—¡Miki! —grité cuando lo ví bajar del coche.
—¡Mi enana! ¡Cuánto te he echado de menos! —me lancé de lleno a sus brazos y ese olor que tenía a Axe de chocolate me teletransportó a los años en los que vivíamos juntos.
—Y yo a ti, Mónica —me solté de mi hermano para abrazarla también —¡Qué guapa que estás!
—¡Pero que morena estás capulla! —dijo mirándome de arriba a abajo —Desde luego vivir aquí te sienta fenomenal.
—¿A mi no me has echado de menos? —interrumpió mi madre.
—Claro que sí mamá, pero a tí te ví hace apenas dos semanas. No me ha dado tiempo a echarte de menos.—le dí un par de besos a ella y a mi padre que estaba al lado.
—¿Qué tal si llamamos al japonés para que nos traigan la cena? Ya se ha hecho un poco tarde para hacer de cenar. —dijo mi madre mientras entrábamos a casa.
—Yo no puedo comer Sushi, Sara. ¿Pedimos chino? —preguntó Mónica. Qué raro que ella no quisiera comer sushi con lo que le gustaba.
—Para mí mejor —mi padre odiaba el pescado crudo en todas sus variantes y todo tipo de modernidades culinarias.
—Podemos ir tú y yo a elegir la cena, Azucena. —sugirió Miki —Y dejamos que ellos coloquen las cosas.
Un rato después estábamos en el restaurante esperando a que nos dieran la comida. Miki no paraba de mirarme como si quisiera preguntar algo pero no se decidía. Lo mejor era darle un empujoncito.
—Venga, suéltalo Miguel, que nos conocemos.
—No me llames así que parezco mayor —repuso.
—Vale, Miki, ¿me quieres decir algo?
—Mamá me ha dicho que te has echado nuevo novio, ¿cuándo me lo vas a presentar? —me dió un codazo y yo me reí.
—¿Eso te ha dicho? No le hagas ni caso. No tengo novio, sólo es un amigo.
En parte tenía razón. No sabía lo que teníamos Marcos y yo, pero de momento no era nada serio ni oficial.
—Azucena, —se viene sermón de hermano mayor —no puedes dejar que una mala experiencia marque como vives tu vida. Te tienes que permitir de una vez ser feliz con quien a ti te dé la gana, sea este chico u otro.
—No es tan fácil, tú no has pasado por eso. —miré hacia el suelo con cierta tristeza. En muchas ocasiones no me sentía comprendida por mi familia. Para ellos todo lo que había pasado era una tontería pero a mí ese abandono aún me dolía.
—A mi también me han dejado tirado en algún momento. ¿Te acuerdas de la novia que tuve con 18 años? —me pasó el brazo por detrás del hombro —pues se fué con mi mejor amigo, y la única explicación que me dió era que él tenía más dinero que yo.
—Qué zorra.
—Mucho, pero mira, después de ella conocí a Mónica y no por eso pensé que ella fuera a hacerme lo mismo. No todos somos iguales —me dió un abrazo que me animó un poco —así que ya me estás presentando a ese chico para que le dé el visto bueno.
—Se lo comentaré a ver que opina.
—¿Y sabes lo mejor de la historia? Que yo ahora tengo dinero y ella no. —dijo con una sonrisa.
—¡Qué tonto eres! Nunca hay que alegrarse de lo malo que le pase a la gente.
—No me alegro, con eso te quiero decir que el Karma siempre llega, tarde o temprano. Así que dile a ese ‘no novio’ que tienes que venga mañana a cenar a casa. —cogió las bolsas de comida que le daba la camarera y tras pagar, nos fuimos a casa.
A pesar de que Miki y yo nos habíamos pasado media vida picándonos el uno al otro, siempre sabía cómo animarme. Se podría decir que el mayor regalo que me habían dado mis padres era mi hermano.
Al llegar a casa la mesa ya estaba puesta. Nos sentamos a cenar mientras nos poníamos al día de todo.
—Tenéis que venir mañana a ver mi casa nueva, ¡A quedado genial! —dije mientras comía arroz.
—Mañana podemos pasar después de desayunar, ¿no cielo? —mi padre se acercó a mi madre esperando una respuesta.
—Claro, pero oye hija, ¿vives sola o con alguien? —la ronda de preguntas de mamá nunca podía faltar.
—Vivo sola, mamá. ¿Con quién quieres que viva? —respondí con sarcasmo.
—Pues con el chico ese tan guapo que vino a ayudarte. ¿Cómo se llamaba…? ¿Mateo?
—Marcos —corregí.
—Eso, Marcos. Pues pensaba que ya vivías con él.
—Mamá, por dios, qué prisa tienes con que tenga novio. —esta mujer colmaba mi paciencia.
—Ay hija, es que quiero tener nietos ahora que soy joven. —dijo casi con un puchero.
—Lo vas a tener. —Todos nos giramos a la vez para mirar a Mónica.
—¿Cómo que lo voy a tener? —la cara de mi madre era un poema.
—¡Qué vas a ser abuela, mamá! —gritó mi hermano.
Espera, ¿qué? Todos nos quedamos sorprendidos sin saber qué decir, así que yo fuí la primera en ponerme a gritar como una loca y abalanzarme encima de Miki y su mujer.
—¡Voy a ser tía! ¡No me lo puedo creer!
Me dí la vuelta para mirar a mis padres y ví que mi madre ya estaba llorando.