No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 18: El Ritual de la Sal

La grabación había quebrado algo dentro de Clara. Ya no era solo el miedo a lo sobrenatural; era la vergüenza, la rabia y una culpa corrosiva. Su propio cuerpo había sido usado como un arma contra David. Cada recuerdo de aquellas tres horas perdidas era ahora un agujero negro en su memoria, un espacio donde el enemigo había actuado con impunidad.

La llegada del Dr. Moss al amanecer fue recibida con un silencio sombrío. Les mostró la grabación. El parapsicólogo palideció, pero no pareció sorprendido.

—Es una táctica clásica de entidades parasitarias avanzadas —explicó, su voz carecía de su habitual serenidad—. No solo imitan, sino que corrompen los vínculos. Convierte el amor en una trampa, la confianza en un puente hacia la perdición.

—Tenemos que hacer algo —imploró Sofía, sus ojos enrojecidos—. No podemos esperar a que… a que haga lo que sea que planea.

—El diario de la abuela menciona sal y hierbas —dijo Clara, su voz era un susurro áspero—. Dice que ella usó eso para encerrarlo la primera vez.

El señor Walter negó con la cabeza lentamente. —Elena lo encerró cuando aún estaba contenido dentro del espejo. El marco actuaba como una barrera adicional. Ahora está suelto. Es como intentar enjaular al viento.

—¡Pero tenemos que intentarlo! —la desesperación de Clara era un grito contenido—. No podemos rendirnos. Por David.

Moss la observó, y en sus ojos grises Clara vio un destello de algo que pudo ser lástima o admiración.

—Tiene razón. La inacción es la mayor aliada de estas entidades. Incluso un gesto simbólico de resistencia puede alterar su enfoque, daros un respiro. —Abrió su maleta—. Tengo sal de mar sin refinar y hierbas consagradas. Más potentes que las que puedas encontrar en una tienda. Podemos intentar crear un círculo de contención alrededor del epicentro: el baño.

La decisión los galvanizó. Era una acción tangible, un movimiento hacia adelante en una guerra que hasta ahora solo les había traído pérdidas.

Armados con bolsas de sal gruesa y manojos de ruda, salvia y artemisa, regresaron a la casa de la abuela. La luz de la mañana no lograba penetrar la pesadumbre que impregnaba el lugar. Subieron las escaleras, cada paso un acto de voluntad.

El baño era igual que la última vez: fragmentos de espejo en el suelo, el marco intacto y ominoso. El aire era gélido y olía a tormenta estática.

—Formemos un círculo continuo —indicó Moss—. Sin interrupciones. Clara, tú empieza.

Clara, con los dedos entumecidos, tomó un puñado de sal. La sensación de los granos ásperos contra su piel era un recordatorio de la realidad, un ancla. Se arrodilló y comenzó a verterla, formando una línea blanca y brillante en el suelo de madera. Sofía hizo lo mismo desde el otro lado. Moss esparció las hierbas, murmurando palabras en un idioma que Clara no reconoció, mientras el señor Walter vigilaba la puerta, su viejo cuerpo tenso como un resorte.

El círculo se cerró. Una línea blanca e ininterrumpida rodeaba el espacio donde yacía el espejo roto. Por un momento, nada sucedió. Solo el sonido de su respiración entrecortada.

—¿Funcionó? —preguntó Sofía, con un hilo de esperanza.

Fue entonces cuando el marco del espejo emitió un leve zumbido, una vibración que Clara sintió en los dientes.

La sal en el suelo comenzó a vibrar. Los granos bailaron, temblaron, y luego, como si una mano invisible los barriera, la línea blanca se rompió. No fue un deslizamiento, fue una repulsión activa. La sal fue lanzada hacia atrás, alejándose del espejo, esparciéndose por el pasillo en un susurro arenoso.

Las hierbas secas se elevaron del suelo, flotando en el aire helado durante un instante antes de desintegrarse en un polvo fino que olía a quemado y podredumbre.

—¡No! —gritó Clara, arrojando más sal desde donde estaba. El puñado de cristales blancos salió de su mano y, en lugar de caer hacia el suelo, se arqueó en el aire como si hubiera golpeado un vidrio invisible, rebotando y esparciéndose por la habitación.

El espejo no solo los repelía. Se burlaba de ellos.

Desde el interior del marco vacío, donde antes solo se veía la pared, una niebla oscura comenzó a condensarse. Se arremolinó, formando una espiral hipnótica. Y entonces, una voz emergió de ella. No era la de David, ni la distorsión de la suya. Era una voz completamente nueva, áspera y multifónica, como mil susurros hablando al unísono.

«Jugáis con arena y hojas secas… mientras yo tengo un alma en mi poder.»

La niebla en el marco se disipó, revelando por un instante la imagen de David. No estaba golpeando el cristal esta vez. Estaba de rodillas, con la cabeza gacha, y cuando la alzó, sus ojos eran dos pozos de la misma oscuridad absoluta que Clara había visto en su propio reflejo. Su boca se movió, pero la voz que salió fue la del Morador, saliendo de los labios de David como un veneno.

«El puente está casi completo. ¿Vendrás a buscarlo, Clara? ¿O preferirás que él venga a por ti?»

La imagen se desvaneció, dejando el marco vacío otra vez.

El ritual no solo había fallado. Había empeorado las cosas. Les había mostrado su completa impotencia y había utilizado a David para lanzarles una amenaza directa.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 30.10.2025

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