No dudaré, Carla

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Es lunes y parece que me han dado una paliza, me duele todo, y eso que me pasé el domingo tumbada en el sofá, viendo la tele y comiendo palomitas como una loca.

Ya llevo tres semanas aquí y me he adaptado tan bien que me siento como si llevara toda la vida. Nada más llegar a mi mesa veo a Sergio con cara preocupada.

—Nena, te espera el Sr. Cuevas, dice que es urgente, que vayas a hablar con él.

¡Uf, qué mal rollo me da! Dejo el bolso sobre mi mesa, pico a la puerta y entro.

—Buenos días.

—Buenos días, Carla, pasa, siéntate. —Por lo menos su semblante es amable—. Mira, te estaba esperando porque ha surgido un tema que no se puede demorar, hay que ir a la reunión en Italia, y como comprenderás si me jubilo en unas semanas prefiero que vayas tú y empieces a ponerte al día de lo que tratamos allí. Así se lo he hecho llegar al Sr. Fortuny, y me ha dado su aprobación. A primera hora de la tarde sale el avión. Angels, ya ha hecho las reservas, así que ve a preparar una pequeña maleta para un par de días y después vienes que te informaré de todo lo que necesites saber.

—De acuerdo. —Pero mi cara todavía no revela nada. Estoy tratando de asimilar la información, porque el hecho de estar allí supone una gran responsabilidad por mi parte, y encima voy con el buenorro…

Vale, salgo del despacho, tengo que tener la mente fría, primero preparar la maleta, después absorber la información que el Sr. Cuevas me dará y, por último, viajar a ese país tan bonito, porque, aunque sea de trabajo, espero poder ver algo que no sea una sala de reuniones.

Lo tengo todo y estoy esperando en recepción charlando con Helena hasta que aparezca mi buenorro (ha pasado a ser de mi posesión), no lo veo desde la noche de la fiesta y estoy un pelín nerviosa. Aparece Jaime, que es una mezcla de chófer, hombre de confianza y con lo grande que es diría que hasta guardaespaldas de Arcadi. Me dirige un escueto «Buenas tardes», coge mi maleta y me abre la puerta del coche.

—¿Y el Sr. Fortuny? —le pregunto.

—Él ya está en el aeropuerto, llegaba desde Madrid —me contesta.

Y entonces empiezo a montarme mi película… «Claro, vendrá todo feliz de la vida, habrá vuelto con la Barbie, porque seguro que sigue enamorado de ella».

En fin, pienso que me tiene que dar igual, pero claro es mi buenorro y mi imaginación sigue yendo donde quiere.

Al llegar a la terminal me voy directamente a la sala vip. Es la información que pone en el mensaje que me ha enviado. Al verlo le sonrío, pero él me mira, me saluda con la cabeza como si nada y sigue mirando su móvil.

Vaya vaya, parece que no le ha sentado muy bien el fin de semana. Veo que la Barbie le ha dado calabazas… Está sin afeitar y con cara de haber dormido poco. Lo bueno es que aun así está guapo y elegante.

De pronto veo salir del lavabo que hay al fondo a una rubia despampanante con un vestido más bien tirando a cortito y cuando digo «cortito» es minúsculo. Eso sí, parece una modelo por su altura y delgadez. No es excesivamente guapa, pero tampoco le hace falta.

Arcadi se gira y al verla se levanta. La rubia le da un beso como si fuera a romperse, coge una chaqueta que hay en el asiento y se va tirándole un beso al aire.

¿Será esta su ex? ¿O será su novia? Da igual, tampoco se lo voy a preguntar.

Me acerco y me dice en un tono un poco borde:

—Ya tenemos que embarcar, vamos por aquí…

Sin quererlo me siento defraudada. Mi problema es que me gusta este hombre y cuando estuvimos en la fiesta de Alexia me pareció que yo también le gustaba. Pero ahora visto lo visto, va a ser que no soy su tipo.

Pues yo no me quito la sonrisa de la cara por muy mal que me siente esto, ¡porque voy a Italia!, concretamente a la Toscana, y ¡no me va a quitar la ilusión ni el insulso pijo este!

Por fin llegamos al hotel. Hemos tardado una hora en coche desde el aeropuerto de Pisa y tengo que decir que todavía no he cerrado la boca admirando el paisaje, y para colmo estamos en uno de esos hoteles en mitad de la nada, rodeados de naturaleza y en su mayoría viñedos. Es una versión italiana de lo que tenemos allí.

Ya en recepción, Arcadi me da la tarjeta de mi habitación, subimos hasta la cuarta y última planta en silencio, y cuando estoy frente a mi puerta le pregunto:

—Perdona, pero ¿no me deberías explicar un poco cómo va a ir la reunión y los temas a tratar? Porque el Sr. Cuevas me explicó muy por encima.

—En media hora bajamos a cenar, si no te importa te pongo al día mientras cenamos —me contesta todo serio.

—De acuerdo, nos vemos en media hora.

Se da la vuelta y pasa de mí, claro que no esperaba que se pusiera a bailar un rap, pero por lo menos un poquito más de cordialidad.

Parece ser que dejar a la rubia no le ha sentado muy bien.

Entro en la habitación y debo decir que nunca había visto algo tan glamuroso en mi vida, siento como si se respirara elegancia y buen gusto. Un pequeño recibidor da a un salón donde encuentro dos butacas y un sofá rodeando una pequeña mesa de cristal. Sobre una cómoda preciosa hay un LCD que debe tener como mínimo cuarenta pulgadas. La habitación tiene cama de matrimonio estilo renacentista con dosel blanco y sobre el tocador hay un precioso ramo de rosas (ahí me han tocado). Pero con lo que me quedo petrificada es con el baño, la bañera es como una de esas de las pelis ¡¡con patas!!

Qué poquito viajada estoy, creo que a partir de ahora me dedicaré un poco más a ver mundo, aunque con mi sueldo pocas veces voy a ver hoteles como este.

Me doy una ducha rápida e intento dar volumen a mi pelo, vuelvo a pensar que lo llevo demasiado largo y, al ser tan liso, quizás debiera cortármelo un poco.

Me hago una cola alta, me pongo unos tejanos y una camisa blanca que aunque ceñida me queda muy bien. Una vez cómoda, bajo al comedor y no sé qué me atrae más, si la cena o Arcadi. Sin lugar a dudas, en Italia es la cena. Y después de verlo con la rubia en España también.




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