No dudaré, Carla

3

Me han despertado los ruidos de fuera, y es ¡sábado por la mañana! ¡Quiero dormir! Pero bueno, supongo que será por los preparativos de esta tarde. Según me contó Alexia es una fiesta que se celebra en Colombia el siete de agosto, La Batalla de Boyacar. Por lo visto es como aquí en fiesta mayor de los pueblos, se reúne la gente a bailar y pasarlo bien. Harán comida típica de allí, y sobre todo, según Alexia, hay que divertirse. Yo, por supuesto, lo voy a intentar.

Y es que tengo un vicio, o más bien una debilidad, me encanta bailar. Pero todo todo. De pequeñita empecé con las sardanas, luego fui con mis vecinos a aprender jota aragonesa, luego me dio por el flamenco y, por último, con mis brujitas fuimos a aprender a bailar salsa. Que claro, incluía también bachata, merengue…, de todo un poco.

Salgo a media mañana a mi porchecito y me quedo con la boca abierta: ¡han montado todo esto en un plis! Todo el terreno que tenemos delante es como un gran parque, tiene partes de césped con árboles, y la zona más alejada es de tierra, donde se ha improvisado un pequeño campo de fútbol y vóleibol. La carpa la han colocado en la parte de césped junto a los árboles. Hay varias mesas alargadas, donde supongo que se pondrá la comida, y al final se ve una pequeña tarima con unos bafles grandes y hasta un micrófono. ¡Madre mía! ¡Si es que son unos profesionales! Veo a Alexia dirigiendo todo el cotarro, hablando con unas mujeres y a Wilson colocando los cables y moviendo los bafles. Me acerco a saludarla:

—Hola, Alexia, ¿necesitáis ayuda?

—¡No, mi amol! Lo tengo todo controlado, pero mira ven que te presento. Esta es mi prima Divanis, nuestra amiga Ana y esta es María. —Todas paisanas de Alexia.

—Hola, encantada.

—¡Chicooos, vengan para acá! —grita Alexia.

Y se acercan los ayudantes de Wilson. Todos son colombianos, y la verdad es que parecen que los han escogido en un concurso de belleza, tanto chicos como chicas. Digo yo que habrá alguno feo, esta noche lo buscaré porque me estoy frustrando.

—Mira, este es Fahir, el marido de Divanis, Sebastian, William. Chicos esta es mi vecina Carla, trátenmela bien y no la dejen que se aburra esta noche.

—Mucho gusto, Carla —responden todos.

—Tranquila, Alexia, yo me ocupo —dice Sebastián, mirándome con cara de prometerme algo. Me he quedado sin palabras…, este tío está muy bueno. Es alto, muy moreno, fuerte y parece un auténtico deportista. Pues sí que promete la noche…

Me voy a casa y después de comer, me acuerdo de que no he conectado el móvil y está sin batería, nada más encenderlo veo un mensaje de Silvia:

Hola, Carli, estamos en París, ya te contaré cuando vuelva.

Estoy con Raúl, hemos hablado mucho y decidimos irnos con Sara para estar unos días juntos.

No doy crédito a lo que estoy leyendo. Raúl es el padre de Sara, y por lo que yo sé no había tenido noticias suyas desde hacía mucho tiempo. Solo espero que no le haga daño, porque si no, se las verá conmigo y puedo tener muy mala leche cuando me tocan a mi amiga… Pienso que también podría querer reconquistarla, tiene toda la pinta. Bueno, me esperaré a que vuelva para interrogarla.

Ahora me voy a echar una siestecita que hasta las ocho no empieza el sarao, y hace un calor horrible, así que conecto el aire acondicionado y me quedo frita en un segundo viendo una de esas películas que solo pueden ser buenas para dormirte.

Me despierto sobresaltada, creo que he dormido más de la cuenta ¡mierda! Me ducho en un momento, me seco el pelo y me lo dejo suelto. Aunque lo llevo demasiado largo ahora mismo, no me arrepiento, me queda bastante bien. Me coloco un vestido que me trajo mi madre de un viaje que hicieron a México, el típico con escote de barco, blanco con florecitas rosas, es corto por encima de la rodilla, me maquillo un poco, solo rímel y pintalabios, me calzo unas sandalias y ¡estoy monísima! Ya que no está mi madre para decírmelo, me lo digo yo. Soy morena de piel, no es que me guste mucho tomar el sol, pero, por lo visto, lo absorbo rápidamente, y en esta época del año suelo estar bastante bronceada.

La fiesta está muy animada, empiezo a mirar y veo a mucha gente de la oficina. También hay montones que no conozco, supongo que serán de las bodegas.

Voy mirando a ver por dónde empiezo. Hay una mesa llena de bebidas, sobre todo cava, y es que, por supuesto, no podía faltar, también hay refrescos y las otras dos mesas están llenas de bandejas con comida. De pronto escucho que Alexia me llama:

—¡Mamita, venga para acá y coma algo! —Está justo al lado de una de las mesas con una bandeja en la mano.

Sonrío y voy hacia ella, no sin antes coger una copa de cava.

—Vale, Alexia, si voy a comer, explícame un poco, porque no tengo ni idea de lo que es todo esto…

—Mira, esto es ajiaco. Esto de aquí —me va señalando bandejas—, es bandeja paisa, que lleva arros con judía roja, frijoles, carne, chicharrón, huevo…, esta otra tiene sancocho de mondongo que es como ustedes llaman aquí a los callos, y…

—Vale, Alexia, no te preocupes, es igual, ya voy picando. —Pobrecilla, si no para, se hará de noche y aún me estará explicando todos los ingredientes. Le sonrío y en ese momento la llama Wilson.

Y entre bocado y bocado empieza la música, esta canción creo que es una cumbia y el sonido te hace mover sin querer. La gente se va animando a bailar. Por un lado los profesionales, los nativos, claro, los que llevan el ritmo de esa música en la sangre, luego los que han aprendido como yo y que parece que llevamos un poco el ritmo. Y, por último, los que no tienen gracia ninguna y solo beben, comen y hablan sin parar. Estoy en Babia hasta que a mi espalda alguien me dice:

—Muy guapa, señorita Peralta. —De pronto el vello se me pone de punta. Y con esa voz tan profunda solo podía ser una persona… ¡mi buenorro!

Me giro y allí está él, con unos tejanos y una camisa de lino blanca. ¡Oh, my god! Me quedo muda, hasta que lo veo inclinar la cabeza y sonreír como preguntándose si lo he escuchado.




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