Después de cenar, subimos, supuestamente, para ver una película. Ni siquiera terminamos de elegir qué ver porque en cuanto me senté en la cama, él me tomó, sin decir nada. Simplemente empezó a tocarme, a besarme, y yo correspondí, aunque no lograba sentir nada. Solo su urgencia, su necesidad. Entonces comencé a moverme como si no fuera más que un cuerpo disponible.
No sentía nada, ni repulsión, ni deseo... ni siquiera placer, solo el peso de su cuerpo encima, el ritmo que buscaba imponer, la urgencia que nunca me incluía. Hice lo que se esperaba, lo de siempre: gemí, me arqueé un poco, fingí. Lo he hecho tantas veces que ya no me cuesta nada. Me volví buena en esto... en desaparecer sin irme.
La primera vez fue igual de ...¿malo? ¿Se puede decir que algo es malo cuando no se siente nada? Pero aun con la sorpresa de no sentir, no quise arruinarlo. No quería ser una decepción. Y cuando noté que solo se enfocaba en sí mismo, que se molestaba si no reaccionaba como esperaba, supe qué debía hacer: actuar. Fingir que me gustaba, que me llenaba, que me tocaba algo más allá de la piel. Todo para evitar que se volviera frío, hiriente, y sobre todo, para que terminara rápido... para poder volver a mi silencio.
Fue rápido, como casi siempre. Cuando terminó, se giró hacia su lado de la cama, satisfecho, como si eso fuera suficiente. Como si eso fuera amor.
Elegí la primera película que ví para no continuar en aquel silencio y me quedé viendo la pantalla un rato, aunque no veía nada. El cuarto estaba en silencio, salvo por los diálogos bajos que no entendía.
No pensaba en nada. Ni en mí, ni en él. Ni en si esto estaba bien o mal. Solo... estaba.
Y en algún momento, así, en blanco, me quedé profundamente dormida.
Estoy con Lucas en el mercado, la primera vez que fuimos de compras para la casa. Fue justo dos días después de mudarme con él. Mientras veíamos qué cereal comprar, apareció un chico que saludó animadamente a Lucas.
—¡Hermano! —dice emocionado, acercándose con un carrito de compras.
—Hola, Hernán —responde Lucas, algo sorprendido, pero con una sonrisa—Oh, veo que no andas solo, ¿eh? —dijo Hernán mientras me sonreía—. Mucho gusto, me llamo Hernán. Trabajo con Lucas.
Él extendió la mano para saludarme y yo la tomé con una sonrisa.
—Hola, mucho gusto. Soy Emily, novia de Lucas.
Todavía tengo pesadillas con ese recuerdo. Fue una de las últimas veces que le hablé a alguien fuera de nuestra burbuja, en ese entonces ya me costaba hablar con las personas pero era por el bullying de mis compañeros en la universidad, no me sentía segura con ellos, pero en ese momento yo me sentía segura con Lucas y Hernan no parecía ser una mala persona, después del saludo no recuerdo si hubo plática o un despido rapido, supongo que no noté nada raro en ese momento, solo note que algo malo pasaba cuando Lucas cambió de expresión. Se enojó.
Insistió en que tenía que lavarme las manos, que ahora estaba sucia. Que cómo se me había ocurrido tocar a Hernán. Su enojo fue tanto que dejamos el carrito con un par de cosas tirado a mitad del pasillo. Se fue molesto, murmurando cosas, y yo fui detrás de él sin entender nada.
En la pesadilla hago lo mismo. Lo sigo. Él comienza a alzar la voz, a gritar que soy una cualquiera, que cómo fue tan ciego, que debió creer en lo que decían de mí en la universidad. Que había visto las fotos, que entonces sí era una puta.
Yo voy tras él, insistiendo en que todo era mentira, que él lo sabía, que no me dejara ahí. La gente nos miraba y siguieron mirando incluso cuando me empujó contra un estante en el pasillo de jardinería. Nadie intervino. Solo murmuraban.
Él salió del supermercado gritando que yo era una puta. Yo lo seguí, llegando al estacionamiento, antes de subir al carro se detuvo, me apuntó con el dedo, se acercó con ira en los ojos y gritó:
—¡Yo confiaba en ti!
Yo no entendía por qué decía todo eso. Aquella primera vez en la que me habló así, en la que me trató como lo peor. Durante todo el trayecto de regreso a "casa" continuó gritándome, empujándome el hombro para que chocara contra la puerta del coche.
Se lo que sigue así que intento desesperadamente despertar, no quiero revivirlo, es la peor parte de todo.
Esa vez durante el trayecto de regreso a casa sentí que mi mundo se derrumbaba. Todos habían desconfiado de mí. Él era la única persona que me quedaba. No podía dejarlo, me decía a mi misma. Me culpaba de haber saludado a Hernán. Me sentía culpable.
Y ahora aún me siento culpable. Culpable de haber sido tan ingenua. De haber ido tras él. De haber caído en su trampa.
Sigo intentando despertar. El aire me falta. Pero no puedo. La pesadilla aún no termina.
Llegamos a casa y me arrastra adentro. Su mamá no está, y aprovecha para tirarme al piso. Se pone encima mío mientras me sigue gritando hasta que nota algo. No sé si es mi miedo, mi dificultad para respirar... algo en mis ojos, pero se da cuenta de que ha logrado lo que quería.
Entonces me besa.
Me dice que me ama mucho. Que no me quiere perder. Que me necesita a su lado. Me hace jurarle que nunca lo dejaré. Que siempre estaré con él. Me jura una y otra vez que me ama.
Entonces mientras me besa comienza a tocarme primero con calma luego con prisa, luego me comienza a quitar la ropa.
Y es entonces cuando las ganas de vomitar logran despertarme a tiempo.
Corro al baño. Vomito. Vomito todo lo que comí ese día, lloro mientras vomito, mi cuerpo quiere sacar algo y creo que no es la comida, son esos recuerdos, ese veneno, ese mal...pero es imposible, porque vivo con él.
Me siento insegura. Indefensa. Porque el lugar que se suponía debía ser mi refugio, la persona que juró protegerme... ahora me está matando.
Y nuevamente ese pensamiento me inunda la mente: debo adelantarme a él. Debo hacerlo. Aún entre las arcadas, mientras mi cuerpo lucha por sacar algo que no está en mi estómago sino en mi ser, suplico, imploro morir, dejar este sufrimiento atrás, acabar con todo.