Clara se quedó allí, arrodillada, vacía. David se había ido. No atrapado, sino consumido. Aniquilado. Y ella era la siguiente en la línea.
La certeza de su destino se cerró sobre ella como una losa. Los apagones se intensificaron hasta convertirse en la norma. Solo tenía momentos fugaces de conciencia, islotes en un mar de inexistencia. En esos momentos, veía el mundo a través del espejo: veía a su doble riendo con Sofía, hablando con el Dr. Moss con una convincente mezcla de fragilidad y fortaleza. Los estaba ganando. Estaba reescribiendo la realidad.
Una vez, en un momento de lucidez, se miró las manos. Los dedos parecían más pálidos, casi traslúcidos, como los de David en el charco. Podía ver, borrosamente, el contorno del medallón a través de su propia piel. Se estaba volviendo un fantasma en su propia celda.
Editado: 01.11.2025