"Acabaré con esto", se dijo la muchacha de la caperuza roja. Era un día de invierno de aquellos en que, a pesar del sol, este no calentaba el cuerpo en absoluto. Al contrario, seguía haciendo frío. Corría una brisa helada que la obligó a acomodarse la caperuza para abrigarse.
Por un instante se preguntó si quizá sería así como la recordarían en el pueblo, suponiendo que las cosas no fueran como ella creía. Si quizá cuando piensen en ella la llamaría como la chica de la caperuza roja. Cuando salió del pueblo con la cesta de la comida y las medicinas para su abuela le pareció sentir las miradas llenas de pena sobre ella. Como si ya estuvieran seguros de que no iba a sobrevivir a su pequeña excursión en el bosque. Ya la daban por muerta.
Bueno, pequeña excursión no era. En otros tiempos el bosque fue un lugar seguro que podía cruzar cualquier día, pero todo había cambiado por la presencia de ese lobo. No le agradaba nada la idea de volver a cruzárselo, no quería pensar que quizá él la estuviera mirando en ese momento.
La chica lo había visto hace varias semanas en su forma humana. Estaba recogiendo algunas yerbas para una infusión, cuando de pronto aquel ser apareció ante ella. No importaba lo bello que fuera, ese era un monstruo que había devorado a varias de sus amigas y otras chicas inocentes. No podía haber bondad oculta en él, aquel era un demonio disfrazado. Su belleza podía distraer, pero ella no dejó que eso pase. No, él era una criatura abominable y de ella solo tendría desprecio.
Llevaba poco más de una hora de camino, se había asegurado de seguir por la ruta marcada y tradicional, sin desvíos ni nada. Ahora tocaba bajar por la colina y seguir de largo por una media hora, así llegaría donde la abuela. Apresuró el paso, no quería tardar mucho tiempo. No sabía si su abuela seguía con vida, pero necesitaba verla. Poco después de bajar la colina fue que lo vio. El lobo en su forma de bestia.
Estaba recostado en el camino, como quien espera. A pesar de su apariencia animal, la chica podía ver en sus ojos la inteligencia de esa criatura. Incluso le pareció que hacía una especie de mueca, como una sonrisa. Oh si, estaba segura que estuvo esperándola todo ese tiempo. Y ella sabía que era inútil desviarse del camino, él iba a seguirla. Sabía exactamente lo que quería. Por eso siguió la ruta tal cual era, sin desviarse ni nada, pasó por su lado indiferente. Él rió.
—¿Por qué tan sola, querida? —preguntó aún en su forma de lobo. Era extraño, y su voz se parecía mucho a la que usaba cuando tomaba la forma de hombre—. Veo que me hiciste caso y le dijiste a ese cazador infeliz que se mantenga alejado de ti.
—No es un cazador infeliz —respondió rabiosa mientras seguía su camino sin mirar atrás. El lobo se puso se pie y empezó a caminar tras ella, podía sentirlo. Intentaba no tener miedo, pero era muy difícil. Él era más fuerte que ella en todos los sentidos, si quería podía simplemente arrojarse encima y matarla. Respiró hondo varias veces para serenarse, no quería que él notara sus nervios. Aunque de seguro ya lo sabía, era una bestia sangrienta después de todo, podía oler su miedo—. Y no es mi novio.— "Aún", se dijo. Porque lo serían, estaba segura. O al menos eso quería pensar.
A veces la joven se preguntaba qué detenía al cazador. Por qué a pesar de todas las oportunidades que le lanzó, él retrocedía y escogía la seguridad de la amistad. Quizá no era lo suficiente clara, quizá a él le hacía falta que vaya directo a decirle que le gustaba, que lo quería en secreto de toda una vida y que de verdad le gustaría ser su chica. Pero él no quería, o no podía, quién sabe. Podía sentir en sus miradas y en su forma de ser que en verdad estaba interesado en ella, pero no se animaba a dar el paso que los uniera. ¿Por qué? Quizá era por todas esas cosas que decía en el pueblo.
Que ella era la muchacha más bella de todas, que quizá debería pensar en salir del pueblo e ir como doncella de alguna señora a la ciudad. Entrar en la corte, conseguir un marido noble, hacerse rica. O quizá casarse con algún comerciante, con alguien que valga la pena y le dé la vida de reina que merecía. Ella no creía ser una especie de ser superior que mereciera todas las consideraciones y la mejor de las suertes. Pero quizá eso le hacía pensar al cazador que amaba que él no la merecía. No era cierto, y eso él tenía que saberlo. Era tan importante en su vida que hasta la maldita criatura lobo que estaba obsesionado con ella le había advertido que si lo veía en el bosque iba a matarlo. La chica no entendía a veces esa manía de la gente de creer que el amor era una especie de competencia donde una es el premio mayor y los hombres tienen que sumar puntos para ganársela. Las cosas no eran así, se amaba y punto. Si él no la merecía eso no le importaba. Así lo amaba.
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Editado: 27.06.2019