No en esta vida (trilogía Tres Vidas I)

Capítulo 15

   Delphine me dejó en la puerta de la posada, por lo que no corrí el riesgo de perderme. Después del aquella noticia tan impactante, la vieja amiga de mi tía no me contó mucho más. Insistió en que debía leer la última obra publicada de tía Fiorella y, como resultado, acabó entregándome el tomo. Un regalo agridulce, porque tenía la sensación de que lo que encontraría al abrir el libro no me gustaría mucho.

   Subí, pues, las escaleras hacia la habitación que compartía con el príncipe, apretando con fuerza el libro contra mi pecho. Me quedé parada delante de la puerta sin muchas ganas de entrar. Después de que pasaran unos silenciosos segundos y de que el pasillo empezara a darme un poco de miedo debido a su profunda oscuridad, abrí la puerta con delicadeza, procurando en todo momento no hacer ningún sonido que alarmara a Thomas. Y lo hacía no por preocupación a que, en caso de que estuviera durmiendo, le pudiera despertar, sino porque lo que no quería era tener que enfrentarle.

   El primero –y único– en recibirme fue Nil. El pajarillo se estrelló contra mi rostro en el mismo momento en el que solté el pomo. Di un paso hacia atrás para mantener el equilibrio, y luego le devolví el saludo. Se apoyó en mi hombro una vez se hubo calmado para que yo pudiera cerrar la puerta.

   Eché un vistazo a la cama. El Segundo Príncipe tenía los ojos cerrados y, por los suaves ronquidos que emitía, deduje estaba durmiendo. Me dio rabia admitirlo, pero constatar ese hecho me quitó un peso de encima. Todavía no estaba preparada para encarar a Thomas. Lo que había dicho Delphine y el recuerdo de las palabras de Zade estaban aún muy recientes.

   Me desvestí tras el biombo sin producir ruido alguno bajo la atenta mirada de Nil, quien se había posado en la parte de arriba de éste. Ni siquiera cuando volvía de fiesta a casa cuando era White era tan sigilosa –de hecho, mi padre solía despertarse todo el rato para asegurarse de que había llegado bien y me llamaba a susurros al oír la puerta principal cerrarse.

   La vela que el príncipe había tenido encendida amenazaba con apagarse debido a la poca cera que le quedaba, pero preferí no encender ninguna otra. La luz lunar que entraba por la ventana, sumada a la emitida por la llama, era suficiente para que yo pudiera recostarme en la cama y poder leer un par de páginas antes de caer rendida por el sueño. Hoy estaba muy cansada. Emocionalmente.

   Me dirigí a la cama. Destapé mi lado, me senté en ella, con la espalda pegada al cabecero, y eché las sábanas sobre mis piernas. Nil revoloteó a mi alrededor hasta que me hube arrellanado en el colchón, y entonces se acopló en el hueco entre mi hombro y mi cuello.

   Deposité el libro entre mis piernas cubiertas por la manta. Me le quedé mirando durante unos instantes. Mis dedos estaban temblando ligeramente con anticipación. Alargué las manos hacia el ejemplar y lo abrí por la primera página. Pasé a la número siete, obviando los detalles de la portada y la edición, hasta llegar a la dedicatoria. Ahí, las letras cursivas me recibieron con frialdad, demasiado lejanas y carentes de sentimiento como para pensar que tía Fiorella en realidad las había escrito pensando en mí.

«Para mi querida sobrina,

quien ha inspirado esta obra.»

   Pasé la hoja, encontrándome con el prólogo esta vez. En él explicaba que «Quien debería ser» estaba, como ya había mencionado, inspirado en mí y que, por desgracia, muchos de los datos utilizados en esta obra eran ciertos.

   Esa advertencia provocó un nudo en mi garganta. Tragué saliva para intentar deshacerlo, en vano. El nudo siguió ahí hasta que terminé de leer y, aun después, el sentimiento de desagrado no desapareció.

   En el capítulo uno hablaba de mis padres, a quienes había asignado, como a los dioses nórdicos, con los nombres de Loki –para el duque– y Sigyn –para la duquesa. Comenzaba con el matrimonio arreglado entre ambas familias y seguía con la luna de miel en un pueblo de la costa en los capítulos dos y tres. El final del dos parecía perfecto, una pareja de conveniencia que había acabado llevándose bien, llegando incluso a tener una relación de confianza. Fue en el tres donde todo se fue al garete. Según la narradora, Sigyn no se sentía satisfecha con las atenciones de su recién adquirido marido, por lo que, fácilmente, sucumbió a los encantos de un atractivo marinero que conoció en uno de sus paseos por el pueblo sin la compañía de Loki. El nombre de dicho marinero era Céolsige, pero no decía nada del apellido.

   Llegados a este punto, yo comencé a sospechar lo que me esperaba en el capítulo cuatro. El ligero tembleque de antes evolucionó y se transformó en uno algo más intenso. Sujeté el libro con fuerza, ya que corría el riesgo de caérseme de las manos y, llena de curiosidad y nerviosismo, proseguí la lectura.

   Sigyn empezó a verse con Céolsige a escondidas de Loki en los diez días que le quedaban de luna de miel. Y, como no podía ser de otra forma, cedió ante los avances del marinero. Tuvieron una apasionada noche y, después de esa, cuatro más.

   Seguí leyendo por puro impulso, pero, a pesar de que mis ojos escaneaban las palabras, mi cerebro no las procesaba. De lo poco que entendí después de eso, Sigyn –mi madre– había quedado embarazada en esa luna de miel, sin que se llegara a conocer el verdadero padre de la criatura –ese bebé era yo.




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