Mi sueño fue muy irregular. Me despertaba casi media hora, no consiguiendo descansar nada. Pensé en levantarme en cuanto el sol se asomara por la ventana, pero, cuando lo hizo, el príncipe se me adelantó, por lo que fingí estar dormida. Le oí ponerse la ropa, con algún que otro quejido de dolor tan bajos que, de no haber estado despierta, no me habría enterado. Me sentí un poco mal por él, por medio obligarle a irse debido a la discusión de anoche. Debía descansar más para que las heridas pudieran sanar mejor.
El sonido de la puerta al cerrarse me impulsó a incorporarme en la cama. Pasé las manos por mi rostro y aparté los mechones de pelo que insistían en entrometerse en mi campo de visión. Recogí mi cabello en un moño mal hecho, que empeoró todavía más al sólo tener a mano una tira de tela para atarlo. Me acerqué a la palangana para lavarme la cara y quitarme las legañas que pudieran haberse acumulado en mis ojos. Me vestí con una involuntaria lentitud, como si mi subconsciente quisiera alargar el tiempo que me quedaba antes de que, inevitablemente, tuviera que dirigir la palabra al príncipe.
Una vez hube terminado, salí de la habitación, dejando a un durmiente Nil en la cama, con la intención de bajar al comedor a desayunar, pero a medio camino cambié de idea y toqué con mis nudillos la puerta del cuarto de Aegan. Un adormilado pelirrojo, desnudo de cintura para arriba, me recibió, frotándose los ojos con una mano. El verde de sus pupilas era más oscuro que de costumbre.
—¿Aileen? ¿Qué haces aquí a esta hora? —Se tapó la boca con la mano al escapársele un bostezo—. ¿Dónde está Thomas?
Tomé una respiración profunda.
—¿Podemos hablar? Juro que no vengo con segundas intenciones.
Aegan esbozó una media sonrisa. Se echó a un lado, una silenciosa invitación para entrar en su dormitorio.
—No se me había pasado por la cabeza —se aclaró la garganta—. Está todo un poco desordenado, pero es que ayer llegué y lo único que hice fue dormir.
Cogió una camisa que estaba pendida, a punto de caerse, en el respaldo de una silla y se la puso. Evité que mi mirada recorriera esos abdominales porque, según descubrí en ese instante, no disfrutaba de la visión de ellos tanto como lo hice con los de Thomas.
—¿De qué querías hablar? —inquirió Aegan sentándose en el borde de la cama.
Yo seguía de pie en el medio de la estancia. Obligué a mi cuerpo a ponerse en marcha y agarré la silla en la que antes colgaba la prenda de Aegan para colocarla frente a él. Me senté con las piernas juntas y mis manos retorciéndose entre ellas.
No sabía cómo empezar.
Abrí la boca en varias ocasiones, pensando que había encontrado la forma de comenzar mi discurso, pero volví a cerrarla al encontrarme sin palabras que salieran de ella. Tomé una profunda respiración y traté de calmarme. El que estaba delante de mí era Aegan, no Thomas. Podía relajarme. Sólo tenía que pensar en Douglas y en lo mucho que se parecían a veces sus personalidades.
—He discutido con Thomas.
Las cejas de Aegan se enarcaron por la sorpresa. Quizás no se esperaba que viniera a él en busca de consejo o de un hombro en el que llorar, pero Evelyn no estaba aquí, así que él era lo más cercano a un amigo que tenía.
—No es por meterte miedo ni por amargarte la existencia —se excusó de una manera más propia del siglo XXI que de este reino—, pero el primer año de casados es el más complicado. Es cuando aprendéis a convivir y cuando más peleas vais a tener. Thomas es una presencia desconocida para ti. Aunque os hayáis visto mucho y aunque ahora estéis de luna de miel, nunca habéis vivido juntos de verdad. Es un proceso largo, pero muchas veces merece la pena —volvió a refregarse los ojos—. ¿Por qué habéis discutido?
—Vale, te va a sonar un poco estúpido, pero no soy la única. Bueno, ahora sí, pero estuvo con otras antes —tergiversé un poco la verdad—. Y no me lo había contado, a pesar de que yo le había preguntado varias veces. Por pura curiosidad, no por celos. Me siento un poco traicionada. ¿Es normal?
Aegan apoyó los codos en sus rodillas e inclinó la espalda hacia delante. Se frotó las manos, como si no supiera muy bien qué decir.
—No es raro que te sientas así —titubeó—. Pero, si confías en él, eso no debe preocuparte. Su mujer eres tú, no ninguna de las anteriores.
Esbocé una inevitable sonrisa desanimada.
Ese era el problema. No confiaba en Thomas. No confiaba en la reina ni en el resto de la Familia Real. Las personas con las que de verdad contaba estaban muy lejos de aquí, y mi ahora único aliado era Aegan. Y sólo lo conocía de unos días.
Me levanté de la silla y sacudí las faldas de mi vestido, como si hubieras cogido polvo. Tomé una respiración profunda.
—Voy a ir a desayunar. ¿Te vienes?
❁ ❁ ❁
Dghers era mucho más grande que cualquier otro pueblo en el que hubiéramos estado hasta ahora. Las casas de aquí eran más amplias y contaba con algunos pequeños edificios de unas dos o tres plantas, un mercado sedentario en una de sus calles y una construcción aristócrata para el ayuntamiento, en donde también se encontraba el salón de baile que utilizaban para recibir a un círculo muy selecto de habitantes en días festivos. La posada en la que nos hospedábamos podría haber sido calificada perfectamente con cuatro estrellas hoteleras. A pesar de que Aegan y yo queríamos pasar desapercibidos, Thomas alquiló una habitación única para el pelirrojo y una suite para nosotros dos.