No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 17: La Grabación

El mundo se había reducido a un gemido sordo en el pecho de Clara. Arrodillada en el frío suelo del baño, apenas registraba los intentos de Sofía por consolarla. La imagen de David, de sus ojos aterrorizados siendo arrastrado hacia la oscuridad, estaba grabada a fuego en su retina. Un eco de sus propios golpes desesperados contra el cristal resonaba en sus huesos.

—Se lo llevó —logró balbucear entre sollozos—. Lo tiene.

Sofía, pálida y temblando, la ayudó a levantarse y la guió de vuelta a la cocina. El señor Walter se había despertado por el alboroto y, al escuchar lo sucedido, su rostro se cubrió de una sombra de profunda impotencia.

—No podemos quedarnos aquí —declaró Sofía, con una determinación que le temblaba en la voz—. Tenemos que irnos. Ahora. A la ciudad, a la policía, a cualquier parte.

—¿Y les decimos qué? —la voz de Clara sonó ronca, vacía—. ¿Que mi novio fue absorbido por un espejo? Nos encerrarán.

—¡Tenemos que hacer algo! —gritó Sofía, la histeria asomando por los bordes de su control.

Fue entonces cuando Clara lo recordó. La cámara. Hacía semanas, antes de mudarse, David, siempre práctico, le había regalado una pequeña cámara de seguridad para la entrada, «por si acaso». Ella la había instalado de mala gana en el recibo de la casa de su abuela, apuntando hacia la puerta principal y parte del pasillo. La había conectado a una aplicación en su teléfono y luego, abrumada por el caos de la mudanza, la había olvidado por completo.

—La cámara —susurró, sacando su teléfono con manos que no dejaban de temblar.

Abrió la aplicación con torpeza. La interfaz era sencilla. Podía ver la transmisión en vivo: el recibidor vacío, bañado por la luz grisácea del amanecer. Y más abajo, la lista de grabaciones guardadas por detección de movimiento.

Su corazón se detuvo.

Había una grabación. Marcada para el día anterior. Para la franja horaria en la que ella había «perdido» esas tres horas.

—Dios mío —murmuró Sofía, mirando por encima de su hombro.

Con el pulso martilleándole en las sienes, Clara pulsó el icono de reproducción.

La grabación era en blanco y negro, granulada, pero perfectamente nítida. Mostraba el recibidor desde un ángulo elevado. Allí estaba ella, de pie frente a la puerta principal. Pero no era ella. O no la ella que recordaba.

Su postura era diferente, más erguida, con los hombros hacia atrás y la cabeza ladeada de una manera que a Clara le resultaba ajena. Su rostro estaba en calma, demasiado calma, con una expresión de serena superioridad que le heló la sangre.

Y allí, frente a «ella», estaba David. Estaba pálido, sudoroso, y hablaba con gestos vehementes, aunque el audio solo capturaba un murmullo lejano e ininteligible. Parecía estar discutiendo, suplicando.

Entonces, la Clara de la grabación sonrió. No fue la sonrisa torpe y burlona que había visto en los espejos. Esta era una sonrisa amplia, segura, casi maternal. Una sonrisa de triunfo absoluto. Extendió una mano y acarició la mejilla de David con una intimidad que hizo estremecer a la Clara real.

David se encogió ante el tacto, pero no se apartó. Parecía… paralizado, hipnotizado.

La Clara del video le habló, sus labios se movieron con lentitud y deliberación. Y esta vez, aunque el audio era débil, Clara captó unas pocas palabras, dichas con una voz que era la suya, pero modulada con una cadencia antigua y grotesca:

«…no tienes elección, querido David. Eres el puente. Ella te escuchará a ti.»

David negó la cabeza con desesperación, pero sus ojos estaban vidriosos, perdidos.

«Ella» sonrió de nuevo, y luego, con un movimiento rápido y posesivo, le agarró la barbilla.

«Pronto —susurró la cosa con la voz de Clara—, no recordarás haber tenido miedo. Solo recordarás la paz de servir.»

La grabación terminó. «Ella» soltó a David y se volvió, caminando con una elegancia espeluznante hacia las profundidades de la casa, fuera del ángulo de la cámara. David se quedó allí, inmóvil, durante casi un minuto, antes de desplomarse contra la pared, deslizándose al suelo con el rostro escondido entre las manos.

Clara dejó caer el teléfono. El dispositivo golpeó el suelo de linóleo con un crujido sordo. No era solo el horror de ver la prueba incontrovertible de la posesión. No era solo el dolor de ver a David siendo manipulado, violado en su confianza.

Era la frase. «Eres el puente. Ella te escuchará a ti.»

El Morador no solo la había imitado. Había usado su cuerpo, su voz, su imagen, para tender una trampa a David. Lo había convencido de algo. Lo había preparado para su papel. ¿Y cuál era ese papel? ¿Ser el puente? ¿Entre quiénes?

Sofía tenía las manos en la boca, luchando por no vomitar. El señor Walter miraba la pantalla negra del teléfono con una expresión de infinito cansancio.

—El puente —murmuró el anciano—. Un alma atrapada entre dos mundos, un alma que tiene un lazo con el objetivo… es el conducto perfecto. Usó tu forma para envenenar su confianza, para hacerlo vulnerable. Y luego… lo tomó. No para quedárselo, sino para usarlo. Para llegar a ti.

Clara sintió que el suelo se abría bajo sus pies. David no era solo una víctima. Era un instrumento. El Morador lo tenía atrapado en el espejo, y a través de él, o usando su imagen como había usado la de ella, planeaba completar la conexión. El «puente» estaba casi terminado.



#545 en Thriller
#196 en Suspenso
#146 en Paranormal

En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 30.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.