No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 19: La Confesión del Vecino

El fracaso del ritual de la sal pesaba como losa sobre sus hombros. Regresaron a la casa del señor Walter derrotados, con la amarga certeza de que sus herramientas eran inútiles contra la inteligencia antigua y burlona del Morador. La imagen de David, con esos ojos vacíos y esa voz que no era la suya, había quebrado el último vestigio de esperanza en Clara.

Se sentaron en la cocina, sumidos en un silencio fúnebre. El Dr. Moss examinaba el medallón de plata con expresión sombría, mientras Sofía miraba al vacío, abrazándose a sí misma. Clara no podía dejar de frotarse las manos, como si intentara quitarse la sensación de la sal al ser repelida.

Fue el señor Walter quien rompió el silencio. Su voz, siempre grave, ahora cargaba el peso de décadas de secreto.

—No fue exactamente como está escrito en el diario —comenzó, sin mirar a nadie, sus ojos perdidos en el vapor de su taza de té—. Elena… mi Elena… fue más lejos de lo que se atrevió a poner por escrito.

Todos levantaron la vista hacia él. Clara contuvo el aliento.

—Eduardo no solo estaba poseído —continuó el anciano, y un espasmo de dolor le recorrió el rostro—. El Morador se había fusionado con él. Se alimentaba de su vida, de sus recuerdos, de su amor por ella. Y cuanto más lo hacía, más fuerte se volvía y más se desvanecía el hombre que ella amaba. Era como verlo morir lentamente, día a día, mientras una cosa sonreía con su rostro.

Hizo una pausa, tomando aliento. El reloj de cuco marcó la hora con un sonido absurdamente normal.

—La noche que ella escribió en el diario… la noche que dijo que lo «encerró» … —Walter cerró los ojos, como si la escena estuviera grabada en el interior de sus párpados—. Yo estaba aquí. Ella vino, temblando, cubierta de… de su sangre. No era un ritual limpio, Clara. No fue solo sal y hierbas. Fue un sacrificio.

Clara sintió que el aire se le cortaba. —¿Sacrificio?

—El Morador es un parásito de almas, pero necesita un ancla en este plano —dijo Walter, abriendo los ojos. Estaban vidriosos, llenos de un dolor antiguo—Para encerrarlo, para crear una prisión que lo contuviera, Elena necesitaba ofrecerle un alma a cambio. Un alma pura, ligada al lugar, que actuara como cebo y como cerrojo. Algo que el Morador no pudiera resistir.

—El alma del abuelo —susurró Clara, horrorizada.

Walter asintió lentamente. —No lo mató por rabia, ni por venganza. Fue un acto de amor desesperado. Y de una crueldad infinita. Usó un cuchillo de plata, tallado con los mismos símbolos del marco. Lo apuñaló frente al espejo, mientras el Morador lo poseía por completo. En el momento exacto de la muerte, cuando el alma de Eduardo se liberaba, el espejo… se activó. Lo atrajo, lo atrapó. Y con el alma de Eduardo como carnada dentro, el Morador quedó atrapado también, incapaz de resistir el festín y, a la vez, encadenado a él.

El silencio que siguió era denso, cargado con el horror de la revelación. La abuela de Clara no había sido solo una víctima o una guardiana. Había sido una sacerdotisa de un ritual sangriento, una mujer que había sacrificado al hombre que amaba para salvar al mundo de la cosa que lo habitaba.

—Por eso el espejo no se podía romper —continuó Walter, su voz quebrada—Porque la prisión no era el cristal, ni siquiera el marco. La prisión era el alma de Eduardo atrapada en su interior, manteniendo al Morador sediento y distraído. Al romperlo, Clara… no solo liberaste al Morador. Liberaste el alma de tu abuelo de su tormento. Y sin esa alma como anzuelo, el Morador ya no tiene razón para permanecer atado al espejo. Ahora es libre de buscar un nuevo hogar permanente. Un cuerpo. Tu cuerpo.

Clara se levantó, tambaleándose. La habitación daba vueltas a su alrededor. No solo estaba lidiando con un demonio. Estaba lidiando con la herencia envenenada de un acto de amor pervertido en asesinato. Su abuela había cometido un horror para contener un horror mayor, y ella, sin saberlo, lo había desatado todo de nuevo.

—¿Y David? —preguntó Sofía, con voz temblorosa—. ¿Por qué se lo llevó? Si lo que quiere es a Clara…

—Porque el puente necesita dos pilares —respondió el Dr. Moss, súbitamente pálido, comprendiendo la verdadera magnitud—. El primer ritual usó el alma de un esposo. El Morador, que aprende y se adapta, está intentando recrear las condiciones. Usó tu imagen, Clara, para corromper a David, para crear un vínculo envenenado con él. Ahora lo tiene atrapado. No para poseerlo, sino para usarlo. Para sacrificarlo.

Clara lo miró, sin comprender al principio.

—El sacrificio —murmuró Moss, con horror—. Cree que para poseerte completamente, para anclarse a tu cuerpo de forma permanente, necesita repetir el ritual. Necesita el alma de alguien que ames, ofrecida en un acto de traición o desesperación. David no es el objetivo final. Es la moneda de cambio. Es el nuevo Eduardo.

La revelación fue un golpe físico. El Morador no solo quería su cuerpo. Quería que ella repitiera la historia. Quería que manchara sus manos con la sangre de alguien que amaba para poder poseerla. Que se convirtiera, como su abuela, en una asesina para contenerlo, solo que esta vez, el acto no lo encerraría a él. Lo liberaría dentro de ella.

El señor Walter bajó la cabeza, derrotado. —Elena siempre temió que su pecado creara un eco. Que la maldición se repitiera en su sangre. Y ahora… está sucediendo.



#545 en Thriller
#196 en Suspenso
#146 en Paranormal

En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 30.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.