No en esta vida (trilogía Tres Vidas I)

Capítulo 4

   Llevábamos más de media hora de viaje en completo silencio. Me habían obligado a despertarme tan pronto que mi cerebro todavía seguía dormido, por lo que ni siquiera me preocupé en intentar entablar una conversación con el Segundo príncipe. Él no tenía ganas de hablar y a mí me faltaba más de la mitad de batería.

   Daba gracias a quien se le hubiese ocurrido la idea de enlazar a los caballos. Thomas era quien lideraba la marcha, así que yo podía relajarme e incluso cerrar los ojos durante unos segundos. Era peligroso, lo sabía, puesto que si me quedaba dormida corría el riesgo de caerme del caballo, pero sólo sería por unos cuantos minutos más, hasta que me recargara al completo.

   Seguía sin tener ni idea de hacia dónde nos dirigíamos. Mi tía me había dado una brújula, para al menos saber el rumbo que tomábamos. Nadie me había querido decir a dónde íbamos, más que nada porque sólo la reina y el Segundo Príncipe conocían el destino, y por lo que podía deducir hasta ahora, Thomas había heredado el fetiche por los secretos por el que era famosa la reina.

   Tuvieron que pasar diez minutos y una casi caída de la silla para que finalmente me despertara del todo. Me asusté tanto que hasta el caballo se alteró y, por consiguiente, pegamos un tirón a la montura del Segundo Príncipe. Él se dio cuenta de lo que había estado a punto de pasarme, así que me dijo con una voz muy seria y carente de humor que me espabilara, que no iba a ser gentil conmigo solo por ser hija de un duque.

   Como si me hubiese tratado alguna vez amablemente desde que nos habían presentado. Este tío era tontito.

   —¿Cuál es el plan de hoy? —le pregunté. Esperaba que, aunque no quisiera hablar conmigo, al menos fuera capaz de responder esa sencilla pregunta.

   —Cabalgaremos hasta Agrova, haremos noche allí y seguiremos en dirección a Atlor.

   No me miró, no se giró, no me habló a mí. Se lo decía al aire. Si lo escuchaba, bien; si no, también. El Príncipe Ermitaño me estaba poniendo de los nervios. Vale que le gustara ser una persona solitaria y poco habladora, pero de ahí a tratarme como si no existiera... Quiero decir, íbamos a pasar una larga temporada juntos, los dos solos. Tenía que hacer un mínimo esfuerzo en llevarse bien conmigo, ¿no?

   —Por cierto, diremos que sois mi hermano —comenté, con la esperanza de que la idea no le agradara. Así, aunque sea, obtendría su atención.

   No lo conseguí, pero al menos me gané una mirada de reojo de su parte. La expresión en su rostro no cambió, tampoco lo hizo la posición de su cuerpo, a excepción del giro de cabeza para lanzarme esa mirada.

   —Como gustéis —tensó la mandíbula, seguramente deseoso de añadir algo más. Algo que me quedé sin saber.

   —¿Os importaría que dejara el lenguaje formal a un lado y me refiriera a vos con vuestro nombre de pila? —estaba siendo muy atrevida, pero es que me aburría y quería recibir una reacción del príncipe, algo que me indicara que tenía, como yo, emociones humanas.

   El Príncipe Ermitaño detuvo de golpe a su caballo, lo que provocó que el mío se alborotara un poco. Tuve que acariciar su cuello para que se calmara, antes de colocarme al lado del príncipe y casi gritarle que qué era lo que le ocurría. No era capaz de entender a esta persona, de saber qué era lo que iba a hacer a continuación, al contrario que con casi todas las personas que había conocido hasta ahora, y eso me inquietaba. No me habría importado si sólo fuese un noble más de la Corte, pero es que iba a pasarme días enteros con él. Tenía que saber cómo interpretarlo cuanto antes, para que yo pudiera prepararme mental y físicamente para cualquier cosa.

   —Dejadme que os diga varias cosas, lady Aileen —Thomas por fin se dignó a mirarme a los ojos, y lo que vi no me gustó nada—. No soy su amigo ni tengo intención de serlo. Sois sólo una excusa para que yo pueda no estar en palacio, el cual odio y, junto a él, a todas las personas de la alta nobleza. ¿Adivinad qué, milady? —Inquirió con sorna—. Vos pertenecéis a ese grupo de gente. No estoy aquí para jugar a la pareja feliz, ni a los mejores amigos, ni a los hermanos favoritos. Soy vuestro guía, vuestro príncipe y vuestro guardaespaldas. Nada más.

   Si se pensaba que todo eso iba a dolerme, o a hacerme callar, lo llevaba claro. Él nunca había estado en un instituto público americano. Y no había recibido charlas sobre el acoso escolar y cómo enfrentarlo.

   —Pues para ser mi guardaespaldas, no estás guardando muy bien mi espalda. Siempre vas delante de mí.

   Bien, ahí estaba, ese tic en la ceja que indicaba que se estaba hartando de mí. Estupendo. Ahora sólo tenía que procurar que no me atravesara con la espada que sabía que tenía guardada en la alforja.

   Sacó algo de uno de los bolsillos de su pantalón. Era un anillo, una especie de alianza. La tendió hacia mí con su mano izquierda, donde pude ver que él llevaba una sortija de oro similar.

   —Póntelo —me ordenó de mala manera. No era buen momento, pero me alegraba de haber conseguido que se olvidara de las formalidades—. En verdad, no tengo ni idea de en qué mano se pone, pero voy a llevarlo en mi mano izquierda porque es donde menos me molesta. Haz lo mismo.




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