No eres mi tarea...eres mi propósito

Un sueño que no es mío y no deseo

Desgraciadamente para mí, mi suegra había conseguido una cita con una ginecóloga para el sábado. ¿Cómo? No sé, pero la consiguió. Era una revisión completa: chequeo general, Papanicolaou… todo.

—Todo parece estar perfecto. Solo necesitaría los estudios que te pedí y los resultados del Papanicolaou para darte luz verde, pero no creo que tengas nada de qué preocuparte —dijo la ginecóloga con una amplia sonrisa.

—¿Entonces puede comenzar a desintoxicarse de las pastillas? —preguntó Lucas, con un evidente nerviosismo en la voz.

—Jajaja, eso ya no es necesario —respondió la doctora con ligereza.

Chingado. Pensé que al menos eso me daría más tiempo para inventarme algo. Creo que la ginecóloga notó algo en mi expresión, porque enseguida continuó:

—No te preocupes. Las pastillas que te receté hace unos meses no son como las de antes. Ya no necesitas esperar seis meses para intentar un embarazo —dijo, aún sonriendo.

Ahí lo supe. Entendí cómo había conseguido la cita. Era amiga de mi suegra. Por eso también fue tan fácil conseguir las pastillas anticonceptivas, con razón...

Solo pude sonreír y decir:

—Qué buena noticia, ¿no es así, amor? —dije mirando a Lucas, que se veía sinceramente emocionado.

Después de la cita, Lucas no se despegó de mí. Me tomó de la mano desde que salimos del consultorio y no soltó su sonrisa en ningún momento. En el camino de regreso, hablaba sin parar.

—No puedo creerlo, Emily… ya casi —decía con los ojos brillando de emoción—¿Te imaginas? Un hijo… ¡nuestro hijo! Le voy a enseñar a jugar fútbol desde chiquito, y si se parece a mí, seguro será bueno para eso.

Yo asentía en silencio, con una sonrisa que ya no sabía si era real o automática. El nudo en mi estómago solo se apretaba más con cada palabra que decía.

—También quiero enseñarle a pescar, a usar herramientas, a armar cosas… tú sabes, cosas de hombre —añadió con entusiasmo.

—¿Y si es niña? —pregunté en voz baja, sin mirarlo.

Él frunció el ceño por un segundo. El brillo en sus ojos titubeó, y su voz cambió sutilmente.

—Pff… no sé, Emily. Ya sería el colmo, ¿no? Que después de todo esto, me salgas con que es niña.

Me obligué a reír, como si fuera una broma.

—No sería tan terrible… —murmuré, intentando sonar ligera.

—¿Cómo que no? —dijo, alzando un poco la voz—Ya hay demasiadas mujeres en esta casa. Quiero un hijo, uno de verdad. Alguien que lleve mi apellido con orgullo, que sea fuerte, que se parezca a mí.

Guardé silencio. Mi corazón latía con fuerza, pero no de emoción, sino de angustia. No sabía si temía más decepcionarlo o reconocer lo que ya sabía muy dentro de mí: que no quería tener un hijo con él. No quería traer una vida a este mundo que me asfixiaba, un mundo lleno de miedo, de ansiedad. Un mundo donde tendría que medir sus palabras, cuidarse de cada gesto, temerle a las reacciones de su padre… o peor aún, convertirse en alguien como él.

—Oye —dijo Lucas, bajando un poco la voz al notar mi expresión—, no te lo tomes a mal. Obvio que si es niña, pues… ni modo. La querré igual. Pero tú sabes cómo es… uno sueña con tener un heredero, ¿no?

—Sí… claro —susurré.

Mi respuesta pareció bastarle, porque durante el resto del camino a casa, y durante todo el fin de semana, no dejó de hablar de cómo sería tener un niño y de todo lo que le enseñaría. Su emoción llenaba cada rincón, cada minuto… mientras la mía se hacía más pequeña. Como si no quedara espacio para mis dudas, para mi voz. Solo para su sueño.

El domingo por la noche, el sueño me arrastró como un río oscuro.

Tuve una pesadilla.

Lucas estaba junto a su madre. Ambos sonreían mientras sostenían un bebé en brazos. Yo los miraba desde el rincón de una habitación sin ventanas. Mis muñecas tenían marcas, mis labios estaban partidos, y cada palabra que intentaba decir se ahogaba en mi garganta como si tragara vidrios. El bebé lloraba, pero no por hambre, lloraba con miedo. Yo extendía los brazos hacia él, rogando que me lo dejaran cargar, calmar, proteger.

—Tú ya no puedes cuidarlo —decía la madre de Lucas, mirándome como si fuera basura—No sirves ni como esposa ni como madre, yo seré su madre ahora, yo me haré cargo de el para que sea tan perfecto como mi Lucas.

Lucas solo asentía. Me miraba con desprecio.

Intentaba acercarme, pero Lucas me empujaba, me gritaba, me golpeaba frente al pequeño y el bebé lo miraba todo. Cada golpe, cada insulto, cada lágrima mía. Hasta que sus ojos, antes inocentes, se volvían duros, secos. Pasaban los años en un parpadeo. Ya no era un bebé, sino un niño, mi hijo y su voz era parecida a la de Lucas, su mirada también.

—¡Eres una inútil! —me gritaba, con los mismos gestos de su padre—. Siempre llorando por todo. Ya cállate, mamá. ¡Me das asco!

El golpe vino después... de él...de mi propio hijo.

Y entonces estaba sola. Buscaba al niño, otra vez. Su llanto venía de lejos, como desde un pozo sin fondo. Corría por un pasillo interminable, tocando puertas, gritando su nombre, pero entre más me apresuraba, más se alejaba el sonido, hasta que tropecé.

Me caí frente a un espejo roto.

Del otro lado no estaba mi reflejo. Estaba yo… pero de niña, aquella pequeña que ví en mi otra pesadilla y nuevamente estaba llorando.

—¿Por qué?—dijo entre sollozos—. Si no pudiste protegerme a mí… ¿por qué crees que puedes protegerlo a él?

No pude responder. Solo lloraba. Lloraba como ella.

Y ahí desperté.

No con un grito, ni con un espasmo, solo desperté, en silencio, toda mi piel estaba cubierta de sudor, el cabello pegado a la frente, las sábanas revueltas.

Lucas seguía dormido.

Me levanté sin hacer ruido, caminé hacia el baño y me di una ducha rápida con el agua más fría que aguanté.

Salí, me sequé y me puse ropa nueva, sabiendo que no iba a poder dormir de nuevo fui por mi celular y mi dedo fue directo a una app: AuxMind Assistant , nisiquiera dudé.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.