No eres libre de morir

Capítulo 6

El auto avanza a velocidad peligrosa. Harper está callada, mirando por la ventana.Yo no la suelto, ni siquiera para cambiar de marcha. Su voz, antes llena de furia, ahora es un rugido roto.
—¡Era mi maldito oncólogo, Matthew! ¿Qué más quieres? ¿Un informe notariado? ¡Estoy muriéndome y no quería tu lástima! —grita.
Golpeo el volante. Una vez. Dos. Respiro hondo. Cuando hablo, suena a orden y a súplica al mismo tiempo
—Escúchame bien, Harper. Yo te consigo al mejor puto doctor del mundo. No a ese imbécil que ni sabe usar corbata—Pauso y la miro desesperado—Uno de verdad. De esos que tratan a presidentes. De esos que reviven cadáveres.

Ella se ríe con amargura.

—¿Crees que no lo intenté? No hay cura para lo mío, Matthew.

Acelero. El motor ruge como mi orgullo destrozado

—Porque no me tenías a mí.—hablo en voz baja, letal—Conozco a innumerables médicos todos exelentes.Puedo contratar al mejor médico del mundo.Contacto con médicos en otro país conozco a un equipo en Zúrich que hace milagros con cáncer en etapa cuatro, laboratorio en Singapur que fabrica medicinas que ni están aprobadas.—la vuelvo a mirar.—Lo que sea. Lo que cueste.
Ella me mira sorprendida.Aun no sabe lo que estoy dispuesto a hacer por ella.
—¿Por qué? Después de todo lo que… —su voz se debilita.
—Porque no te permito irte. Ni de mi vida. Ni de este mundo.— Aprieto su rodilla, como si pudiera transferirle mi fuerza—. Tú no haces nada. Yo lo hago todo.
Silencio. Harper mira sus manos. Yo conduzco como un condenado. Afuera, la ciudad pasa en un borrón. Ninguno menciona a Esmeralda, olvidada en el restaurante. Ni al doctor con la nariz rota.

Esto ya no importa .

Al llegar a casa la arrastro del brazo por el vestíbulo del penthouse. Los empleados apartaban la mirada. Todos saben lo que ocurrirá hoy en mi penthouse.Harper intenta soltarse cuando las puertas del ascensor se cerraron.
—Ya hiciste tu show —escupió—. ¿Ahora qué? ¿Me vas a encerrar otra vez?
Yo no respondí .La empuje contra el espejo, mordiendo su hombro descubierto mientras mis manos recorrían su cintura.Demasiado delgada. Demasiado frágil.Demasiado mía.
—Vas a quedarte —rujo contra su piel—Y vas a vivir.
El ascensor *ping* sonó. Harper jadeó.
No hubo preámbulos.
La levante como un saco de huesos preciosos y la tiró sobre la cama de seda negra. **Su cama.** Donde ella había dormido, donde había llorado, donde yo la había amado hasta que ya no podía caminar.
—Te odio —mintió Harper mientras le arrancaba la ropa.
—Mientes—gruño, abriéndole las piernas con una rodilla— Odias que te salve. Odias que aún te conozca mejor que tú.
Y entonces la poseí.Sin condón. Sin cuidado. Un acto de firmeza, no de placer. Cada embestida era un "aquí estoy", un "soy tu dueño", un "nadie te tocará mientras respire".
Harper gritó, arañándome la espalda, pero sus piernas me envolvieron como siempre lo hacían. Como si su cuerpo recordara lo que su mente negaba.
—Si te vas —jadee, clavándome más hondo— te persigo. Si mueres —un gemido ronco—te desentierro.
Ella vino con un sollozo. Él la siguió, llenándola, marcándola.
Después, mientras Harper jadeaba entre las sábanas arrugadas.Salí de la cama. *Ni un beso en la frente. Ni un "¿estás bien?".Solo me vesti frente al ventanal, la ciudad brillando como un botín a mis pies.
—Mañana a las 5 AM llega el jet —digo mientras me abrocho el reloj—Vas a Zúrich. El doctor Weiss te espera.
Harper rió, débil.
—¿Otro? ¿En serio?
Me gire con ojos de lobo hambriento
—Hasta que uno diga la palabra mágica.Hasta que uno te arregle.
Ella quiso protestar. Pero yo ya estaba en la puerta.
—Y Harper—dije sin mirarla— Si no estás despierta a las 4:30, te subo dormida.

—☆—☆—☆—☆—☆—☆—☆—☆—☆—☆—

La tormenta golpeaba los ventanales del penthouse como si el cielo también estuviera enojado. Harper estaba de pie, envuelta en una de mis camisas demasiado grande para su cuerpo frágil.La observaba desde la puerta, como si memorizara cada respiración.
—No voy a Zúrich —dijo ella, con la voz quebrada pero firme—No quiero pasar mis últimos días en un laboratorio.
Cruce la habitación en tres pasos.La agarré de la cintura. No con fuerza, no con rabia. Como si temiera que, si apretaba demasiado, se me desintegraría entre los dedos.
—Entonces quédate aquí —susurre, enterrando el rostro en su cuello—Conmigo.
Laa desvestí como si fuera la primera vez, como si cada cicatriz, cada hueso marcado bajo su piel, fuera un tesoro.Y lo era, para mí lo era.
—Te odié tanto—murmure entre besos— Tres años sin saber si estabas viva. Tres años preguntándome qué hice mal.
Harper me miró, y por primera vez en años,vio lo que mis ojos expresaban. Solo dolor. Solo amor.
—Nunca te olvidé —confesó él, llevando su mano al pecho, donde el corazón latía salvaje—Ni un solo día.
Ella comenzo a llorar, pequeñas lágrimas como cristales salían de sus preciosos ojos.
—Yo sí —mintió— Todos los días intenté olvidarte.
Yo solo sonreí triste .
—Mentira.
Y entonces la hice mía otra vez. Lentamente. Dulcemente. Como si el tiempo no existiera. Como si la muerte no nos estuviera esperando.
Después, mientras la lluvia acariciaba los cristales, Harper apoyó la cabeza en mi pecho.
—Haré lo que sea por ti —susurre jugando con su pelo—Si quieres el sol, lo traeré. Si quieres la luna, la arrancaré del cielo.
Ella rió, débil.
—Solo te quiero a ti —dijo—Aunque sea solo un día más.
Solo la abrace lo más fuerte que pude sin romperla.
—Tendrás todos los días que quieras —prometí—Y todos los que yo pueda robarte.




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