No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 21: La Verdad del Espejo

La presencia de David—o de la cosa que lo habitaba—había llenado la casa del señor Walter de una quietud gélida. Se movía con una economía de movimiento espeluznante, siempre sereno, siempre observando. Su falta de reflejo era un recordatorio constante de que lo que tenían frente a ellos era una cáscara vacía, un títere perfectamente manipulado.

Clara no podía soportar mirarlo. Cada palabra plana, cada gesto calculado, era una profanación del hombre que había amado. La tentación de rendirse, de aceptar la "paz" que ofrecía, se desvaneció tan pronto como llegó, reemplazada por una fría determinación. No podía permitir que el Morador convirtiera a David en lo que su abuelo había sido: un alma atrapada, un instrumento. Y no podía permitir que la convirtiera a ella en otra Elena, marcada por un sacrificio que envenenaría el resto de sus días.

Mientras el falso David permanecía sentado en la cocina, aparentemente absorto en la contemplación de sus propias manos, Clara se llevó al Dr. Moss y a Sofía al pequeño estudio del señor Walter.

—No podemos luchar contra algo que no entendemos —declaró, su voz era baja pero firme—. Mi abuela conocía la verdad, pero solo escribió lo que podía soportar. Necesitamos saber más. Necesitamos saber qué es realmente el Morador.

El Dr. Moss asintió. —Tienes razón. La entidad se alimenta de simbolismos, de ecos. Si entendemos su origen, su propósito original, quizás encontremos una grieta en su armadura. No una forma de encerrarlo, quizás sea demasiado tarde para eso, pero sí una forma de… desafiarlo en sus propios términos.

Sofía, aunque aún temblorosa, encendió su laptop. —Si ese ocultista, Aloysius Blanchet, era real, debe haber algo más sobre él en internet. Algo que no sea solo mitos de foros.

La búsqueda fue frenética. Moss, con sus contactos en círculos académicos y parapsicológicos, envió correos electrónicos, hizo llamadas. Sofía escarbó en archivos digitalizados de bibliotecas europeas, buscando cualquier mención al "Espejo de las Almas Gemelas" o a Blanchet.

Clara, por su parte, volvió al segundo diario de su abuela, escudriñando cada palabra, cada pista indirecta. En una entrada particularmente críptica, su abuela había escrito:

"Blanchet no buscaba la inmortalidad del cuerpo, sino la del alma. Creía que la conciencia podía ser copiada, como un retrato, y que esa copia, liberada de las cadenas de la carne, podría alcanzar una iluminación negra. Su espejo no era un portal a otro mundo; era un taller de almas."

Un "taller de almas". La frase le erizó la piel.

—¡Lo tengo! —exclamó Sofía de pronto, su voz era un susurro excitado—. Es un artículo académico. Una tesis doctoral sobre ocultismo francés del siglo XVIII. Menciona a Blanchet. —Todos se agruparon alrededor de la pantalla—. Aquí dice: «Aloysius Blanchet, discípulo disidente de Martínez de Pasqually, sostenía que el alma humana era dual: una parte mortal y terrenal, y otra, un 'doble' astral eterno. Afirmó haber creado un artefacto, al que llamó 'Miroir des Âmes Sœurs' (Espejo de las Almas Gemelas), capaz de escindir esta dualidad y capturar el doble astral, creando así un sirviente eterno y consciente, un 'eidolon' ligado a la voluntad del original.»

Clara sintió que un rompecabezas monstruoso encajaba en su mente. No era un demonio externo. No era un fantasma.

—No quiere duplicar almas —murmuró, el horror dándole claridad—. Quiere robarlas. Para crear un sirviente.

El Dr. Moss palideció. —Un eidolon… una copia fantasmagórica pero consciente. En la teúrgia, se creía que un eidolon podía, con el tiempo y con suficiente esencia robada, volverse más real que el original. Podía… reemplazarlo.

—Eso es lo que le pasó al abuelo —dijo Clara, con un nudo en la garganta—. El Morador no lo poseyó como un demonio. Hizo una copia de su alma, un eidolon, y esa copia… se volvió más fuerte que él. Lo consumió desde dentro. Lo reemplazó.

—Y el espejo —continuó Moss, siguiendo el hilo lógico con creciente agitación—. El espejo era la máquina. La matriz donde se forjaban estos eidolones. Donde se los almacenaba. Por eso 'guarda almas'. No son almas completas, son los dobles, las copias. ¡El Morador no es un solo ente! Es… es el primer eidolon. La primera copia que Blanchet hizo. La que, alimentada durante siglos con los dobles de otros, se volvió inteligente, poderosa, un parásito consciente que aprendió a crear más como él.

La revelación los dejó sin aliento. No estaban luchando contra un fantasma o un demonio, sino contra el cáncer espiritual creado por un ocultista demente. Un virus del alma que se replicaba a sí mismo robando la esencia de las personas.

—David —gimió Sofía, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Está… está haciendo una copia de David allí dentro?

—Peor —respondió Clara, con una frialdad que le sorprendió—. Ya lo hizo. Lo que está sentado en la cocina no es David. Es su eidolon. La copia vacía que el Morador creó. El David real… su alma… aún debe estar atrapada en el espejo, o en el lugar entre lugares, siendo consumido para alimentar a esta… esta cosa.

Comprendieron entonces la verdadera naturaleza del "puente". No era una conexión metafórica. Era el proceso de transferencia. El Morador, el eidolon maestro, había usado la esencia de Clara—sus reflejos, su imagen—para debilitar a David, para hacerlo vulnerable. Luego lo había capturado y había creado una copia. Un eidolon de David que ahora servía como puente físico, como ancla, para que el Morador pudiera terminar el trabajo y crear el eidolon definitivo: el de Clara. Para reemplazarla por completo.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 30.10.2025

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