No eres mi tarea...eres mi propósito

¿Desde cuándo?

Veo mi celular, ya es tarde, son las 5:30 a. m. y apenas estoy haciendo el desayuno... otra vez.

Cada vez cuesta más despertarme. Hoy necesité diez alarmas para levantarme, y por poco ni siquiera la última lo logra, más tarde tendré que buscar un tono más fuerte, no puedo seguir quedándome dormida, aunque Lucas no parece escuchar ninguna, pero es porque tiene el sueño pesado.

En cambio yo...

¿Desde cuándo dejé de escucharlas yo también? ¿Desde cuándo empecé a desvelarme tanto y a dormir tanto durante el día?... ¿Un mes?... No... creo que ya voy por los dos meses... ¿o tal vez más?

Siento los ojos pesados y las manos torpes, el frío de la madrugada se mezcla con el olor a aceite y frijoles recalentados. Todo me parece más lento últimamente, como si yo estuviera metida en agua y el mundo siguiera afuera, corriendo sin mí.

Estoy frente a la estufa, el huevo chisporrotea en el sartén, medio dorado ya; le doy vuelta con movimientos que ya son más reflejo que intención, mientras dos tortillas se inflan apenas en el comal.

Escucho sus pasos bajando las escaleras. Lucas se acerca por detrás y me toma de la cadera con suavidad mientras acerca su cuerpo al mío lentamente y me da un beso en el cuello, lento y suave.

—Buenos días, amor —dice, con voz somnolienta.

—Buenos días —respondo apenas con fuerza, mientras termino de servir el huevo con frijoles en el plato y doy vuelta a las tortillas con cuidado de no romperlas.

—¿Qué hay de almorzar...? —pregunta él, ya sentado a la mesa. Luego frunce el ceño—. ¿Otra vez huevo?

Su tono me atraviesa como una aguja.

—Sí... perdona —respondo sin mirarlo—. Me desperté tarde y...

—No voy a comer eso. Ayer fue huevo con tocino y anteayer huevos estrellados.

—Deja, te preparo algo más. Mientras, dejaré este plato aquí... luego me lo como yo —digo rápidamente, solo quiero dejar el tema atrás. Camino hacia la alacena y busco pan blanco, pensando en hacerle un sándwich sencillo.

—Ugh... no, mejor déjalo así. Tampoco quiero un sándwich. Compraré algo camino al trabajo y mejor me lo compensas en la cena —dice sin ocultar su molestia.

—Claro... ¿qué te gustaría para cenar?

—Sí —responde, sin levantar la mirada del celular.

Guardo silencio unos segundos, esperando que responda a lo que pregunté... nada.

—¿Qué te gustaría cenar, amor? —repito, esta vez un poco más suave.

—Sí —dice otra vez, con la misma indiferencia, mientras se acerca a su mochila y revisa que haya puesto el lonche y sus cosas como le gusta.

—Perfecto. Esta vez no olvidaste poner la cuchara, y todo parece estar en orden —agrega con una sonrisa repentina, como si nada hubiera pasado hace un momento.

—Sí, tuve más cuidado esta vez —murmuro, porque ya sé lo que pasa cuando algo falta.

—Bien. Entonces deja que me despida de mamá. Mientras, pon todo en el carro —dice antes de darse media vuelta y subir las escaleras rumbo al cuarto de su madre.

Con cuidado, tomo la mochila y salgo a la cochera donde está su carro. Acomodo sus cosas en el asiento del copiloto, abro el candado del portón y lo dejo listo para abrirlo del todo en unos minutos más.

Mientras tanto, me quedo un momento ahí, con las llaves en la mano, pensando en qué preparar para la cena. Tengo que quitarle el mal humor.

Su "sí"... ya sé lo que significa, es un "sorpréndeme", un "deberías saberlo", o tal vez un "intenta adivinarlo"., así que tengo que atinarle. Y no puedo repetir comidas.

—Mmm... ya luego veré qué hacer —digo murmurando.

Segundos más tarde, él sale y se dirige hacia mí con una amplia sonrisa.

—¿Ya está todo en el carro? —pregunta.

—Sí.

Asiente. Se acerca. Me da un beso en la frente, largo, demasiado firme, como si me marcara, como si dijera "esto es mío".

—Y oye... si piensas salir hoy, que sea con cuidado. No te alejes de mamá.

—No te preocupes —respondo, bajando la mirada.

—¿Cómo dices eso? Tú me preocupas mucho. No quiero que te dé otro de esos ataques tuyos. ¿Cómo podré ayudarte si ando lejos? ¿Eh?

Mis dedos aprietan sin darme cuenta la tela de mi blusa. Ese ataque del que habla... fue después de que él comenzó los rumores en la universidad, primero pequeños comentarios, bromas disfrazadas, luego se volvieron acusaciones: que yo era falsa, que hablaba mal de todos, que me acostaba con un profesor o con los encargados de las becas. Intenté desmentirlo todo, pero nadie me creyó. En ese momento yo no lo sabía, pero él estaba detrás de todo. Yo, en aquel momento, creía en sus palabras, en cómo decía que quería protegerme, que solo eran envidias, que él me creía... pero sus palabras, sus inventos, fueron los que me hundieron.

La ansiedad llegó en forma de vómitos, de mareos tan fuertes que el mundo parecía derretirse a mi alrededor. Me quedé encerrada en casa de mis abuelos, con miedo de salir, por dos meses enteros. En los cuales, cada día insistió más y más en que debía irme con él, que él me ayudaría, que estaba preocupado por mí y que la única forma de estar tranquilo era si iba con él. Que su amor me iba a ayudar... que vivir con él sería mi salvación.

—Te amo —dice, sacándome de mis pensamientos.

—Yo también... —respondo, ya que no quiero decir aquellas palabras.

Se sube al carro, revisa su mochila. Todo en su sitio: la cuchara, la servilleta, el recipiente bien cerrado. Lo revisa como si yo fuera su asistente, no su pareja. Y después de unos momentos, asiente, satisfecho.

Abro rápidamente el portón y él arranca el carro. La cochera tiembla cuando el portón se cierra después de que se va. Me quedo ahí parada un rato, abrazándome sin darme cuenta.

¿Me ama a mí o al control que tiene sobre mí?

¿Si de verdad me ama, por qué se ha esmerado tanto en acabar con mi ser?

Desde que vivo con él, todo se ha ido apagando.

Mis gustos.

Mi arte.

Mi voz.

Mis ganas de vivir...




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