No en esta vida (trilogía Tres Vidas I)

Capítulo 23

   Me asomé a la ventana de la habitación que compartía con Nil, Ash y Aegan. Los tres llevaban ya media hora dormidos, pero yo no era capaz de pegar ojo. No sabía si se debía a la incertidumbre del mañana o al hecho de que nuestro viaje estaba llegando a su fin, a pesar de todavía quedar la vuelta. Además, Magnus había dicho que la cueva era un lugar al que no le gustaría volver, por lo que solo me quedaba pensar que lo que nos encontraríamos allí no sería agradable.

   Abandoné la cama que se me había asignado, esquivando a Nil e intentando que los muelles y los soportes de madera no chirriaran mucho. Agarré una pequeña manta y me la pasé sobre los hombros. Me dirigí a la cocina a ver si había quedado algo del té de esa tarde. No tuve suerte, así que decidí investigar por mi cuenta e intentar hacerlo yo. Si hubiese tenido un microondas todo habría sido más fácil y silencioso, pero no en este mundo no existían, por lo que mi única contramedida fue cerrar la puerta para menguar el ruido que iba a producirse.

   El té resultante quedó muchísimo peor que el de Lotus, aunque al menos sabía mejor que el que tomaba en casa. Me lo tomé en sorbitos pequeños, dejando que el líquido entibiara mi garganta. Apoyé mi zona lumbar en el borde del mueblecito de la cocina, cerré los ojos y tomé una profunda bocana de aire antes de volver a soltarla con lentitud. Dejé la mente en blanco durante unos segundos y, cuando volví al presente, ya me había terminado la taza de té.

   Puse los utensilios en el fregadero. No sabía exactamente cómo, pero Magnus y Lotus habían conseguido instalar tuberías en su cabaña, aun viviendo en el medio de la nada. Abrí el grifo, de donde el agua salió helada, y fregué lo que había ensuciado. Estaba tan concentrada realizando la labor e intentando que no se me agarrotaran los dedos que no me percaté de que la puerta de la cocina se abrió tras de mí.

   Al menos, Thomas tuvo la consideración de susurrar mi nombre para ahorrarme un parón al corazón debido al susto. Le sonreí como respuesta y él cerró la puerta después de entrar antes de acercarse a mí.

   Se posicionó detrás de mí, rodeó mi cintura con sus brazos y reposó su barbilla sobre mi hombro derecho, mientras yo seguía fregando los cacharros. La escena, tan hogareña, causó estragos en mi estómago. No estaba segura de si se debía a las mariposas o al frío que estaba comenzando a tener.

   —Jamás hubiera pensado que sabías hacer este tipo de plebeyeces.

   —Te sorprendería la de cosas que soy capaz de hacer —refuté.

   Thomas depositó sus labios sobre mi cuello y le sentí esbozar una sonrisa contra mi piel ante mi descaro.

   —Con eso sí que pareces más la hija de un duque.

   Me mordí el labio inferior y suspiré. Todavía estaba sensible con ese tema. Se me hacía raro pensar que el duque de Bellburnd no era mi verdadero padre. Dudaba que lo supiera, e incluso podría apostar las monedas de oro que nos quedaban a que mi madre también pensaba que era la hija del duque. Me había estado repitiendo hasta la saciedad, desde que había nacido, lo mucho que me asemejaba a la tía Fiorella, aunque solo fuera por el cabello castaño y el color de ojos. En esto, supuse que mi madre había salido ganando; había tenido la suerte de que mis rasgos fuesen tan comunes.

   Lo que no me explicaba era como tía Fiorella se había enterado de ello. ¿Lo habría sabido desde el principio? Quizás se lo había dicho alguien más. ¿Estaba algo demente si pensaba en la posibilidad de que tía Fiorella fuese una bruja? A lo mejor solo era una mujer de ciencias, a pesar de que no recordaba que me hubiera sacado sangre en ningún momento.

   Thomas apretó sus brazos alrededor de mis caderas, de tal manera que su pecho quedó completamente pegado a mi espalda, ocasionando así que mi atención fuera redireccionada a él.

   —Necesitaba quedarme a solas contigo —musitó. Si no hubiese estado tan cerca de mi oído, estaba segura de que no le habría escuchado.

   Yo también había querido hablar con él a solas. Eran demasiados los asuntos que tenía que discutir con él, y era preferible hablarlos sin nadie más presente, pues algunos de ellos eran muy personales.

   Terminé de fregar y cerré el grifo para secarme las manos en un paño que Lotus tenía colgado en la pared, justo encima del fregadero. Giré sobre mí misma, todavía atrapada en el abrazo de Thomas, y deslicé mis manos sobre su pecho, lentamente, hasta llegar a su nuca, donde terminé enlazándolas.

   —Aquí me tienes —mojé mi labio inferior con la lengua, en un movimiento seductor. O al menos intenté que lo pareciera.

   Funcionó, menos mal. La mirada de Thomas se clavó en mi boca, y no se desplazó ni un solo milímetro durante al menos medio minuto. Yo disfruté de la sensación de sentirme deseada tanto como pude. Tanto como fui capaz de controlarme.

   Me incliné sobre mis puntillas hacia delante, apoyando todo mi peso en Thomas y cubriendo sus apetecibles labios con los míos. El príncipe me recibió con una sonrisa, como si no le extrañara nada mi actitud. Nos perdimos el uno en el otro, lo que nos llevó, a su vez, a perder la noción del tiempo.




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