—¿Puedes repetir eso? —fue lo único que fui capaz de emitir después de haberme quedado casi un minuto entero mirándolos boquiabierta.
Sin embargo, en vez de responder, Magnus y Lotus se levantaron de sus asientos y me instaron a mí a hacer lo mismo. Dirigí una mirada dubitativa hacia Aegan y Ashton, mas tardé tres segundos en decidirme a seguirlos. Me llevaron a otra sala, esta vez subterránea, a la que se accedía primero saliendo por la puerta trasera y después a través de una entrada en el suelo, como el refugio bajo tierra de la película antigua de «El Mago de Oz». Se trataba de una especie de búnker donde tenían guardadas las frutas y verduras, para conservarlas a su temperatura ideal, la cual, en ese momento, era bastante baja para mi gusto.
Me aseguré siempre de ir detrás de ello, por si tenían algo planeado en mi contra y necesitaba huir. Era la que más cerca me encontraba de la salida, y en caso de emergencia, se me ocurriría algo para salir del apuro. Aunque, bueno, no sabía exactamente cuántas posibilidades tenía contra una bruja de la tierra bajo tierra, la cual, por cierto, iba encendiendo con su magia las velas casi gastadas que había allí.
Aguardé, con todos mis sentidos alerta, a que llegaran al final del conducto. Una vez allí, Magnus sacó una llave de por debajo de su camisa, la cual llevaba colgada al cuello, y la introdujo en un huequecillo que había, tan pequeño que hasta que no metió la llave no me fijé de que existía. La giró y se apartó, dejando paso a Lotus, quien apoyó la mano sobre el muro y susurró unas palabras parecidas al latín, aunque diferentes a las utilizadas antes pero el otro hechizo. La superficie bajo su palma se iluminó, creando un círculo alrededor de esta. Me pareció oír como unos engranajes moviéndose, pero no había nada de ese estilo allí.
Cuando Lotus apartó la mano, yo casi no podía aguantar más el suspense. Me incliné sobre los hombros de la pareja, a tiempo de ver cómo el muro sobre el que había estado apoyada la mano de Lotus se deslizaba hacia abajo, desapareciendo bajo la el suelo. Se pudo observar un pequeño estante, repleto de diferentes piezas que parecían...
—¿Escamas? —exclamé en voz alta.
Magnus introdujo la mano en el interior y extrajo unas cuantas, todas de un extraordinario color azul de Prusia. Me las extendió para que las analizara. Sintiéndome cada vez más curiosa y atrevida, alcancé una escama y la sostuve entre mis dedos, rozándola con las yemas y sorprendiéndome lo suave que era si la acariciaba en un sentido y lo rugosa que quedaba si la acariciaba en sentido contrario.
Desvié la vista hacia Magnus, quien me miraba con un afecto casi genuino. Deslicé mi escáner por todo su cuerpo, deteniéndome especialmente en sus piernas, las cuales alterné con la escama en mi mano.
—¿De dónde las habéis sacado?
Lotus se reclinó hacia atrás, reposando la espalda contra la pared, y se cruzó de brazos. Dejó que fuese Magnus quien me diera una explicación.
—¿Te has bañado alguna vez en el mar, Aileen? —negué con la cabeza. Una sonrisa ladeada apareció en su rostro, como si se hubiera esperado esa respuesta—. Lo suponía —alzó una de las escamas que había cogido antes y la sostuvo frente a mis ojos—. Son mías —soltó la bomba, aunque no provocó mucho impacto en mí, puesto que había estado barajando esa posibilidad—. Es lo que le pasa a mi cuerpo si me sumerjo por completo bajo el agua en una zona en la que no haga pie.
—¿Te transformas sin más? —pregunté, pensando en la serie «H2O» que veía de pequeña en la televisión, siendo una White, la cual iba sobre tres chicas adolescentes que si les tocaba el agua se convertían en sirenas.
—Algo así —Magnus dejó las escamas que sujetaba en mis manos, se agachó y se remangó los pantalones.
Al principio, lo único que se me ocurrió hacer fue fruncir el ceño, pues mi recién descubierto padre había dejado sus piernas al descubierto y las había exhibido cerca de mí para que las contemplara. Al menos, eso fue lo que entendí.
No obstante, a medida que mi vista se fue acostumbrando a la poca iluminación que había allí abajo, unas casi invisibles marcas se revelaron en la piel de Magnus. Los engranajes que me había parecido escuchar antes resonaron en mi cabeza. Acerqué una de las escamas a su pierna y, como piezas de un puzle, esta se amoldó a la diminuta cavidad.
—Aparecieron en mis piernas la primera vez que buceé en el mar, alejado de la orilla. Aunque pueda sonar poco creíble, no sabía nadar hasta hace unos cuantos años, a pesar de ser marinero. Aprendí porque nos mudamos aquí, a Sysea, y fue después de haber visitado esa cueva. Me sumergí para asustar a Lotus, pero el que se llevó la sorpresa fui yo. Es una sensación extraña y complicada de explicar. Lo entenderás cuando te pase —Magnus volvió a bajarse las perneras—. En un solo instante, era capaz de respirar bajo el agua y de nadar más rápido que cualquier ser humano —estiró el cuello para que le echara un vistazo. Unas delgadas líneas se extendían a ambos lados—. ¿Cómo dijiste que se llamaba esto?
—Branquias —respondió Lotus.
Magnus asintió con la cabeza, en agradecimiento.
—Branquias —repitió—. Funcionaban como una nariz nueva. Quise correr a enseñárselo a Lotus, pero en cuanto mis pies tocaron tierra, todas las escamas cayeron. Pude recoger unas cuantas, y decidimos guardarlas a buen recaudo, por si alguna vez necesitábamos venderlas. Desde entonces, no he vuelto a bañarme en el mar. Esa vez, por suerte, estábamos solos.