—Sí, estoy saliendo con ese, ¿Por? —me puse a la defensiva.
—Madre mía, pero si ese tío es un mujeriego. —dijo sin ningún tipo de escrúpulo.
—¿Un mujeriego? Pero si es un encanto de hombre. —intervino Susana.
—Sí nena, ese chico ha estado con un montón de tías. Siempre sigue el mismo patrón; las enamora, se mete en sus casas, le regala un viaje chulo y las deja tiradas yéndose al extranjero.
No. No podía ser verdad. Marcos no era así.
—No me creo eso, Marcos es un buen chico y me quiere. —a pesar de que me había afectado escuchar eso, no iba a decir que cambiara mi opinión de él.
—Yo no te lo digo a malas, solo intento que no caigas en su juego. —me tocó el hombro e instintivamente me eché para atrás.
—Él no tiene ningún juego, Jennifer. —Miré a Susana para encontrar un poco de ayuda pero ella no decía nada.
—Tú haz lo que quieras, pero mi consejo es que te alejes de ese tío antes de que te haga daño. Contestame a algo, ¿Te ha regalado algún viaje? —me miró impasiva.
—Sí, pero no tiene nada que ver. —afirmé.
—¿Ves? —preguntó —Mira, haz lo que quieras. Yo ya te he advertido. ¡Que lo paséis bien chicas! —se giró y se marchó.
Por un momento me quedé parada sin saber qué hacer. No me creía nada de lo que había dicho esa asquerosa, pero eso no quitaba que no tuviera una pequeña duda instalándose en mi cabeza.
—¿Estás bien Azucena? —Susi interrumpió mis pensamientos y me obligué a recomponerme.
—Perfectamente, vamos a probarnos esto. —seguí caminando hacia el probador y ella me paró.
—No te hagas la dura que nos conocemos. Azucena, lo que ha dicho Jennifer es muy serio. Si Marcos es así lo mejor será que te alejes de él cuanto antes. Ya te ha enamorado y se ha metido en tu casa. Dentro de unos días nos vamos a Roma, ¿Que será lo siguiente? ¿Dejarte tirada?
—¿Y por qué iba yo a creer a esa tía? No puedo juzgar a Marcos por algo que me ha dicho una zorra. —le dije muy enfadada.
—Será zorra y todo lo que tú quieras, pero no creo que sea capaz de mentirte. No va a ganar nada. —la miré por un momento.
—No te imaginas lo malas que podemos llegar a ser las mujeres, Susi, y ésta es más venenosa que una cascabel.
—Lo que tú digas. —se dió media vuelta y entró al probador.
Al final me había cogido el abrigo y unas cuantas cosas más, pero durante toda la tarde no me había podido sacar la conversación de la cabeza.
¿Y si todo era cierto? No. Es que no podía ser verdad. O si. ¿Debería contárselo a Marcos?
Cuando llegué a casa después de las compras mi cabeza no paraba de dar vueltas. Al entrar al salón, ví que estaba sola y no pude evitar ponerme a llorar. Me consideraba una chica fuerte pero el miedo a que me volvieran a abandonar seguía presente en cada día de mi vida.
Darío llegó un poco después y al verme llorar se puso a mi lado para consolarme. No me hizo ni una sola pregunta y lo agradecí, él sabía perfectamente cuando quería hablar y cuando no. Marcos llegaría enseguida y no quería que me encontrara llorando, así que decidí levantarme y lavarme la cara con agua bien fría.
—¿Qué tal todo tío? —oí como Marcos le preguntaba a Darío.
—Bien, Azucena está en el baño. Creo que no se encuentra bien. —escuché unos pasos que se acercaban a la puerta del aseo.
—¿Cariño? —tocó la puerta con los nudillos —¿Te encuentras bien? —abrí la puerta y le abracé.
—Sí, es que me dolía un montón la cabeza pero ya se me está pasando. —hundí mi cara en su cuello y el olor que desprendía su piel me relajó al instante.
—Lo que necesitas es una buena bolsa de chuches, voy a por ellas. —besó mis mejillas y se fué corriendo. Al salir del baño, Darío estaba en la cocina haciendo la cena.
—¿Me lo quieres contar? —preguntó.
—Mañana. ¿Me haces un bocadillo? Me muero de hambre. —lo abracé por detrás y él asintió.
—Para mi chica favorita, lo que haga falta.
Terminé de cenar y cogí las chuches que me había traído Marcos. Mientras me comía un ladrillo de azúcar lo miré; sentado en el sofá de mi casa, con su mano en mi muslo y jugando al candy crush, y supe que él no era así. Mi Marcos no era un capullo y nadie me iba a cambiar la idea de eso. Por un momento dudé entre contarle lo que había pasado o no, pero, ¿Para qué molestarnos por una mentira? Sólo el tiempo puede juzgar. Después de darnos mimos, nos fuimos a dormir.
Abrí los ojos y ví una luz muy tenue en la habitación. Me giré para abrazar a Marcos pero no estaba. Me incorporé en la cama para ver la hora y ví una bandeja encima de mi tocador con un súper desayuno y una velita encendida. Marcos me había dejado ese detalle antes de irse al trabajo y a mi se me derritió el corazón.
Subí las persianas y me senté en la cama para comerme el desayuno. Después de enviarle un mensajito para agradecerle el detalle, fuí a vestirme. Ese día entraba un poco más tarde a la clínica y me permití regodearme un poquito. Al salir de la habitación, me encontré a Darío en la barra de la cocina con sus krispies.