Un año después.
—Tía, ¿te falta mucho? He quedado con Saúl en una hora y tengo que ducharme.
—Salgo ya, pesada.
Carla era mi compañera de piso, trabajaba conmigo en la clínica y era super simpática y ordenada, cosa que mi “TOC” con la limpieza agradecía, pero se podía tirar horas en la ducha.
—Perdona, me estaba poniendo una mascarilla en el pelo y hay que dejarla actuar veinte minutos. —me dijo con ojos de corderito—. Pero ya puedes entrar en la ducha.
—¿En el envase también pone que tienes que ser una tardona y dejarme siempre sin agua caliente o eso es aportación tuya? —puso cara de niña buena y se dió la vuelta. —Por cierto, no me esperes para comer.
—Has vuelto a quedar con ese morenazo tan guapo, ¿no?, ¿cuándo me lo vas a presentar? —se giró inmediatamente.
—Que tal… ¿nunca? sabes perfectamente que solo es un rollo, no quiero nada serio con nadie así que prefiero mantener mi vida sexual alejada de lo personal. —me puse seria al instante y al ver su cara de disgusto, añadí—. Tu eres demasiado importante como para presentarte a cualquiera.
Su cara esbozó una sonrisa y supe que había ganado este asalto, sólo tenía que esperar al siguiente. En el último año me había dedicado a trabajar, estar con mis amigos, y quedar con algún que otro chico para disfrutar un rato, pero nada más. Mis padres venían de vez en cuando a verme y por fín mi madre se había relajado con el tema de mi mudanza express. Ahora estaba mucho más feliz y llena de vida a pesar de que en el fondo una parte de mi había muerto para siempre, o eso me intentaba convencer a mi misma cada vez que salía el tema de salir con alguien más. Tenía una coraza y bajo ningún concepto iba a dejar que me volvieran a hacer daño de la manera en la que él lo hizo. Supe por mis amigas de Madrid que mi ex me había dejado por otra, solo que no tuvo el valor de decírmelo a la cara.
Me miré en el espejo y ese día me veía preciosa. El pelo mojado me caía por la espalda y mi piel morena brillaba por las gotas de agua que aún me quedaban. El par de kilitos que cogí antes del verano me sentaban de maravilla. Se podría decir que era feliz con la vida que tenía en ese momento.
Terminé de secarme el pelo y de vestirme. Me lo dejé suelto porque a Saúl le volvía loco, y me puse el vestido rojo que tanto me gustaba aunque lo cierto era que me duraba poco. Sabía a lo que quedábamos, y aunque sólo era un rollo me lo pasaba genial con él. Era tan divertido y alegre que además de los orgasmos también me hacía reír.
Me despedí de Carla mientras ella seguía con sus cremas, que presumida era.
Mi coche ardía por el calor que hacía en la calle y el sol brillaba tanto que tuve que parpadear unas cuantas veces para acostumbrarme a la luz. Llegué al bar donde siempre quedaba con Saúl para tomar algo y alguien me rodeó con los brazos por detrás.
—Oh, nena, que guapa estás. No imaginas las ganas que tenía de verte. ¿Por qué trabajas tanto? —me susurró por detrás.
—Pues por que soy una mujer independiente, ¿recuerdas?, aunque siempre me puedes mantener tú, no me voy a negar. —saqué mi sonrisa más picarona mientras me giraba para darle un beso.
Dios mío, era tan guapo y olía siempre tan bien que cualquier mujer se volvería loca por él. De hecho, era tan mujeriego que pocas conocía que no hubieran pasado por su cama. Pero a mí eso poco me importaba.
Sus manos bajaban lentamente por mi cintura hasta llegar a las caderas, emití un jadeo mientras me mordía el labio inferior y sus besos cada vez se hacían más intensos. Decidí apartar lentamente su boca de la mía al recordar que estábamos en la terraza del bar, y nos sentamos en la mesa de siempre.
—¿Lo de siempre, señorita? — interrumpió el camarero para tomar nota.
—Sí, Eric, pero traemela sin alcohol. —le sonreí e inmediatamente sus mejillas se pusieron rojas. Me dió mucha ternura, no debía tener más de 18 años y siempre me miraba de una manera especial.
—Cuando dejes de babear por mi chica, yo quiero una coca-cola. —dijo secamente Saúl.
—Ssi, Claclaro. Eh, enseguida. —miró a Saúl con vergüenza y se fué.
—Como te pasas, si solo es un crío. —respondí con mala cara.
—Un crío que te miraba como si te fuera a comer por los ojos. Es bueno dejarle claro que ahora mismo solo te voy a comer yo. —sonrió mientras me guiñaba el ojo.
—Oye, ¿y no has pensado en centrarte y formar una familia?, ya tienes 36 años y seguro que tu madre está deseando que le des algún nieto.
—No me gusta el compromiso, aunque por ti sabes que dejaría de lado mi vena loca. —puso ojos expectantes, como si esperara que mi respuesta hubiera cambiado de una semana a otra.
—Sabes perfectamente que no es lo que quiero ni lo que busco, además, sería una pena que la humanidad perdiera al ligón de la costa del sol. —le dije mientras contenía la risa.
—Qué tonta eres, y cuánto he echado de menos tu piel morena entre mis sábanas.
—Saúl, no vas a cambiar nunca.
Después de un rato de charla y de una buena hamburguesa fuimos a su casa. Había ido tantas veces a lo largo de este último año que ya la sentía como mi segunda residencia. Al principio solo lo hacíamos, pero luego empezamos a quedar para charlas y poco a poco pasamos de ser un simple rollo a ser… digamos… un buen follamigo. Él siempre me miraba de una manera diferente a los tíos con los que me acostaba. Como con cierto cariño. E incluso en alguna ocasión me habló de tener algo más, pero le dejé bien claro que no volvería a tener una relación seria con nadie.