꧁༺ 01. 𝓛𝓪 𝓶𝓲𝓼𝓲ó𝓷 𝓭𝓮𝓵 Á𝓷𝓰𝓮𝓵 𝓡𝓪𝓶𝓲𝓮𝓵 ༻꧂
𝐁𝐑𝐀𝐗𝐓𝐎𝐍 𝐋𝐀𝐊𝐄
Creo que es verdad cuando te dicen que te calles la boca y no te rías de los demás por sus desgracias, aunque parezcan absurdas. Ahora estaba pagando por ello y desgraciadamente es un precio demasiado alto.
Benditas supersticiones humanas y que esos tontos ángeles habían adquirido por convivir mucho tiempo con los humanos.
No soy fan de ellos, gracias a mi pésima reputación en el reino no he tenido la “dicha” de ir al mundo humano y estoy completamente agradecido por ello. El Ser Supremo le pareció una magnífica idea excluirme de la experiencia de convivir con esas especies, que honestamente son mucho peores que los demonios que me han tocado lidiar. Viejos castigos de aquel Señor Chistoso.
Tomo un trozo de la nube esponjosa y la coloco debajo de mi trasero como si fuese un asiento, la neblina que se encontraba enfrente de mí me impedía ver al Gran y Omnipotente Ser que seguramente me iba a soltar otra queja, en los últimos cinco siglos, me he colocado en primer lugar de la gran y extensa lista del Señor, de las visitas que tiene cada tanto tiempo, mi nombre siempre sale de primero.
No cualquiera lo logra.
Me doy una palmada imaginaria en la espalda por aquel logro, mientras que los demás tiemblan y casi ruegan porque sus nombres nunca sean escritos en esa lista, yo festejo porque llevo cinco siglos consecutivos allí y nadie me ha destronado.
—Ramiel —pronuncia con voz suave y aterciopelada que hace que un escalofrío me recorre toda la espina dorsal.
—¿Ahora sí soy uno de tus hijos? Pff —ruedo los ojos. Mis manos arrancan un pedazo de la nube y me la llevo a la boca. Las nubes se ven apetitosas a lo lejos; sin embargo, son demasiado insípidas.
—Siempre serás uno de mis hijos, Ramiel, sin importar lo que hagas o digas —sigo masticando la nube con disgusto, quizás sea por lo terrible que sabe o por las palabras llenas de mentira. Irónico, porque él no puede mentir—. Tengo una misión muy importante para ti, hijo mío.
—No, gracias. Los días de hacer favores concluyo exactamente ayer.
Me pongo de pie, empujo la nube a un lado con los dos extremos arrancados, pero antes de que pudiera salir de su imperio, algo me retiene, intento moverme; pero mi cuerpo está completamente adormecido.
—Irás al mundo real y salvarás a alguien.
—¿Ángel Guardián? ¿Iré de Ángel Guardián? ¿Seguro de que soy yo el responsable de la misión? No suena como algo que me pidas.
—Irás como humano.
—¡¿Humano?! ¡Es mucho peor!
Me cubro la boca por el asco que subía por toda mi garganta.
La especie que más odio son los humanos, no entiendo para qué fueron creados, son crueles, ambiciosos, egocéntricos, estúpidos, patéticos, llorones, rogones y, sobre todo, quejones, se quejan de absolutamente todo. Nunca están conformes con lo que tienen.
—Esa es tu misión, Ángel Ramiel.
—Prefiero mil veces que me despelleje un Yokais antes que ir a ese lugar.
A la única cosa que le temo son a los Yokais. Me enfrenté solamente una vez con uno de ellos y, mero muero, si no hubiera intervenido el Señor (que ahora me está mandando al lugar que más detesto de todo el universo) ya estaría… no tengo ni idea de a dónde es que van los ángeles una vez que mueres por cosas mucho más grandes que nosotros.
—Tienes un año, si no logras concluir con éxito tu misión, serás desterrado.
—¿Dese qué?
—Buen viaje, hijo mío.