—Tengo que ir —explicó ella una vez más. Él la entendía, y no lo aceptaba.
—No tienes que hacerlo sola —respondió él en voz baja. Sabía que darle la contra podía ser imprudente en ocasiones, que ella solía hacer todo lo contrario a lo que le pedían.
—Pero aún así lo haré.— Lo sabía. Y él no podía oponerse.
El cazador intentaba convencerla de que no hiciera aquello. La criatura aún estaba suelta en el bosque, y nadie podía detenerlo. Nadie lo había visto en verdad, solo sabían que era una criatura que quizá tomaba la forma de un lobo, a juzgar por el aullido. Una especie de transformista, quién sabe. En el pueblo habían advertido a todos que no podían cruzar, y que quizá hasta era mejor que los cazadores no se internaran en el bosque para evitar una emboscada de la criatura. Todos estaban dispuestos a cumplir esas advertencias, excepto la mujer que tenía al frente.
Ella no iba a dar su brazo a torcer. Antes de que las autoridades prohibieran cruzar el bosque, un comerciante llevó la noticia al pueblo. La abuela de la chica estaba muy enferma, quizá moriría. Los vecinos le llevaban comida y aparecían cada tanto a ver por ella, pero no había nadie que se hiciera cargo de la pobre. Él sabía que la abuela de la muchacha estuvo a su lado de niña. Que fue ella quien la crio, quien le dio todo. Ella sabía que le debía todo a la anciana mujer, y a pesar de las advertencias estaba dispuesta a cruzar el bosque para llevarle comida fresca a su abuela y cuidar de ella durante su enfermedad.
Era un gesto noble, dirían algunos. Él pensaba que era una locura. Ella no iba a poder cruzar el bosque sola, menos con esa criatura rondando. Iba a hacerle daño, la atacaría, la mataría antes de que llegara con su abuela. O al menos eso era lo que pensaba hace unos días, pero entonces llegaron otros rumores. La criatura era un transformista, cierto. Pero uno que gustaba de seducir muchachas hermosas y quedárselas. ¿Qué hacía con ellas? Nadie lo sabía. Quizá las devoraba sin piedad, quizá algo peor.
Y por eso, aunque él sabía que era necesario que ella vaya a ver a su abuela y le salve la vida, él tenía que detenerla. Porque no podía perderla, no podía dejar que le pase nada. Sin ella ese mundo se haría vacío.
—No puedes rechazar mi ayuda —insistió él—. Te escoltaré por el bosque, te dejaré con tu abuela a salvo. Si estamos juntos nada va a pasarnos.
—Tú no puedes ir, el gobernador dio la orden a los cazadores de que se quedaran —respondió ella. Por alguna razón parecía empeñada en ir sola.
—Dio la orden de que nadie saliera del pueblo, eso te incluye.
—Ya lo sé —dijo ella con voz amarga—. No puedes venir, esto es cosa mía. Y no quiero ponerte en riesgo.
—¿Por qué insistes en esa imprudencia? ¡No vas a arriesgarte así! ¿Quieres que esa criatura te mate? ¿Es eso?
—No —respondió ella despacio. Lo miró a los ojos, parecía triste, pero aún así estaba decidida. Él sabía que no podía hacer nada para cambiar su opinión—. Tú me conoces muy bien, sabes que he cruzado ese bosque muchas veces, conozco los atajos. Solo no puedo desviarme del camino, nada más. Debes comprenderme, es mi abuela, no puedo abandonarla ahora.
—No te estoy diciendo que no vayas a salvarla, solo te estoy pidiendo que no lo hagas sola, nada más. De verdad estoy muy preocupado por ti, ¿por qué no lo entiendes? ¿Acaso no te importa cómo me siento? —preguntó él dolido.
—Tengo prioridades, mi abuela...
—Ya lo sé—dijo con molestia. Ya estaba cansado de ese argumento—. ¿Y qué hay de ti? Ella no querría jamás que te sucediera algo, lo sabes. Iré por ti, si deseas. Me arriesgaré yo mismo e iré a cuidar de ella con tal que tú te quedes a salvo. No quiero verte partir para nunca volver, ¿acaso no te importa la angustia que siento de saber lo que puede pasarte?
—No digas esas cosas, claro que me importas —contestó ella. La joven intentó calmarlo, él quiso apartarse. No soportaba la idea de dejar que se fuera al bosque sola. No podía controlarla, no podía retenerla. Ella era una mujer libre, y eso era justo lo que amaba de ella. Era su amigo, siempre fue solo eso. Y solo cuando sentía que podía perderla para siempre era que aparecía esa necesidad de retenerla a todo costo—. Voy a volver a verte.
—No prometas algo que sabes que no vas a cumplir. Y desde ahora te advierto que estaré detrás de ti, no vas a ir sola a ese bosque.
—No me sigas, por favor. Sé que ahora no puedo explicarte, pero tienes que entenderlo. Solo eso te pido, nada más. Cuando todo esto acabe voy a contarte todo. Ahora solo confía en mí.— Algo ocultaba, y tenía que ser algo grave. Aprovechando que bajó la guardia, ella se acercó más a él y acarició despacio su mejilla. El cazador la miró casi sin respirar, sentía que el corazón se le había acelerado. Recordaba que, de niños en medio de sus juegos, besó sus tiernos labios infantiles. Quizá ella lo había olvidado, pero él no hizo otra cosa que soñar con volver a besarla. Y ahora la tenía ahí al frente, con esos labios rojos y tentadores. Moría de deseos por besarla, sabía que podía ser la última vez. A pesar de eso, no lo hizo. Retrocedió, no creía que fuera correcto besarla. Siempre fueron amigos, nada más. Aunque quizá entre ambos había más que eso, lo sabía. Complicidad, un gusto. Pero si hasta el momento nadie había dado un paso más, quizá lo mejor era no forzar las cosas. Él era un simple cazador, ella la criatura más bella del pueblo. No la merecía, y no le daría un beso forzado como despedida.
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Editado: 27.06.2019