. Lugares donde un objeto así ha estado activo durante décadas suelen tener... capas de defensa.
El señor Walter, que había permanecido en un rincón observando a David con una mirada cargada de sospecha, asintió lentamente.
—Elena era meticulosa. Desconfiada. Si dejó un diario a la vista, o semi-escondido bajo el piso, era porque quería que lo encontraras. Pero guardaría lo más peligroso, lo más revelador, en un lugar mejor escondido.
Clara cerró los ojos, intentando recordar. La casa de su abuela. Los rincones, los muebles, los pequeños escondites de la infancia. Su mente, nublada por el miedo y la fatiga, luchaba por encontrar un hilo.
—El estudio —murmuró, abriendo los ojos—. Ella casi nunca nos dejaba entrar allí. Siempre estaba cerrado con llave.
—¿Tienes la llave? —preguntó Sofía.
Clara negó con la cabeza. —Pero la cerradura es vieja. Podríamos...
—Forzarla —terminó David, su voz sonó extrañamente ronca. Todos lo miraron. Él se aclaró la garganta—. Quiero decir, dada la situación, es lo más práctico.
El Dr. Moss asintió. —Es una opción. Pero con precaución.
Regresaron a la casa. La atmósfera parecía haberse espesado aún más, como si la presencia en su interior estuviera alerta, consciente de su búsqueda. El estudio estaba al final del pasillo de la planta baja, una puerta de roble macizo con una cerradura de bronce antiguo.
David, con una determinación que a Clara le pareció excesiva, se acercó con una llave inglesa que encontró en el garaje. Con un crujido sordo y un quejido de la madera vieja, la cerradura cedió.
El estudio era una cápsula de tiempo. El aire olía a papel viejo, tinta y polvo de décadas. Estanterías repletas de libros con lomos descoloridos, un escritorio de caoba con un tintero seco, y en la pared, un retrato al óleo de su abuela Elena de joven, sus ojos serios parecían seguir a Clara por la habitación.
—Busquen —instó Moss—. Cualquier cosa que parezca fuera de lugar. Un libro falso, un compartimento secreto.
Clara se acercó al escritorio. Lo primero que notó fue que uno de los cajones, el inferior derecho, era más superficial que los demás por fuera. Al medirlo con la vista, había una discrepancia de varios centímetros. Pasó los dedos por los bordes, buscando un resorte, una ranura.
—Aquí —llamó Sofía, que examinaba las estanterías—. Este libro... "La Anatomía de las Plantas". Es demasiado pesado para ser solo papel.
Moss se acercó y tomó el volumen. Efectivamente, era pesado. Al abrirlo, descubrieron que las páginas habían sido recortadas, creando un hueco que contenía un pequeño estuche de terciopelo negro. Dentro, había un medallón de plata con el mismo símbolo que dominaba el marco del espejo.
—Un talismán de contención —murmuró Moss—. O quizás una llave. Guárdalo, Clara.
Pero la atención de Clara seguía en el cajón. Presionó, tiró, golpeó ligeramente. Nada. Frustrada, apoyó todo su peso en el borde del escritorio, y con un chasquido casi inaudible, una fina placa de madera en el lateral del cajón se deslizó hacia un lado, revelando una pequeña abertura oscura.
Con el corazón latiéndole con fuerza, metió la mano. Sus dedos encontraron la tersa superficie de cuero. Lo sacó.
Era otro diario. Más pequeño, más antiguo, encuadernado en cuero negro y sin ninguna inscripción. Lo abrió con manos temblorosas.
La caligrafía era la de su abuela, pero más temprana, más firme y segura. Las primeras páginas detallaban su investigación sobre el espejo después de la "desaparición" de Eduardo. Hablaba de Aloysius Blanchet, del concepto del "Morador", un parásito dimensional atraído por el dolor y la duplicidad.
Clara pasó las páginas rápidamente, buscando la entrada crucial, la que sabía que tenía que estar allí. Sus ojos se posaron en una página cerca del final. La fecha era solo unos días después de la muerte de Eduardo. La tinta, en algunas partes, estaba manchada, como por lágrimas.
"He fallado. He fallado de la manera más horrible. Mi amor por Eduardo nubló mi juicio. Creí que podía encerrar al monstruo, usar su esencia como celda. Pero el Morador es más astuto. Se alimentó de su agonía, de su confusión. Se hizo fuerte con ella.
He reforzado las protecciones alrededor del espejo con todo lo que sé. He usado plata, sal bendita, hierbas de purificación... pero siento que es como poner una venda en una herida gangrenada. La infección sigue ahí, creciendo.
He consultado los textos más oscuros, aquellos que juré nunca desenterrar. Solo hay una verdad clara, una advertencia que se repite en todas las fuentes:
'La prisión, una vez violada, no puede ser reparada. Si el espejo se rompe, él será libre. Y su libertad será el fin de todo lo que usted es.'
Editado: 30.10.2025