Me desperté sobresaltada con el sonido del timbre. Cómo sabía que eran mis padres y mi hermano no me entretuve mucho en arreglar el careto que llevaba y fuí directamente a abrir la puerta, pero en lugar de encontrarme a ellos, me llevé una sorpresa.
—¡Marcos! ¿Qué haces aquí? —si, lo sé, no fué el mejor recibimiento. Pero imaginad la situación; un chico guapísimo desde primera hora de la mañana con un ramo de rosas en la mano y yo en pijama del rey león de las rebajas. Nota mental: comprar pijamas decentes.
—Buenos días, princesa. Perdona que haya venido sin avisar, pero quería darte una sorpresa. —levantó el ramo y una cajita con pastelitos.
—Madre mía, no sé qué decir Marcos. Es precioso. —Hacía tanto tiempo que nadie tenía un detalle así conmigo…
—No sabía qué flores te gustaban, así que me decanté por las rosas que te pegan mucho. —dijo sonriendo.
—¿Y eso? —pregunté mientras las cogía, eran tan bonitas y olían tan bien.
—Porque son bonitas, delicadas pero fuertes. —no pude evitar poner cara de tonta al oír eso.
—Qué bonito Marcos, aunque yo siempre he pensado que tengo más espinas qué pétalos. —entré a la casa para preparar un café y comerme un par de pastelitos cuando sonó de nuevo el timbre.
Estoy más solicitada que el ron en una discoteca.
—Oh, oh. ¿Tienes ganas de conocer a mi hermano? —le dije a Marcos mientras me reía.
—¿Son ellos? —ya veía el susto en su cara.
—Si.
Les abrí la puerta y mi madre puso una mueca al verme.
—Pero hija, ¿y estas pintas que me llevas? —me miró de arriba a abajo con desagrado.
—¿Qué quieres que lleve en casa mamá? —los dejé entrar y ví que Marcos aparecía por detrás de mi.
—Ay, hola cielo, no sabía que estabas aqui. —yo hace un rato tampoco sabía que iba a estar. —Qué alegría de verte, ¿Cómo estás?
—Muy bien, ¿y vosotros? —preguntó Marcos.
—Bien tesoro, mira te presento a mi hijo Miguel y su mujer, Mónica. —mi hermano le estrechó la mano con cautela y su mujer le dió dos besos.
—Miki, encantado. Ya tenía ganas de conocerte, mi madre me ha hablado mucho de ti.
—¡Mamá, por dios! —grité.
—Hija lo siento, ya sabes que los cotilleos son mi pasión. —mi madre agarró a Marcos por el brazo como si fuera suyo y lo llevó al salón.
Nos sentamos todos a desayunar y estuvieron acosando al pobre Marcos con sus preguntas, yo no paraba de decir ‘tierra, trágame y escúpeme en Cancún’.
—Lo vais a agobiar con tantas preguntas. —refunfuñé.
—Azucena, si este hombre es capaz de aguantarte yo quiero saber el por qué. —mi hermano siempre con sus bromitas.
—Oye, yo no soy inaguantable. —como hiciera un comentario más, se iba a comer un cojín.
—Sólo eres insoportable. —ya está, se lo ganó.
Empezamos una guerra de lanzamiento de cojines entre él y yo.
—Siempre están igual, con 24 y 30 años y siguen siendo dos críos. —dijo mi madre. Él no era un hombre de muchas palabras, pero las pocas que decía iban a misa.
—¿Y tus padres cielo? ¿Viven aquí? —preguntó mi madre a Marcos.
—Mi madre vive en Valencia, alguna vez ha venido aquí para veranear pero tiene su residencia allí. Mi padre vive en Estados Unidos pero no tengo mucho contacto con él. Hace muchos años que se fué allí a vivir y ya tiene su nueva familia. —esa información era nueva para mí, Marcos nunca me había contado nada de su familia.
—Vaya, lo siento. —mi madre lo miró con cara de compasión.
—No se preocupe, eso ya forma parte del pasado. —es que es tan bueno…
—¿Entonces te has criado con tu madre, los dos solos? —volvió a preguntar. Necesitaba sacar a mi madre de aquí como sea.
—Si, siempre hemos estado los dos solos. Por eso me decidí a estudiar fuera. Con ella he vivido muy bien pero necesitaba ver mundo.
—Marcos, ¿y si nos damos una vuelta? Necesito que me dé un poco de sol. —le cogí de la mano para llamar su atención.
—Si aún estamos en Septiembre, hace un calor que no veas. —añadió mi hermano.
—Bueno, ¿y qué? Necesito tomar el sol. —miré a Marcos y asintió.
—Azucena, por cierto, muy bonita tu casa ¿eh? Que no te había dicho nada —dijo mi padre.
—Gracias, papá. —lo miré con una sonrisa y los acompañé hasta la puerta.
Cuando se fueron me sentí libre. Los quiero mucho pero pueden llegar a ser tan pesados como un collar de melones.
—¿Entonces vamos a tomar el sol? —preguntó Marcos.
—No, tengo un plan mejor. —lo miré con picardía y lo entendió al instante. Me moría de ganas de hacerlo con él.
Comienzo a darle besos suavemente mientras lo guio hasta mi habitación. Él me deja caer delicadamente en la cama y baja mis labios hasta mi cuello. Sus besos se sienten cálidos mientras baja las manos hasta mi cintura. Con un ligero movimiento consigo quitarle la camiseta y vuelvo a ver ese torso desnudo que me deja sin aliento. Me incorporo para quitarme la camiseta y dejo al descubierto mi pecho. Sus ojos se abren al verme y casi jadeo de la exitación. Necesito sentirlo con urgencia.