No en esta vida (trilogía Tres Vidas I)

Capítulo 18

   Manbua era un pueblo costero precioso, con puerto propio y de ambiente turístico, pero no merecía la pena atravesar todo lo que tuvimos que pasar para llegar allí. Al menos, no en verano.

   Tardamos más de lo previsto en llegar. Deberíamos haber tardado sólo una semana en alcanzar el pueblo y, sin embargo, habían pasado casi dos semanas, quedando así dos días para que se cumpliera el primer mes en compañía de Thomas.

   La tardanza se debía al calor insoportable que hacía en la costa, aun cuando éste no era normal en la capital. Esto hizo que tuviéramos que tomar descansos más a menudo. El único que parecía más acostumbrado al calor era Thomas, aunque Aegan aguantaba más que yo. Supuestamente, esta era la tercera vez que Thomas realizaba este mismo recorrido, desde la capital hasta Sysea, pero me pregunté cuántas veces más lo habría hecho por su cuenta.

   Además, los caminos que había que tomar eran inciertos, no sabiendo si encontrarías alguna sorpresa, con mayor posibilidad de que fuera de índole negativa.

   Masajeé mi hombro izquierdo con mi mano derecha. Llevaba tensa desde que el príncipe nos había dicho que íbamos atrasados. La tranquilidad que me había dado Nil al llevarnos a Dghers había desaparecido como la espuma de mar. Desde entonces, mi cuerpo había estado en guardia las veinticuatro horas del día. El grupo de ladrones podría alcanzarnos ahora.

   Estaba sentada en el borde de la cama, con Thomas durmiendo en el otro lado. La amistad entre los tres –Aegan, él y yo– se había estrechado, y ni al príncipe ni a mí nos importaba que la nuestra hubiera pasado a ser una relación física, donde tomarnos de la mano, los abrazos y alguna caricia perdida era lo normal. No había pasado de eso, pero siendo como era Thomas, me conformaba. No quería asustarlo dando el siguiente paso y, no sabía por qué, estaba bastante segura de que él pensaba lo mismo de mí.

   Lancé un suspiro a la nada, el cual despertó sin querer a Nil. El pajarillo revoloteó a mi alrededor unos instantes, antes de posarse en mis muslos y mirarme suplicante, como si pidiera que lo acariciara. Yo no era quien para negarme a esa adorable petición.

   Después de unos minutos y de que a Nil volviera a entrarle el sueño, me tumbé junto al príncipe, de cara a él, una vez mi guardimal se hubo ido a la esquinita donde pasaba la noche. Me quedé observando al rubio en silencio, delineando con los ojos todo su rostro, desde las arrugas en su frente debido a su ceño fruncido hasta su marcada mandíbula, pasando por sus patas de gallo, su nariz espolvoreada con sutiles pecas y sus rosados labios, esos que yo me moría por probar.

   Estiré una mano para rozar su mejilla. Reposé los dedos sobre la piel, moviéndolos en círculos suaves y pequeños, y de arriba abajo. Dejé caer la mano sobre su cuello, bajé por su pecho y la dejé descansando sobre su cintura. Me aprisioné contra él, en una especie de abrazo, recibiendo así su calor corporal. De manera instintiva, Thomas me devolvió el gesto, rodeando mi cadera con un brazo. Él seguía dormido, no se había despertado, y ese hecho me alborotó las mariposas de mi estómago. El rubio estaba preparado para levantarse y defenderse aun estando dormido, y el que no lo hiciera conmigo significaba que confiaba en mí y que yo no suponía ninguna amenaza real para él.

   Refugié mi cabeza en el hueco entre su cuello y su hombro, lo que me permitió aspirar su aroma masculino. Se había bañado antes de meterse en la cama, por lo que todavía le quedaban restos de la fragancia de avena que desprendía el jabón que había utilizado. Desde que se lo recomendara indirectamente en Dghers, había estado utilizando ese jabón siempre que había podido, aunque ya no le hacía mucha falta. Sus heridas se habían curado por completo, a pesar de que la marca de la de debajo del ojo no se había ido y, probablemente, no lo haría en mucho tiempo. Maldije a Belona en mi mente por haberle causado daño al príncipe, por mucho que ella pensara que se lo merecía.

   Su respiración era calmada y profunda, sin llegar a roncar, lo que me incomodó un poco, porque había veces que yo sí lo hacía e, inevitablemente, eso me daba un poco de vergüenza. No quería imaginarme a Thomas mirándome como yo lo estaba contemplando ahora y que de repente se me escapara un sonoro ronquido. Sentí cómo me ardían las mejillas y me obligué a calmarme.

   Cerré los ojos con intención de dormirme. Me acurruqué entre sus brazos y disfruté del calor corporal que deprendía. Sus músculos, firmes y seguros, parecías estar hechos para abrazarme, pues abarcaban a la perfección mi cuerpo, sin necesidad de están cambiando de posición. Me aferré a él con fuerza, y me entraron unas inmensas ganas de...

   Mierda.

   Me desembaracé de él y salí corriendo al baño. Me senté en el retrete y alivié mi vejiga, soltando un suspiro al haber llegado a tiempo. Cuando terminé, me asomé a la ventana del dormitorio, la cual daba a una calle poco –o nada– transitada. Apoyé el hombro sobre la pared, mirando a través del cristal la noche estrellada. Cuando vivía en Nueva York no podía observarlas, debido a la contaminación que había. Tampoco era como si en algún momento me hubiera parado a contemplarlas, ya que por las noches solía encerrarme en mi habitación para leer, ver alguna película o estudiar, y las noches de algunos viernes o sábados me solían convencer para salir de fiesta.

   Escuché un inentendible murmullo proveniente del exterior, por lo que mi vista se dirigió allí. Un grupo de personas, todas vestidas de negras, con capuchas y con pañuelos cubriéndoles el rostro, desfilaron a través de la calle mientras escuchaban las órdenes de quien parecía ser el líder del grupo. No quise adelantarme a los hechos pensando erróneamente que pertenecían al grupo de ladrones de Zade, por lo que relacioné su conducta con la de los miembros de una secta. Decidí engañarme con esa absurdez, mas comencé a alertarme cuando dicho líder alzó la mano y señaló con el dedo índice, cubierto por un guante negro, las ventanas del hotel.




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