No eres mi primer amor.

Capítulo 21. Una visita inesperada.

—¿Todo listo? —preguntó Aaron, acomodándose frente a nosotros.

Estábamos en el salón de clases, esperando a que llegara la profesora de italiano.

—A nosotros nos dijeron que no, por lo del incidente del vómito —explicó Noah.

—¿Es en serio? Pero si eso ya fue hace siglos —exclamó mi hermano.

—Tranquilos, yo hablaré con Mason. Será imposible que me diga que no —aseguré.

—Perfecto, lo dejo en tus manos, amiga. Por favor, convéncelo —suplicó Norah, apretando mi mano—. Si no puedo ir a tomar fotos fabulosas, moriré.

Buone giornate, studenti —saludó la profesora entrando al salón.

—No te preocupes, amiga —le susurré a Norah con una sonrisa.

Esa misma tarde estábamos frente a la casa de Noah y Norah, preparados para entrar y pedir el permiso. Aunque, en realidad, todo el trabajo recaía en mí; ellos solo iban como público. Por suerte, el padre de los chicos estaba en casa, ocupado en sus asuntos, lo que hacía todo más sencillo. La madre nos había contado que él estaba recogiendo pertenencias y aprovechando para adelantar unos trabajos.

Así es: Mason todavía se queda en esa casa. Aunque se separaron hace tiempo, insiste en que el estudio es perfecto como oficina, y no ha movido todas sus cosas de allí.

—Yo prefiero quedarme afuera —dijo mi hermano.

—Y yo lo acompaño —añadió Aaron.

—Gallinas, vamos. —Norah y Noah entraron detrás de mí.

—¿Dónde está? —pregunté.

—En el estudio, seguramente —contestó Norah.

—Bueno, aquí vamos —respiré hondo y caminé hacia el estudio.

Allí estaba: Mason, sentado frente a su computador, rodeado de documentos. Tosí suavemente para llamar su atención.

—Hola, Mason, ¿cómo está el mejor padre que podrían tener mis mejores amigos? —dije con una sonrisa exagerada, sentándome frente a él.

Por supuesto, no lo decía en serio. De todos los padres, él podía ser el peor.

—¿Qué quieres, Sara? —respondió sin despegar la vista de la pantalla.

—No seas tan duro, Mason. Solo quiero pedirte si podrías dejar que tus hijos vayan a la casa del lago. —En ese momento, como habíamos planeado, entraron Noah y Norah—. Todavía son jóvenes, y sabes que estas experiencias son importantes. Si los niegas, les estarías quitando la oportunidad de desconectar de la rutina y vivir algo distinto en contacto con la naturaleza.

Por fin levantó la mirada de la computadora, lo cual ya era un avance.

—La última vez que los dejé vivir una experiencia, mi hijo terminó borracho y vomitándole encima a su madre.

—Pero fue una gran experiencia... y un recuerdo inolvidable —repliqué con descaro—. Nos conocemos desde que éramos bebés; sabes que si te prometo cuidarlos, así será. Y no volverán a vomitar delante de ti.

—Por favor, papá —suplicaron ambos con voz suave.

Mason se quedó pensativo unos segundos, con las manos en la barbilla, como si realmente lo meditara.

—Está bien, ahora déjenme trabajar para poder irme de aquí —respondió, devolviendo la mirada al computador.

—¡A sus órdenes! —dije, y salimos del estudio casi corriendo.

—Fue más fácil de lo que creí —comentó Noah.

—A mí nadie me dice que no —presumí.

—Debes enseñarme cómo lo hiciste —dijo una voz a nuestras espaldas que nos sobresaltó.

—¡Mamá! Nos diste un susto horrible —dijo Noah, llevándose la mano al pecho.

—Lo siento, cariño. Cuéntame, Sara, ¿cómo lo convenciste tan fácil? —preguntó Clara acercándose.

—Simple: estaba ocupado y no tenía tiempo para debatir conmigo. Su mejor salida era decir que sí, porque sabía que si me decía que no, me quedaría allí hasta lograrlo.

—Lo pondré en práctica la próxima vez, a ver si se larga de una vez de esta casa.

Salimos victoriosos y nos encontramos con los demás, que nos esperaban en las escaleras del pórtico.

—Volvimos —dijo Noah.

—Antes de que nos cuenten qué pasó, ¿qué les parece si comemos algo? Tengo hambre —propuso mi hermano.

—Aquí cerca venden unas hamburguesas deliciosas —añadió Norah con entusiasmo.

Aceptamos sin dudarlo y empezamos a caminar por la acera iluminada tenuemente por las farolas. Entre chistes y carcajadas, el trayecto se volvió ligero, como si el tiempo hubiera decidido acelerar para nosotros.

En un momento, nuestras miradas se cruzaron sin previo aviso. Aaron me sonrió con esa timidez que parecía solo suya, y sentí cómo el pecho me latía más rápido de lo normal. Le devolví la sonrisa casi sin pensarlo, y entonces él deslizó su brazo sobre mis hombros. Un estremecimiento me recorrió la espalda baja, cálido y eléctrico al mismo tiempo.

Quizás lo nuestro podría convertirse en algo hermoso. El problema era yo: no sabía si estaba lista para abrir otra vez la puerta de mi corazón.

—¿En qué piensas tanto? —preguntó, sacándome de mis pensamientos.

En ti.

—En los exámenes que se vienen —respondí.

—Para eso todavía falta. Pero eres la única que piensa en exámenes y se sonroja haciéndolo —dijo divertido—. Eres pésima mintiendo, siempre arrugas la nariz.

Mierda.

—Claro que no, yo no hago eso —me defendí, llevándome la mano a la nariz... y confirmando que sí lo hacía.

Cuando llegamos al restaurante, nos recibió el olor a pan tostado y carne recién hecha que se escapaba hasta la calle. Nos acomodamos en una mesa junto a la ventana y pedimos sin pensarlo demasiado.

—Bueno, ahora sí, ¿qué pasó exactamente? —preguntó Aaron—. No esperé todo el camino solo para un "me dijo que sí".

Les conté cada detalle, orgullosa de mi hazaña. Entre risas y mordidas a nuestras hamburguesas, la tarde se fue volviendo ligera, casi perfecta.

Hunter se fue con Noah y Norah. Aaron me acompañó hasta mi casa, y todo el trayecto fue perfecto. Lo que más disfruto es lo natural que se siente estar con él. Con frecuencia la gente dice que lo que enamora es lo lindo que alguien te trata. Yo creo que es más que eso: cada persona tiene su propia manera de ser especial.



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En el texto hay: amor, amor adolescente

Editado: 24.10.2025

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