Desde que había escuchado el nombre de Sysea, me había imaginado una enorme isla en medio del mar, con delfines a sus alrededores y un puerto bullicioso. Tal y como la pintaban en el panfleto, así era como debería ser. Mi decepción no pudo ser mayor al desembarcar.
La isla de Sysea no era mucho más grande que el pueblo de Manbua. El poblado, de escasas diez construcciones, era bastante fantasmal. No había ni una sola alma en el puerto, a pesar de ser mediodía. Tampoco se veía gente en la plaza principal, y mucho menos en las dos calles que separaban la aldea. Sysea estaba formada principalmente por naturaleza, y los humanos habían preferido no intervenir mucho con ella, puesto que se habían asentado lo más cerca posible del puerto, sin alejarse mucho de las playas.
Si había que sacar algo positivo de todo aquello, era que la mujer que buscábamos, Lotus Norton, sería fácil de encontrar. O al menos su marido lo sería.
Aegan me tendió la mano para bajar del barco y no tropezar con los salientes de la tabla en no muy buen estado que habían tendido para que alcanzáramos tierra firme. Me agarré con fuerza a su brazo cuando me pillé sin querer el bajo de mi vestido, el cual ahora me venía grande porque era uno de los que había tenido que descoser para que le cupiera, en este caso, al pelirrojo.
Ashton seguía con nosotros. Había hecho buenas migas con Aegan y, ahora, se estaba camelando a Thomas. Suponía que debería de haberme sentido ofendida por ello, pero Ash y Thomas parecían tan a gusto el uno con el otro que me fue imposible sentirme así. Ash era una chica tan simpática que lo que menos pensaría era que intentaba seducir a alguno de mis acompañantes. Ni siquiera a Aegan, ni una sola vez, según me había contado, se le había insinuado. Y, por la postura relajada del príncipe, a él tampoco.
Aunque me disgustara un poco admitirlo, Ashton nos servía para llevar a cabo nuestro cometido, que era encontrar a la portadora de la Pulsera de Lágrimas, conseguir el Artilugio y llevarlo a la capital para que la reina lo mantuviera a buen recaudo. El plan sonaba sencillo; solo esperaba que también lo fuera.
Localizar la frutería fue muy sencillo, más que nada porque Thomas se sabía el camino. No obstante, él se tendría que quedar al margen, pues era al único a quien el señor Norton reconocería y, si nos acercábamos nosotros tres –Aegan, Ash y yo–, tendríamos más posibilidades que si lo hacía el príncipe. Según nos había contado, el frutero no lo toleraba mucho. Algo que no me extrañó para nada.
Por suerte, la frutería estaba abierta, aunque no debía de haber pasado mucho tiempo desde que la hubieran abierto. El señor Norton estaba agachando colocando unas mandarinas en las cajas. Ash se aproximó a él y carraspeó para hacerse notar. Cuando el señor Norton alzó la cabeza, todo mi mundo se paralizó.
El hombre que tenía delante no era Magnus Norton. Al menos, no era el Magnus Norton que había idealizado en mi cabella. Aquel ex marinero no tenía otro aspecto que el de mi padre. No el actual, sino mi padre White. Era él. Tenía la misma constitución, sus mismos ojos y las arrugas colocadas en los mismos lugares. Eran idénticos, gemelos. Tenía su nariz aguileña, descolocada debido a un accidente durante las pruebas para policía. Magnus debía de habérselo hecho cuando todavía era marinero. Era él. Él y solo él.
Casi me entraron ganas de llorar. Era la misma sensación que tenía con Aegan cuando algún aspecto de su carácter me recordaba a mi hermano Douglas.
Me quedé de piedra, sin poder moverme ni hablar. Sabía que Thomas nos estaba viendo de lejos, que sabría leer mis movimientos y que más tarde me preguntaría qué era lo que me pasaba, pero en ese instante solo podía preocuparme por saber cómo podía poner en funcionamiento de nuevo mis cuerdas vocales y qué le podría decir al señor Norton para saber si, en esta vida, también era mi padre.
Es decir, todo tenía cierto sentido, ¿no? Era verdad que todos pensábamos que me parecía más a mi padre y a mi tía por su cabello castaño y sus ojos marrones, pero el hombre delante de mí también tenía esas características, al igual que labios carnosos, parecidos a los míos, y la forma de la cara, redondita y mofletuda, idéntica a la mía. Al fin y al cabo, era el aspecto de mi padre cuando era White. A eso se le podía sumar que él era un ex marinero y que vivía en la costa –en una isla remota. Si le preguntaba por la duquesa, era probable que no se acordara o que, incluso, ni siquiera supiera que se trataba de una duquesa. Si es que era mi verdadero padre.
A lo mejor era yo, que deseaba con todas mis fuerzas que él fuera, por partida doble, mi progenitor. Quizás trataba de convencerme a mí misma de que él podría ser el misterioso Céolsige del que hablaba mi tía en su libro. Quizás le estaba dando demasiadas vuelta a todo esto.
—Hola —saludó con una sonrisa. Sus dentadura no estaba muy perjudicada, pero sus dientes se había tornado un poco amarillentos—, ¿en qué puedo ayudaros?
—Buscamos a Lotus Norton —respondió Ash. La sonrisa de Magnus osciló un poco—. Nos han dicho que podríamos encontrarla aquí.
Magnus guardó silencio apenas dos segundos. Se aclaró la garganta y continuó con lo que estaba haciendo.
—¿Para qué la buscáis?
—Me dijeron que era la única que podía ayudarme a encontrar pasifloras.
Aegan y yo intercambiamos una mirada interrogativa. Por el nombre, más o menos podía llegar a deducir que se trataba de una planta, o de una flor en particular. No sabía si lo estaba haciendo para no desvelar lo que buscaba en realidad o si lo cierto era que estaba buscando esa planta.