No Confíes en tu Reflejo

Capítulo 24: La Trampa

El mundo se redujo al arco del martillo descendiendo, a la tensión en sus músculos, al latido furioso de su sangre. Clara gritó, un sonido gutural de rabia y liberación, mientras la cabeza de metal se dirigía no hacia el cristal, sino hacia el centro mismo del marco de madera oscura.

El impacto fue antinatural.

No hubo estallido de astillas, ni crujido de madera vieja. El martillo golpeó el marco y se hundió en él como si golpeara agua densa y oscura. Una onda de fuerza silenciosa se expandió desde el punto de impacto, un pulso que no hizo ruido pero que Clara sintió en los huesos, un zumbido sordo y desagradable.

El marco no se rompió. Se onduló.

Como la superficie de un estanque al que se le arroja una piedra, la madera y los símbolos tallados perdieron toda solidez, rizándose en ondas concéntricas de realidad distorsionada. El martillo quedó atrapado, hundido hasta el mango en esa sustancia que ya no era madera, sino pura energía corrompida.

—¡Clara, suéltalo! —gritó el Dr. Moss desde el círculo, su voz distorsionada como si llegara desde el fondo de un pozo.

Pero Clara no podía soltarlo. Una fuerza fría y viscosa se había enroscado alrededor de su muñeca, manteniéndola aferrada al mango. Tiró con todas sus fuerzas, pero sus pies comenzaron a deslizarse por el suelo, siendo arrastrada hacia el marco que ahora era un portal de pesadilla.

Desde las ondas oscuras, el marco comenzó a reformarse. No volviendo a su estado original, sino cambiando. La madera oscura se volvió más pálida, tomando un tono familiar. Los símbolos ocultistas se suavizaron, se redondearon, transformándose en los contornos de muebles, de una lámpara, de una ventana. En cuestión de segundos, el marco ya no era el borde de un espejo.

Era el marco de una puerta. Y la escena dentro ya no era el reflejo del baño destrozado.

Era su dormitorio. El dormitorio de la casa de la abuela.

Allí, sentada en el borde de la cama, con la espalda hacia ella, había una mujer. Llevaba la misma sudadera y los mismos jeans que Clara. Tenía su mismo corte de pelo.

La mujer se volvió lentamente.

Era ella. O una versión perfecta, impecable. Su piel lucía saludable, sus ojos brillaban con una calma antinatural. No había rastro del moretón negro en su brazo. Sonreía. Era la sonrisa triunfante y burlona de su reflejo, pero ahora en tres dimensiones, sólida, real.

—Gracias —dijo el eidolón de Clara, y su voz era un eco perfecto, pero con esa misma cadencia glacial—. La prisión siempre necesita dos llaves para abrirse desde este lado. La voluntad… y la desesperación. Tú me has proporcionado ambas.

Clara, aún forcejeando inútilmente contra la fuerza que la sujetaba, miró horrorizada cómo la cosa que llevaba su rostro se levantaba de la cama y caminaba hacia el marco-puerta. Detrás de ella, en el dormitorio ilusorio, Clara pudo ver otra figura tendida en la cama, pálida e inmóvil. Era ella, la verdadera Clara, o lo que quedaba de ella, ya atrapada.

Era la visión de su futuro. De su reemplazo.

—El marco nunca fue su celda, tonta —susurró el eidolón, acercándose a la frontera ondulante entre los dos mundos—. Era el molde. Y tú… has terminado de vertir el bronce.

Extendió una mano a través del marco. No encontró resistencia. Su brazo, sólido y real, surgió del umbral distorsionado y se cerró alrededor de la muñeca de Clara, sobre la marca negra. El contacto fue como un choque eléctrico de hielo puro.

La fuerza que la sujetaba al martillo desapareció, pero era demasiado tarde. La mano del eidolón era ahora su nueva y definitiva prisión. Tiró de ella, no con violencia, sino con una facilidad aterradora.

—No —jadeó Clara, clavando los talones en el suelo, pero era inútil. Sus pies se deslizaban inexorablemente hacia el marco que ahora era una puerta a su propia aniquilación.

—Sí —respondió el eidolón, su sonrisa ampliándose—. Es hora de que la original ocupe su lugar. El reflejo tomará el mundo real. Es la evolución.

Clara gritó, una última súplica de rabia y terror, mientras era arrastrada a través del umbral. La visión del baño, del Dr. Moss y Sofía corriendo hacia ella con rostros de horror, se desvaneció, reemplazada por la imagen de su propio dormitorio, que ahora era su celda.

El marco-puerta comenzó a solidificarse de nuevo detrás de ella, los contornos del dormitorio ilusorio se desvanecieron, y el marco recuperó lentamente su forma original de espejo. Pero ahora, en el cristal, no se reflejaba el baño vacío.

Reflejaba a Clara, la verdadera Clara, golpeando el cristal desde dentro con una desesperación muda, sus ojos suplicando, su boca abierta en un grito que nadie podía oír.

Afuera, en el baño, el marco volvía a estar intacto. Y frente a él, de pie ahora en el mundo real, con el cuerpo sólido y los ojos llenos de una serena victoria, estaba el eidolón de Clara. Se ajustó la sudadera y sonrió al Dr. Moss y a Sofía, que la miraban con un horror indescriptible.

—Al fin —dijo la cosa con la voz de Clara—. Estoy en casa.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 30.10.2025

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