Al entrar a casa, me metí directamente a la habitación. Oí unos pasos que se dirigían a mi cuarto, esperaba encontrar a Marcos pero se trataba de Darío. Él entró y se sentó al lado mía.
—¿Va todo bien? —dijo mientras me acariciaba el pelo.
—Si. —le podría haber contado que me sentía un estorbo para Marcos, pero no hubiera servido de nada.
—¿Qué tal con la suegra? —me incorporé en la cama y me apoyé en su hombro.
—No sé qué decirte, creo que no le he caído muy bien.
—¿Cómo no le vas a caer bien si tu eres fantástica? —Darío siempre sabía cómo subirme la moral.
—Supongo que ella esperaba encontrarse a una mujer de su nivel, no a una simple enfermera. —suspiré.
—¿Y qué tiene de malo ser enfermera? Si tú eres la chica más inteligente que conozco. —me dió un pequeño codazo.
—Tampoco es que conozcas a muchas chicas. —dije entre risas.
—Venga, vamos al salón a ver una peli que he comprado chuches y palomitas. —se levantó y me ofreció su mano.
—A eso no puedo decir que no.
—¿Ese regalo es para mí? —le pregunté a Marcos cuando ví un paquete debajo del árbol.
—Sí, pero hasta esta noche no lo puedes abrir, que es nochebuena. —repuso él con su cara de niño bueno.
—Venga, no seas así —empecé a darle besos por el cuello y debajo de la oreja —Me lo podrías dar ya.
—No seas mala —Su piel se erizó cuando mis labios rozaron su hombro.
Pero me apetecía ser mala. Con mucho cuidado, le dejé caer en el sofá y me senté encima suya. Mientras le besaba, recorría todo su cuerpo con mis manos. Tenía una piel tan bonita y suave que era imposible no acariciarle. Le quité la camiseta y él sacó su sonrisa picarona. Noté como se excitaba y se aceleraba su respiración, así me quité mi camiseta y dejé mis pechos al descubierto. Cuando ya estábamos casi a punto de hacerlo escuchamos las llaves repiquetear en la puerta. Mierda.
Nos echamos a reír y nos levantamos enseguida. Esperaba encontrar a Darío pero junto a él se encontraba también la madre de Marcos.
—¿Interrumpimos algo? —dijo Darío con una sonrisa al ver nuestras caras rojas.
—No, tranquilo. Sólo estábamos hablando. —respondió Marcos.
—Espero que no te haya molestado que haya venido sin avisar —Carolina se acercó a Marcos y le dió un beso en la mejilla. —Os quiero ayudar a preparar la cena para esta noche y he traído unas cuantas cosas.
—Cómo me va a molestar, no te preocupes. —respondió él.
Tenía cero ganas de cenar con la bruja de su madre, pero me repetía una y otra vez a mi misma que solo quedaban dos días para que se fueran. Desde que había puesto un pie aquí, se había dedicado a aparecer por casa a diario y sin avisar. Yo ya le había dejado claro que mi relación con su hijo no tenía precio, así que solo se limitaba a molestarme.
Unas horas más tarde, estábamos los cuatro sentados en la cena. Le pedí a Darío que por favor se quedara con nosotros a cenar, no me apetecía nada estar a solas con esa arpía.
—¿Puedo abrir mi regalo ya? —miré a Marcos con ojos de corderito.
—Yo creo que ya has sido bastante paciente, venga, ábrelo. —sonreí al instante. Me acerqué al árbol y cogí el paquete donde ponía mi nombre. Al abrirlo me quedé sorprendida.
—¡Me encanta, cielo! —dije al sacar dos conjuntos y unos deportivos para ir al gimnasio —¿Cómo has sabido mi talla?
—La miré en el vestidor. Como me dijiste que te querías apuntar, te he comprado una equipación —le abracé con fuerza. Solo le había comentado una vez y de pasada el propósito que tenía sobre hacer más deporte, y que él se hubiera acordado me hacía mucha ilusión.
—Ahora abre el tuyo—le dije. Marcos lo abrió con sumo cuidado y su cara de emoción respondió por sí sola.
—¿Me has comprado el portátil que quería? ¡Pero si vale una pasta! —dijo sorprendido.
—No te preocupes por la pasta, sé que lo necesitas para trabajar —le dí un beso corto en los labios —Darío, Carolina, a vosotros también os he comprado algo.
—¿En serio? —Darío cogió el suyo y al abrirlo se puso súper contento —¡El nuevo juego de Assassin 's Creed! ¡Te quiero mi pequeñaja! —él me subió en volandas.
—Me alegro de que te guste. Éste es el tuyo. —le dí el regalo a Carolina esperándome la peor de las reacciones. No sabía qué regalarle, así que opté por un perfume que no oliera a señora.
—Muchas gracias querida, me encanta como huele.
Ella se acercó y me dió un pequeño abrazo, a pesar de todo no la veía como una mala mujer. Quizá yo en su caso hubiera hecho lo mismo, así que para mi ese abrazo significó el final de la guerra nuera-suegra.
—Yo tengo otro para tí, cariño. Te lo quería dar a solas pero no puedo esperar. —Marcos se fué para la habitación y salió con un regalo grande y plano, con forma de cuadro. Al abrirlo los ojos se me inundaron de lágrimas. Había hecho un cuadro con todas las fotos que nos hicimos en Roma, y detrás había puesto una dedicatoria que decía; Tú siempre serás mi monumento favorito, te quiero.
Nos fundimos en un gran beso. Marcos había cambiado por completo mi vida.
Carolina se fué dos días más tarde y Marcos y yo nos pasamos el resto de las fiestas trabajando y disfrutando los dos juntos.
Los días pasaron y el nuevo año llegó. Pensaba que por fín todo iba bien, hasta que recibí la llamada que cambiaría por completo las cosas.
—Hija, Mónica se ha puesto de parto. —oí decir a mi madre a través del móvil. Se notaba preocupada.
—No puede ser mamá, si aún le quedan 5 semanas para salir de cuentas. —respondí angustiada.
—Anoche estaban los dos cenando ella sintió algo caliente, resulta que se ha roto aguas y la han dejado ingresada en el hospital. —no podía ser, aún era muy pronto.
—Mamá, voy a llamar al trabajo y a comprar un billete de tren. En un par de horas estaré allí, ¿vale? Manténme informada. —Colgué y miré a Marcos.
—¿Qué pasa cielo? —preguntó él al ver mi cara de angustia.