No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 22: El Primer Cambio

La verdad sobre el espejo era como un ácido, quemando cualquier ilusión de normalidad que le quedara a Clara. Ya no era una casa encantada; era el taller de un fabricante de almas falsas, y ella era la materia prima elegida para la próxima creación. El eidolón de David, sentado en la cocina con su calma de maniquí, era el recordatorio viviente—si es que podía llamarse vivo—de lo que le esperaba.

Esa noche, nadie durmió en la casa del señor Walter. El Dr. Moss pasó horas en llamadas y consultando textos digitales, buscando cualquier mención de cómo destruir un eidolón. Sofía se mantuvo aferrada a Clara como un áncora, susurrando palabras de aliento que sonaban huecas incluso para sus propios oídos. El anciano Walter vigilaba al falso David con una mirada que era pura y simple.

Clara, exhausta, finalmente cayó en un sueño inquieto en el sofá de la sala, lejos de la cocina. Soñó con el lugar de los espejos torcidos, pero esta vez no estaba sola. Vio a David—el verdadero—inmovilizado, su boca abierta en un grito silencioso mientras finos hilos de oscuridad se enredaban a su alrededor, extrayendo algo brillante y dorado de su pecho. Y al fondo, su propio reflejo, el eidolón que el Morador estaba construyendo para ella, la observaba con una sonrisa de anticipación.

Despertó con un jadeo, el corazón embalado. La primera luz del amanecer se filtraba por las persianas. Se sentía dolorida, como si hubiera corrido una maratón. Se frotó los brazos, tratando de disipar la rigidez, y entonces lo vio.

En la piel pálida de su antebrazo derecho, justo debajo del codo, había un moretón. No era el típico cardenal violáceo, sino una mancha de un negro azabache, con los bordes tan definidos que parecía pintada. Tenía la forma de unos dedos largos y delgados, como si una mano helada la hubiera agarrado con fuerza mientras dormía.

Con un presentimiento horrible, se levantó y corrió hacia el pequeño espejo del baño de visitas. Al encender la luz, un grito se ahogó en su garganta.

Su rostro estaba pálido, marcado por la fatiga, pero era el moretón en su brazo lo que captó su atención primero. Y entonces, miró su reflejo a los ojos.

Ella no había abierto la boca. No había formado palabras.

Pero su reflejo en el cristal sí lo hizo.

Los labios de la imagen se curvaron en esa sonrisa burlona y ajena que Clara ya conocía demasiado bien. Y entonces, una voz salió del espejo. No era un susurro, ni un eco. Era una voz clara, nítida, un perfecto duplicado de la suya, pero impregnada de una malevolencia glacial que le heló la sangre.

"Duele, ¿verdad?" dijo su reflejo, y sus ojos—los ojos en el espejo—bajaron hacia el moretón en el brazo de Clara. "Es solo el principio. Cada cambio duele un poco. La resistencia duele más."

Clara no podía moverse. El terror la tenía paralizada. Esto era nuevo. Esto era mucho peor.

"Él está siendo muy gentil con el original", continuó el reflejo, con un tono casi conversacional. "David gritó mucho al principio. Pero ahora… ahora está tan cansado. Pronto, dejará de forcejear. Y entonces, su esencia será mía por completo."

Las lágrimas llenaron los ojos de Clara. "Déjalo ir", logró susurrar.

El reflejo rió, un sonido espeluznante y perfecto que era su propia risa distorsionada.

"¿Ir? ¿A dónde? Su cuerpo ya no es suyo. Su lugar en este mundo ya está ocupado." La sonrisa en el espejo se desvaneció, reemplazada por una expresión de hambre voraz. "Pero tú… tú eres especial. Fresca. Completa. No necesitamos apresurarnos. Podemos saborear cada… pequeño… cambio."

Clara miró fijamente el moretón en su brazo. No era solo un moretón. Era una marca. La prueba física de que la entidad no solo podía influir en su mente o poseerla temporalmente. Podía cambiarla. Podía dejar marcas en su carne desde su reino de reflejos.

"Pronto", dijo su reflejo, y la voz era ahora un susurro seductor y venenoso que parecía venir de todas direcciones, "este cuerpo será mío. Y tú… tú serás solo un recuerdo. Un susurro atrapado en el cristal. Como David."

La imagen en el espejo se desvaneció entonces, volviendo a ser un simple reflejo. Clara seguía viendo su rostro pálido y asustado, el moretón negro en su brazo, pero ahora era solo ella. La otra, la cosa que hablaba, se había retirado.

Se desplomó contra la pared, jadeando. El primer cambio físico había ocurrido. La batalla ya no era solo por su mente o su alma. Era por su propio cuerpo. El eidolón no solo quería reemplazarla. Estaba reclamando su carne, hueso y sangre, marcándola como su propiedad, y cada moretón, cada "cambio", era un paso más hacia la posesión total.

Y lo peor de todo eran sus palabras finales. "Como David." No era una amenaza vacía. Era una promesa. El David de la cocina era solo la cáscara. El verdadero David, su alma, su conciencia, estaba sufriendo una suerte peor que la muerte, siendo despojado y consumido en la oscuridad entre los espejos.

Clara se miró el moretón. El dolor era real. El mensaje era claro: la fábrica de almas falsas estaba en funcionamiento, y ella estaba en la cinta transportadora.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 30.10.2025

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