La semana pasaba volando. Me estaba acostumbrando a vivir sola después de tanto tiempo. Lo peor era llegar de trabajar y escuchar silencio, pero poco a poco me iba adaptando a mi nueva vida.
Ya había terminado de amueblar y limpiar la casa, y estaba super contenta con el resultado. Era sábado y habíamos quedado para cenar. Me dí un baño relajante con mucha espuma mientras escuchaba música. Me hice unas ondas naturales en el pelo y escogí el vestido negro ajustado que tenía sin estrenar. Pocas veces me arreglaba tanto pero esa noche me apetecía sorprender a Marcos.
A las nueve, ya estaba en la puerta del restaurante junto a Clara, Lucía y Marta. Las tres iban buenísimas de la muerte.
—Ya verás que bien te cae Darío, es como un osito de peluche. —le dije a Marta.
—Seguro que sí, también viene tu chico, ¿no? —Me guiñó el ojo.
—Aún no es mi chico, y hablando de ellos, por ahí vienen.
No me podía creer lo que veían mis ojos. A este hombre lo habían sacado del Olimpo. Llevaba un pantalón de vestir gris y una camisa rosa palo que se ajustaba perfectamente a su cuerpo. Si no se me cayó la baba, poco faltaba. Miré a Darío y no pude evitar sonreír. Se había puesto tan guapo que parecía otro.
—Hola chicas, pero qué guapas estáis, y tú, Azucena, hoy estás increíblemente preciosa. —saludó Marcos mientras me cogía de la mano.
—Muchas gracias —me sonrojé —Mira, Marta, te presento a mi chico favorito, Darío. —uní sus manos y se sonrieron al instante.
—Un placer, Marta. Me habían dicho que eras bonita pero se han quedado corto con eso —sus mejillas se encendieron y me dió mucha ternura.
—Igualmente, ¿entramos? —preguntó.
Al pasar nos sentamos en una mesa para seis, y pedimos vino y el menú especial de la noche.
—Chicas, ¿Cómo va la convivencia? —les pregunté a Carla y su novia.
—Vivir con ella es tan sencillo y tan bonito. Despertar todos los días y tener a la persona que amas a tu lado es lo mejor que te puede pasar. —dijo Lucía, y le dió un beso tierno a Carla.
—Me alegro mucho por vosotras, la verdad, es bonito ver que el amor aún existe. —miré hacia la copa con tristeza. El amor no existía para mi.
—Gracias, aunque no te veo mal acompañada, ¿eh? —me dijo Lucía mientras miraba a Marcos.
—Como animal de compañía me vale —dije y me eché a reír. —Es broma, no me mires así.
Aunque lo cierto es que con cada mirada suya me derretía un poquito más. No paraba de pensar en si apostar por él o seguir con la coraza puesta de chica dura. Pero era tán difícil fingir que no sentía nada…
Durante la noche ví como Marta y Darío hablaban y se reían. Marcos no paraba de hacernos reír con sus anécdotas de su temporada en el extranjero. Tras terminar de cenar, decidimos salir de fiesta a un pub que no pillaba lejos de ahí. Necesitaba bailar, cantar, y beberme un par de gin tonics para desconectar de la semana tan estresante que había tenido en el trabajo.
Nos pedimos unas copas y mientras Carla y Lucía bailaban un rato, yo decidí sentarme con los demás. La música estaba alta pero se podía hablar. Le dí un trago a mi bebida.
—¿Te gusta la música que hay? —le pregunté a Marcos que había estado muy callado desde que habíamos entrado.
—No mucho, la verdad. Yo soy más de canciones antiguas. Andy y Lucas, Estopa, Melendi, cosas así. —dijo mientras miraba su copa.
—¿Estás bien? Te noto muy apático. ¿He dicho algo que te haya sentado mal? —pregunté con un poco de preocupación. Era consciente de que a veces podía hacer comentarios que no sentaran del todo bien, y no quería cagarla con él.
—Tú nunca dirías nada que me sentara mal, —me cogió de la mano con delicadeza y le dió un beso.
—Entonces lo que necesitas es bailar un ratito conmigo. Vamos. —me levanté y le cogí del brazo. Nos acercamos a la pista y de pronto empezó a sonar una de mis canciones favoritas.
—¡Es bachata! ¿Sabes bailar? —le pregunté con entusiasmo.
—Déjame demostrártelo. —añadió.
De pronto, nada de lo que había alrededor importaba. Nuestros cuerpos bailaban al son de la música como dos imanes que se atraen. Cuando él se movía, mi cuerpo acompañaba el movimiento como si hubiéramos hecho esto toda la vida. Su mano derecha sujetaba mi cintura, y me acercaba hasta él. Al terminar la canción me detuve delante de él. En ese momento solo existíamos él y yo, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante y yo solo deseaba que no terminara nunca. No sé en qué momento yo me acerqué aún más a él, esperando que se alejara, pero no lo hizo. Mis ojos buscaron sus labios y notaba como el corazón latía con mucha intensidad. Le besé con dulzura.
Nunca había sentido nada así. Sus labios siguieron a los míos y una energía extraña recorría mi cuerpo. Nos seguimos besando durante unos segundos y me separé. Busqué en su mirada algún atisbo de desagrado, pero me encontré con unos ojos que me miraban de una manera especial.
—Perdona, me he dejado llevar. —dije.
—¿Cómo que perdona? Ha sido el mejor beso que me han dado en la vida. —añadió con una sonrisa.
De repente, miré a mi alrededor. Por un momento creí que estábamos solos pero había un montón de gente bailando y bebiendo. Me di cuenta de que Darío nos estaba mirando y comentaba algo con Marta. Con la cara roja de la vergüenza me acerqué a ellos. Marcos me seguía por detrás.