No en esta vida (trilogía Tres Vidas I)

Capítulo 19

   Eran las siete de la mañana, apenas unas horas después de haber salido huyendo del hostal. El pueblo de Manbua había comenzado a despertarse, así como también lo hizo el puerto. Las temperaturas, además, estaban ya subiendo, por lo que no volveríamos a tener ese frío nocturno.

   En esas horas que habíamos estado a las afueras del pueblo, Aegan y Nil habían sido capaces de conciliar el sueño. Thomas y yo, en cambio, nos habíamos mantenido alerta en todo momento. No habíamos más que intercambiado un par de palabras del estilo de «¿Tienes frío?», «No, estoy bien», y «Toma una manta por si acaso». Aparte de eso, el amanecer había sido silencioso.

   Nos encaminamos hacia el puerto poco después del alba. Como ya habíamos vaticinado, el grupo de ladrones de Zade estaba patrullando la zona, algunos con rostros cansados y perceptibles ojeras debido a las horas de vigilia. Ni su líder ni Belona estaban en nuestro campo de visión, por lo que deberíamos ser extremadamente cuidadosos, ya que esos dos eran los más peligrosos.

   El príncipe decidió que lo mejor sería disfrazarnos e intentar pasar desapercibidos, puesto que no había manera alguna de que consiguiéramos escabullirnos del amplio despliegue de bandidos. Les dejé mis vestidos más amplios, aunque tuve que aflojar las costuras un poco para que cupieran en ellos. Yo me vestí con las ropas de Aegan, que era el más estrecho de los dos. Tuve que anudarme la camisa y meterla bien dentro de los pantalones, los cuales tuve que rellenar con una media para tener abultada mi entrepierna. Me puse mis botas e introduje en ellas los bajos de los pantalones para no ir arrastrándolos. Thomas me dejó una boina que tenía para poder recogerme el pelo y ocultarlo tras ella. Ellos, sin embargo, tuvieron que comprar –al menos eso fue lo que me dijeron, pero tenía la sospecha de que no había habido ningún intercambio de dinero– un par de pelucas que tuve que peinar para que parecieran más reales y les tapara parte de la cara, la cual maquillé con los pocos cosméticos que me había echado en la bolsa de viaje por si acaso.

   Aegan se ofreció primero para atravesar el puerto. Decidí acompañarle, asemejando una pareja de hermanos. Thomas no quería que yo fuera sola porque, ahora, los ladrones me buscaban a mí; él había pasado a un segundo plano.

   Le ofrecí mi brazo al pelirrojo, que ahora era moreno, para que enhebrara el suyo. Intentamos establecer una conversación informal y adoptar una postura relajada, mas no podíamos evitar estar en tensión. Tratamos de que, al menos, no se nos notara mucho.

   Llegamos al barco que zarpaba hacia Sysea sin ser descubiertos. No quisimos embarcarnos en él hasta que Thomas estuviera cerca, puesto que él apareció en otra zona, y ya estaba dirigiéndose a nosotros. La verdad era que Thomas era el peor camuflado, puesto que tenía las facciones muy marcadas en comparación con el rostro angelical de Aegan. La peluca que llevaba también era morena, y por suerte larga, puesto que así lograba esconder la costura deshilachada de su hombro izquierdo. La había soltado antes un poco, pero Thomas tenía una espalda mucho más ancha que la mía, por lo que el vestido se había resquebrajado en la parte superior. Debía darse prisa para llegar al barco, más que porque la hora de zarpar se acercaba, porque el vestido corría el peligro de descoserse, dejándolo a él desnudo y exponiendo su identidad a los ladrones.

   No pasó nada. Aegan y yo pagamos la entrada y abordamos la embarcación, seguidos por un príncipe convertido en mujer. Los tickets nos salieron más caros por ser mujeres, siendo la explicación del marinero que las mujeres daban mala suerte en alta mar y que por eso llevaban una fianza extra. Puse los ojos en blanco ante tal absurdez y quise cantarle las cuarenta, pero en ese momento lo que menos quería era montar un espectáculo y que nos descubrieran.

   Nos acomodaron en un banco junto a una pareja de recién casados –lo sabíamos porque en su equipaje había un trozo de tela bordado en donde lo ponía– que no paraba de morrearse. Me tocó a mí sentarme junto ellos. La espalda del hombre chocaba todo el rato contra mi brazo, haciendo que yo soltara chasquidos de lengua cada vez que eso ocurría. La chica al otro lado de la pareja parecía igual de molesta que yo. Intercambiamos una mirada comprensiva, y las dos pusimos los ojos en blanco a la vez. Después volvió a repasarme con la mirada, como si le costara creer que fuera un hombre. Decidí ignorarla para no delatarme.

   Thomas pudo entrar en el barco sin problemas, consiguiendo sentarse junto a nosotros. Antes de pegar el trasero a la madera, el príncipe miró de la mala manera el espectáculo lleno de pasión protagonizado por los recién casados y me obligó a correrme a un lado para sentarse él entre la pareja y yo, un gesto que le agradecí profundamente.

   Suspiré, llena de alivio, cuando el barco comenzó su travesía a través del mar en dirección a la isla de Sysea. Los ladrones no habían sido capaces de identificarnos; estábamos a salvo de momento entre la tripulación.

   La rubia al otro lado de la pareja se levantó y se colocó detrás de mí. Sin darme tiempo a reaccionar, recogió los mechones de pelo que se me habían salido de debajo de la boina, de los cuales yo no me había dado cuenta, y los volvió a meter. Su gesto me dejó helada, no sabía si por lo poco atenta que estaba al ocultar mi identidad o por lo rápido que se había percatado ella cuando nadie más lo había hecho.

   —Casi me lo creo —susurró en mi oído, con un deje divertido en su tono.




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