Las palabras del segundo diario colgaron en el aire como una sentencia de muerte. "Él está libre. Y te busca." La habitación del estudio, que momentos antes había sido un santuario de respuestas, se transformó de repente en una cámara de ejecución. Cada sombra parecía contener una intención, cada crujido del viejo caserón era un paso más cercano.
David fue el primero en romper el silencio helado.
—Tenemos que irnos. Ahora. —Su voz era un susurro áspero, cargado de un pánico que Clara no le había oído antes. No era el miedo controlado del escéptico que descubre lo inexplicable, sino el terror visceral de una presa que huele al depredador.
—David tiene razón —apoyó el Dr. Moss, guardando el medallón de plata en su bolso con movimientos precisos—. Este lugar ya no es seguro. La entidad se fortalece con cada minuto que pasamos aquí.
Salieron del estudio en una estampida silenciosa, sus cuerpos rozándose en el angosto pasillo. Clara notó que David iba a la cabeza, sus hombros tensos, mirando hacia atrás cada pocos segundos como si esperara que algo lo siguiera.
Al llegar a la casa del señor Walter, la tensión no disminuyó. David se desplomó en una silla de la cocina, hundiendo el rostro en sus manos.
—No debería haber venido —murmuró, y su voz estaba quebrada—. Esto es… esto es mucho más grande de lo que pensaba.
Clara se acercó para consolarlo, pero él se encogió ante su tacto.
—No, Clara. Por favor. Solo… necesito un momento. Aire.
Se levantó bruscamente y salió por la puerta trasera hacia el jardín. Clara lo observó ir, una bola de hielo formándose en su estómago. Algo estaba mal. Terriblemente mal.
Esa fue la última vez que lo vio.
Las horas se arrastraron. El anochecer cayó, tiñendo el cielo de púrpura y naranja, y David no regresó. Clara lo llamó una y otra vez, pero el teléfono iba directamente al buzón de voz.
—Se habrá ido a dar un paseo más largo para despejar la cabeza —sugirió Sofía, pero su voz carecía de convicción.
—O lo tomó —susurró el señor Walter, sus viejos ojos clavados en la ventana que daba a la casa de la abuela—. A veces, el Morador no espera. Cuando encuentra un recipiente… adecuado, actúa rápido.
Clara sintió que el mundo se le venía encima. «Quiere tu piel», había dicho Moss. Pero, ¿y si ya había probado otra y le había gustado?
La noche se volvió profunda e impenetrable. Clara no podía dormir. Se sentó en la cocina, mirando fijamente la puerta trasera, esperando ver la silueta de David regresar. Solo el sonido de la respiración ronca del señor Walter, que se había dormido en su mecedor, y el susurro del viento rompían el silencio.
Alrededor de las 3 de la madrugada, un sonido la hizo levantar la cabeza. No provenía del exterior, sino del pasillo que llevaba al baño. Un sonido bajo y rítmico. Golp. Golp. Golp.
Con el corazón encogido, Clara se levantó. Sofía dormía en el sofá de la sala, profundamente sumida en un sueño agotado. El Dr. Moss había partido horas antes, prometiendo regresar al amanecer con más equipo.
Siguió el sonido hasta la puerta del baño. Estaba entreabierta. Una luz tenue, la de la luna, se filtraba por la ventana del pequeño cuarto.
Y allí estaba.
No era su reflejo. No esta vez.
Era David.
Estaba dentro del espejo.
Su rostro, pálido y desencajado por el terror, estaba presionado contra el cristal. Sus ojos, sanguinolentos y desesperados, suplicaban. Su boca estaba abierta en un grito silencioso. Con la base de la palma de la mano, golpeaba el vidrio una y otra vez. Golp. Golp. Golp. Pero el sonido no provenía del espejo. Resonaba en el aire de la habitación, un sonido fantasmal y horrible.
Clara lanzó un grito ahogado, llevándose las manos a la boca.
David, al verla, redobló sus esfuerzos. Golpeó con más fuerza, las venas de su cuello sobresaliendo por el esfuerzo. Sus labios formaron una palabra, una y otra vez, contra el cristal que lo separaba de ella:
"SÁCAME."
Clara dio un paso al frente, extendiendo una mano temblorosa hacia el espejo. ¿Podría tocarlo? ¿Podría romperlo de nuevo y liberarlo?
Pero entonces, algo cambió en el reflejo. Detrás de David, en la oscuridad distorsionada del mundo del espejo, una figura se materializó. Alta, oscura, de contornos fluidos. El Morador.
David no pareció notarlo al principio. Siguió golpeando, suplicando. Hasta que una mano oscura, larga y de dedos anormalmente delgados, se posó sobre su hombro.
David se congeló. El terror en sus ojos se intensificó hasta un grado sobrehumano. Giró la cabeza lentamente, mirando hacia la cosa que tenía detrás.
El Morador se inclinó hacia su oído, como susurrándole algo. Clara no podía oír las palabras, pero vio cómo el cuerpo de David se tensaba aún más, cómo sus ojos se abrían de par en par con un horror absoluto.
Luego, el Morador alzó la mirada y clavó sus ojos vacíos en Clara. Y sonrió. Era la misma sonrisa burlona que había visto en su propio reflejo.
Editado: 30.10.2025