—Hola Azucena, estás preciosa. —me dedicó una sonrisa. —¿Qué tal la tarde?
—Gracias Marcos —perfecto, ya estaba nerviosa y aún no habíamos empezado a cenar. —Y la tarde pues sin parar de ordenar cosas. Odio las mudanzas
—Ven, vamos a sentarnos. —agarró mi mano y me llevó hasta la mesa del fondo donde se podía ver la playa.
—¿Y tú, el trabajo bien? —le pregunté mientras miraba la cara, aún sabiendo que en ese chiringuito siempre pedía lo mismo.
—Si, ya sabes, el ingeniero mecánico. —me guiñó el ojo y no pude evitar sonreír.
El camarero se acercó para pedir nota.
—¿Qué va a ser hoy chicos? — dijo mientras sostenía una PDA.
—Para mí, lo de siempre. ¿Tú qué quieres, Marcos?
—No sé qué es lo de siempre pero seguro que me gusta. Así que, que sean dos. —le devolvió la carta con mucha amabilidad. En ese momento me acordé de Saúl, y de lo borde que hubiera sido con el camarero.
Nos trajeron una botella de vino blanco, y para picar un plato de jamón y queso y una tapa de ensaladilla. Decidí romper el hielo.
—¿Qué tal te llevas con Darío? —dije mientras le daba un trago a mi copa.
—Súper bien, sería difícil llevarse mal, es un buenazo de tío. Los que no paran de discutir cada vez que van son Susi y Alberto. No sé qué les pasa.
Lo cierto era que llevaba un par de días sin ver a Susana. Estaba muy rara últimamente.
—Ahora que lo dices, en la playa ya la noté rara. Ella nunca calla y ese día habló muy poco. Mañana iré a verla para hablar un rato juntas. —pero necesitaba saber más de Marcos. —Por cierto, ¿De dónde eres?
—Soy Valencia, estuve viviendo ahí hasta los 18 que decidí estudiar fuera de España. Me saqué la carrera en Francia e hice el máster en Alemania. Llevo un cacao de idiomas importante. —y lo dice así de tranquilo, yo que apenas he viajado.
—¡Qué guay! Entonces tienes a tu familia cerquita. Yo, como sabes, soy de Madrid y mis padres y mi hermano viven allí, pero vamos, últimamente mis padres pasan más tiempo aquí. —casi me daba vergüenza atacar el plato de queso, pero es que tenía un hambre.
—Te entiendo, los primeros años que estuve fuera de casa mi madre se pasó dos meses llamándome a diario, menos mal que ya se le ha pasado.
Era tan fácil hablar con él, que los minutos pasaban volando. Hablamos sobre aficiones, sobre sueños y viajes. Yo le conté que me moría de ganas de ir a Roma.
—¿En serio quieres ir? Pues no se hable más, ¿Cuándo vamos? —me fijé en su cara para ver si lo decía en broma pero no, iba totalmente en serio.
—Pues no sé, estamos en Agosto, yo cojo las vacaciones en Noviembre. Igual para entonces hace mucho frío para ir.
—Qué va. Mañana busco en Skyscanner los vuelos y lo organizamos para ir, ¿vale? —¿Este hombre era real?
—Madre mía, estás más loco que una cabra, pero vale. —mi niña interior estaba saltando de alegría pero entonces levanté la mirada y lo ví.
Ví a Saúl venir hacía nosotros con cara de pocos amigos. No, ahora no… No podía ser más inoportuno.
—Azucena, ¿qué haces aquí? ¿Quién es este tío? —no le quitaba el ojo de encima a Marcos, que me miraba con cara de no saber qué estaba pasando.
—¿Y eso a tí qué más te da? —respondí enfadada.
—Pues me da mucho, porque tú tienes que ser mi chica, no la de nadie más. —la vena de su frente crecía y yo necesitaba sacarlo de aquí como sea.
—Véte de aquí, por favor.
—No me voy de aquí hasta que no me des una explicación, ¡¿Vale?! —levantó la voz y vi como a Marcos le cambiaba la expresión de la cara de confundido a cabreado.
—Oye, no le hable así. ¿No te ha dicho que te vayas? Pues ya estás tardando. —le dijo Marcos.
—¿Y tú quién eres para decirme que me vaya? —se puso al lado mío y me asusté. No quería que una cena tan bonita acabara así.
—Vamos, Saúl. Ven y vamos a hablar. Lo siento Marcos —le miré con tristeza. —Otro día te veo.
—No te tienes que ir con él si no quieres, Azucena. —me sugirió, aunque sonaba más a súplica.
—Es mejor así.
Saúl puso una sonrisa de satisfacción que me dió hasta arcadas. Maldito capullo que me acababa de joder la cena. Mi enfado iba creciendo por momentos y no quería decir ni hacer cosas de lo que luego me pudiera arrepentir. Así que lo agarré de la muñeca y nos alejamos del chiringuito. Respiré hondo varias veces para calmarme y me encaré con él.
—¿Pero quién te crees que eres para fastidiarme la cena? Esto ya está pasando a ser un acoso y no lo voy a consentir.
—¿Y tú qué hacías con ese imbécil? A mi me dices que no, y luego te lías con el primero que pasa, ¿no? Si quieres tener una pareja, que sea conmigo. —intentó agarrarme de los hombros y yo me alejé.
—¿Qué te hace pensar que yo quiera estar contigo? Si quiero salir con ese chico o no eso no es problema tuyo. —volví a respirar hondo —Saúl, no hagas que me enfade más y vete.
—¿Pero qué tiene ese que no tenga yo? —me preguntó, y yo sentí que ya no podía contener mi rabia ni un segundo más.