Al día siguiente, terminé de trabajar y me fuí directamente a casa. Sólo quedaban dos días para Navidad y aún no había comprado ningún regalo, así que le mandé un mensaje a Susi para saber si le apetecía ir al centro comercial conmigo.
Al llegar al rellano de mi piso, oí voces de una mujer en mi casa. Saqué las llaves para abrir y cuando entré un olor a perfume caro inundó mi nariz. Cuando entré al salón, ví a Carolina hablando con Darío y a él con clara incomodidad respondiendo a su batallón de preguntas.
—Buenas tardes —ambos se giraron para mirarme y pude ver la cara de alivio de Darío.
—Buenas tardes querida, perdona que me haya presentado en tu casa sin avisar pero quería hablar contigo. —Ella se levantó para mirarme y yo me tensé al instante.
—Un placer haberla conocido señora, si me disculpan me voy al trabajo —dijo Darío mientras pasaba por mi lado.
—¿Quieres tomar algo? —le ofrecí mientras dejaba mis cosas en el sillón.
—No, gracias. No quiero robarte mucho tiempo. —se sentó de nuevo en el sofá —Verás, Azucena, no voy a andar con rodeos. La educación de Marcos me ha costado mucho dinero y sobre todo, mucho esfuerzo.
—Me lo imagino —repuse yo.
—Como comprenderás, no puedo permitir que mi hijo desaproveche la oportunidad que le han ofrecido. Ese trabajo puede abrirle muchas puertas en el mundo de la aeronáutica.
—Lo sé, pero yo no puedo hacer mucho más. Ya le he dicho a Marcos que yo le apoyo en las decisiones que tome, pero si no quiere irse no puedo obligarlo. —al decir eso su cara cambió. Pasó de la tranquilidad absoluta a la impaciencia.
—No te lo tomes a mal, Azucena, pero si de verdad lo quisieras le obligarias a irse. ¿O es que prefieres que malgaste su vida aquí? ¿Trabajando en un cutre taller de coches y viviendo con una enfermera y otro chico? —su tono de voz me irritó mucho pero hice un gran esfuerzo por no perder la compostura.
—¿Qué tiene de malo que viva con una enfermera? —pregunté yo. Siempre había pensado que no hay que infravalorar ninguna profesión.
—No estás a su altura. —la miré casi con la boca abierta. Vaya bruja clasista.
—Creo que esta conversación la deberías de tener con él, y no conmigo.
—Yo ya se lo he dicho infinidad de veces, pero chica, no sé qué le has hecho que lo tienes loquito por ti. —dijo—Lo mejor será que lo dejes.
—¿Perdón? —no me podía creer lo que acababa de decir.
—Lo que oyes. Dispongo de varias empresas y el dinero no me falta, ¿Cuánto quieres? —me eché a reír. Esta mujer era mucho más hipócrita de lo que yo me imaginaba.
—¿De verdad crees que aceptaría dinero a cambio de dejar a Marcos? —respondí —Yo de verdad quiero a su hijo y eso no tiene precio.
—¿No entiendes que mi hijo no puede ser un mediocre toda su vida? —alzó la voz—¿Hasta cuándo crees que se va a quedar aquí ganando una mierda de sueldo? En cualquier momento te va a dejar tirada para buscar una vida mejor, la vida para la que él ha nacido. Si tú te conformas con poco es cosa tuya, pero no arrastres a mi hijo.
A pesar de que yo sabía que Marcos me quería, una pequeña duda entró en mi cabeza. ¿Y si su madre tenía razón y él se cansaba de esta situación? Solo de pensar en que él me dejara algún día me formaba un nudo en la garganta.
—No tengo nada más que decirte, Carolina. Si me disculpas, quiero descansar un rato. —me levanté para acompañarla a la puerta.
—Piensa sobre lo que te he dicho, quiero una respuesta antes de irme. —ella se colocó su asquerosa ropa elegante y cara y se dirigió a la salida.
—Yo ya le he dado mi respuesta. —tras cerrar la puerta, me dejé caer en el suelo. Abracé mis rodillas y respiré hondo.
Cada día estaba más y más cansada de que hubieran tantas piedras en mi camino. Por mucho que intentara ser feliz, siempre había alguien dispuesto a fastidiarlo todo.
Me levanté para llamar a Marcos y contarle lo que había pasado, pero al oír el segundo tono me arrepentí y le colgué. Quizá era mejor dejar que el tiempo pusiera todas las cosas en su lugar. Si Marcos estaba destinado a ser para mi, todo saldría bien y seríamos muy felices. Por el contrario, si él algún día me dejaba tirada, entonces sabría que los demás tenían razón.
Mientras esperaba a Susi con el coche en marcha, me retoqué los labios en el espejo. Me había arreglado demasiado para ir solo de compras pero me apetecía verme bonita.
Después de un par de horas haciéndole un daño irreversible a mi tarjeta, nos paramos a tomar un café de Starbucks.
—¡Qué bueno está el Latte Machiatto! —dije mientras le daba un sorbo.
—Y eso que antes no te gustaba nada el café. —dijo Susana.
—Me enganchaste tú y lo sabes. —nos sentamos en una mesa del fondo y dejé las bolsas a un lado. Miré a Susi, que iba preciosa. Su pelo negro rizado le caía por encima de los hombros y se había puesto unas pestañas postizas que le resaltaban mucho sus ojos oscuros.
—¿Qué le has comprado a Marcos? —le dí otro sorbo al café antes de contestar.
—Un ordenador portátil. —respondí.