SARA
Son las seis de la mañana, y hoy, después de mucho tiempo, iremos a visitar a mi padre. Estaba en mi habitación terminando de arreglarme; me puse un vestido negro corto y me dirigí al baño para tratar de darle forma a mi cabello. Fue entonces cuando empecé a sentir una corriente de frío. Al salir, una ráfaga helada me recorrió la piel. La puerta del balcón estaba abierta, y yo estaba segura de haberla cerrado. El corazón me dio un vuelco, y me apresuré hacia ella.
—Sorpresa —susurró una voz a mi espalda.
—¡MIERDA! —grité, girándome de golpe. Allí estaba Aaron, recostado con toda calma en mi cama, como si fuera su lugar.
Él rió suavemente.
—Lo siento, quería venir a darte ánimos antes de que te fueras.
—¿Qué haces aquí? —exclamé.
—Solo quería pasar un momento contigo antes de tu visita —contestó.
—Ignoraré el hecho de que casi me causas un infarto y te agradeceré por estar aquí —me acerqué a él y planté un beso en su frente.
—No hay de qué, prometí estar contigo y aquí estoy —respondió.
—Y te adoro por eso —me acerqué un poco más y lo abracé.
—Y yo a ti. Solo vine para decirte que espero que te vaya muy bien visitando a tu padre; mándale saludos de mi parte —dijo, tocando suavemente mi nariz con su dedo—. Ahora este caballero debe irse a dormir para tener la mejor energía cuando vuelvas, porque si no duermo mis diez horas diarias no funciono bien —comentó, y salió por el balcón para brincar al suyo.
—Ustedes van a terminar juntos —dijo una voz detrás de mí.
Me giré y vi a mi hermano recostado en el marco de la puerta.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí parado? —pregunté caminando hacia él.
—Lo suficiente para saber que entre ustedes dos hay algo.
—Estás imaginando cosas, hermanito. Mejor vámonos antes de que se nos haga tarde —propuse, saliendo de mi habitación.
—Esto no se quedará así —amenazó mi hermano detrás de mí.
Bajamos las escaleras, salimos de casa y nuestra madre ya nos estaba esperando en el auto.
El trayecto se hizo eterno. Con cada kilómetro, la ansiedad me apretaba más el pecho, como si una mano invisible me robara el aire. Mis dedos tamborileaban contra mis piernas sin descanso y mi respiración se volvía irregular. Tenía tanto que decirle... Aunque supiera que no habría respuesta, quería creer que, de alguna manera, él podría escucharme, sentirme cerca. Todo el camino jugué con el colgante de mi collar.
Cuando todos bajamos del auto, Hunter y yo habíamos decidido dejar que mamá se adelantara para que cada uno tuviera un momento a solas con papá. Después de ella pasó mi hermano, y sentí que se tardó un siglo. Cuando volvió, tenía los ojos rojos.
—Tu turno, Sa —dijo, poniendo su mano en mi hombro con la mirada en el suelo.
Cuando entré y me acerqué a su tumba, los recuerdos del hospital me golpearon como una ola implacable. Vi a los doctores corriendo de un lado a otro, escuché el pitido agudo y constante de la máquina que anunció que su corazón había dejado de latir. Ese sonido aún lo llevo clavado en el pecho, como una herida que nunca cierra. Unas cuantas lágrimas cayeron por mis mejillas.
—Hola... —murmuré con una risa rota que se perdió en el aire—. Ya sé lo que debes estar pensando: tardé demasiado en venir. Lo siento, papá. Cuando la gente me pregunta cómo estoy, siempre digo que "bien", pero basta que toquen tu nombre para que mi voz se quiebre y mis lágrimas me delaten. Dejaste un vacío en mi vida que nadie podrá llenar jamás. —Apoyé la mano en la fría piedra—. Solo me queda agradecerte todo lo que hiciste por nosotros. Todavía me duele tanto tu partida... Ojalá estuvieras aquí para ver lo mucho que todo ha cambiado, lo mucho que yo he cambiado. Te extraño, papá.
Cuando salí, mi madre me estaba esperando. En cuanto me acerqué, la abracé con todas mis fuerzas, como me hubiera gustado poder abrazar a mi padre el día de hoy.
—¿Cómo estás? —preguntó mi madre, mirándome y poniendo un mechón de pelo detrás de mi oreja.
—Mejor que la última vez que estuvimos aquí —contesté—. ¿Y Hunter?
—Dijo que prefería esperarnos en el auto.
Cuando terminamos, nos reunimos los tres. Entre lágrimas y risas compartimos anécdotas, esas pequeñas historias que lo mantenían vivo entre nosotros. Por un instante sentí un alivio cálido, casi tangible, como si papá estuviera allí, riendo a nuestro lado. Una vez fuera del cementerio, nos dirigimos hacia el restaurante, manteniendo viva esa sensación de unión familiar.
Cuando llegamos, pedimos una mesa y, después de un rato, nos sentamos.
—Debo admitir que fue bastante liberador —comenté, tomando el menú para ordenar mi comida.
—Sí, fue lindo sentir que por un momento todo seguía igual —soltó mi hermano.
—Quiero que lo tengan siempre presente —dijo mamá, estrechando nuestras manos con ternura—: vayan donde vayan, hagan lo que hagan, su padre siempre estará con ustedes.
Su voz temblaba apenas, pero la sonrisa que nos regaló tenía la fuerza de mil abrazos.
Pasamos un lindo rato hablando y riendo. Extrañaba estas cenas en familia.
—Mamá, ya te dije que eres preciosa —soltó mi hermano después de un rato charlando.
—No te voy a dar dinero —dijo mi madre, agarrando su vaso para darle un sorbo a su bebida.
—No es eso. Quería saber si nos dabas permiso de ir a la casa del lago de Aaron —soltó mi hermano.
No estaba muy segura de si era el momento de tocar el tema.
—¿Quiénes van a ir? —preguntó mi madre.
—Los de siempre: Norah, Noah, Aaron y, si nos das permiso, pues Sa y yo.
—Bien, pueden ir. Les hará bien cambiar de ambiente —contestó ella.
—¿En serio? —solté.
—Sí, cariño —dijo mi madre, dejando un beso en mi cabeza.
—Eres la mejor madre del mundo entero —dijo mi hermano, llenando de besos la cara de mi madre.