—Buenos días princesa. —La dulce voz de Marcos era mi alarma favorita. Poco a poco abrí los ojos para acostumbrar mis pupilas a la luz y su cara fué lo primero que encontré.
—Buenos días guapo, ¿Cómo has dormido? —le pregunté mientras volvía a cerrar los ojos.
—Como un rey. —me dió un beso en la frente —Hemos quedado a desayunar en el buffet, ¿te vienes?
—Dame una horita más. —le pedí.
—Como tú quieras, pero son las once.
—¡¿En serio?! —abrí los ojos al instante —Madre mía, pues sí que he dormido.
—Estabas tan agusto que no te he querido despertar.
—Dame cinco minutos. —me lavé la cara y me puse un vaquero con mi jersey blanco favorito y el abrigo nuevo.
—Solo tú eres capaz de arreglarte tan rápido y estar tan bonita. —me dijo Marcos con una sonrisa.
—Gracias. —sonreí. Ya nos podemos ir.
Al salir de la habitación, en el pasillo nos estaban esperando Susi y Alberto con una cara muy seria.
—Buenos días chicos, ¿he tardado mucho? —pregunté viendo las caras que tenían.
—No, tranquila —contestó Alberto —Ya me había dicho Marcos que estabas durmiendo y para acabar de levantarte te has arreglado muy rápido. —esa ironía me hizo sospechar que algo había pasado.
—¿Insinúas que yo tardo mucho? —le preguntó Susi a su novio.
—Solo digo que ella en cinco minutos ha logrado quedar mucho más bonita que tú en una hora de chapa y pintura. —le miré con la boca abierta.
—Alberto, por favor —interrumpí yo —Vamos a desayunar.
—A ver lo que nos ponen aquí para desayunar los italianos, ¿eh? —dijo Marcos rompiendo el hielo.
—Seguro que pizza de chocolate —los dos reímos y cogidos de la mano bajamos hasta el buffet.
Al entrar casi se me cae la boca al suelo. Había de todo: tostadas, croissants, bollos, magdalenas, tortitas, crêpes, fruta, café y todo tipo de embutidos y quesos. Yo ya estaba en el paraíso.
—¡Yo quiero de todo! —dije tan alto que varias personas se giraron para mirarme, me puse roja al instante.
—Me encantas, Azucena. —Marcos empezó a reír y yo le dí un codazo suave.
—Susi, ¿Qué vas a coger? —le pregunté mientras estábamos en la fila para las tortitas.
—No lo sé. —contestó ella secamente.
—¿Os ocurre algo? —me serví un par de tortitas con dulce de leche.
—No, estamos perfectamente.
Después de desayunar, nos pusimos en marcha para recorrer toda la ciudad. Vimos la Fontana di Trevi, donde tiramos unas cuantas monedas para pedir un deseo como era habitual, pasamos por el Coliseo romano y la Piazza Navona.
Ya eran casi las tres de la tarde cuando a mi me empezaron a rugir las tripas.
—¿Qué os parece si paramos a comer? —pregunté a todos.
—Me parece bien, ¿Vamos a ese restaurante que dijiste tú? —me dijo Alberto.
—Vale, yo creo que no queda muy lejos de aquí.
—¿De qué restaurante habláis? —intervino Susi un poco mosqueada.
—Le mandé un par de restaurantes por whatsapp hace unos días y vimos uno que se llama la Prosciutteria en el barrio de Trastevere que tenía buenas reviews.
—No me habías dicho nada. —le dijo Susi a Alberto.
—Tampoco tiene mucha importancia. —replicó él.
—Para tí últimamente nada la tiene.
Marcos y yo nos miramos mutuamente. Estos dos llevaban todo el santo día discutiendo y a mi me estaban empezando a cansar.
—No empieces Susana, vamos a tener la fiesta en paz. —dijo Alberto.
—Anda, vamos chicos que ya hay hambre. —Marcos cortó el mal rollo que había en el ambiente con su encanto natural.
Al llegar al restaurante, el olor a pizza casera se olía desde la entrada. Todo estaba decorado con un gusto exquisito. Me regañé a mi misma por haberme llevado la mochila de Mickey Mouse y no el bolso de Michael Kors que me habían regalado el año pasado.
Marcos nos consiguió una mesa para cuatro y pedimos una pizza para cada uno y un risotto de setas para compartir. Estaba todo tan rico que no dejamos ni las migas.
—¿Qué os apetece hacer por la tarde? —preguntó Marcos.
—Podríamos ir a por unos helados y a ver algún museo. —contestó Alberto.
—A mi con lo del helado ya me has ganado. —dije yo con una sonrisa.
—Un helado de… ¿Turrón y kinder bueno? —Marcos me guiñó un ojo, ¿Cómo podía ser que nos conociéramos tan bien en tan poco tiempo?
—¡Bingo! —grité yo.
—Alberto, ¿Cuál es mi helado favorito? —le preguntó Susi. Esto no iba a acabar bien.
—Pues ahora mismo no lo recuerdo. —dijo él.
—Lo raro sería que te acordaras.
—Chicos, ¿Se puede saber qué os pasa? Desde que hemos llegado a Roma no habéis parado de pelearos. —intervine yo. Estaban empezando a colmar mi paciencia.