—Pero Susi, eso no puede ser. Marcos no se puede haber ido así, sin decirme nada. —Un pinchazo en el pecho me atravesó, como el día en el que Víctor se fue. Esto no me podía estar pasando de nuevo.
—Siento tener que decírtelo así cariño, pero esa misma noche después de decirme eso recogió sus cosas y se marchó. —fuí corriendo a nuestra habitación para comprobar con mis propios ojos que eso era cierto.
Abrí bruscamente todos los armarios y, efectivamente, solo estaba mi ropa. ¿Esto era real? ¿Marcos me había dejado sin decirme nada? Mis ojos se inundaron de lágrimas y me dejé caer en la cama. En ese momento, hasta respirar dolía. No podía entender como una persona podía irse así, después de todos los momentos bonitos que habíamos vivido. después de prometerme tantas cosas, de la misma manera que lo había hecho Víctor. Marcos sabía perfectamente que eso me había marcado pero no le había importado mucho hacérmelo a mí.
Escuché los pasos de Darío que se acercaban a mi habitación, se detuvo por un momento y luego se tumbó a mi lado. Yo me apoyé en su pecho y comencé a llorar como no lo había hecho jamás. El pecho me ardía de tristeza, de rabia, de frustración y sobre todo, de dolor. Perdí la cuenta de las horas que pasé llorando abrazada a él. Ni siquiera sé en qué momento Susi se marchó ni que hora era, pero en algún momento me dormí.
Una sensación de sed me despertó, y al girarme sobre mí me di cuenta de que Darío se había quedado dormido también en mi cama. Por un momento pensé que lo había soñado todo, pero un golpe de realidad me hizo darme cuenta de que no era un sueño. Marcos me había dejado para irse a Houston.
Que se fuera a trabajar allí no me molestaba, sabía que tarde o temprano aceptaría esa oferta por que era su sueño. Lo que me dolía es que me hubiera dejado sin decirme absolutamente nada.
Busqué el móvil en mi bolsillo desesperadamente para ver si me había dejado un mensaje, y no era así. Abrí Whatsapp y me fijé que los mensajes del día anterior seguían ahí, sin leer. No se había dignado ni a responder. De pronto, se puso en línea y los leyó. Por un momento pensé que me iba a contestar y mi corazón comenzó a latir con fuerza, pero se detuvo al ver que de un momento a otro su foto de perfil había desaparecido.
Ese cabrón me había bloqueado.
Escuché a Darío suspirar detrás de mi y bostezó.
—¿Cómo estás? —dijo con voz ronca mientras se desperezaba.
—Estoy. —añadí.
—Lo siento mucho Azucena —se abrazó a mi y me estremecí.
—Gracias por haberte quedado toda la noche —dije en voz baja.
—Me quedaré a tu lado siempre que lo necesites. —me sonrió.
—¿Qué pasó realmente? —le pregunté
—¿A qué te refieres? —se volvió a sentar a mi lado.
—No me creo que Marcos se haya ido así, sin más. ¿Pasó algo? ¿Sabes si le llamó alguien?
—Yo no ví nada, Azucena —me pasó el brazo por encima de mi hombro y me acurruque a su lado. —Cuando volví del trabajo no había nadie en casa. Me preparé la cena y al pasar las horas y ver que Marcos no volvía lo llamé para preguntarle si estaba bien pero no me cogió las llamadas. Llamé a Susi para preguntarle si sabía algo y ahí me lo contó todo.
—¿Qué te contó? —inquirí. Necesitaba saber toda la verdad, ya que Marcos no se había dignado a darme ninguna explicación.
—Cielo, es mejor que no volvamos a repetir esto. Está muy feo todo lo que ha hecho, pero ya está. Tú tienes que seguir con tu vida, y él que haga con la suya lo que quiera. —hizo una pausa y prosiguió —Tú te mereces ser feliz.
—¿Tan despreciable soy? —mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo.
—¿Qué dices? Tú eres la persona más bonita por dentro y por fuera que conozco.
—¿Y por qué me han dejado tirada ya dos tíos? —Darío me miró y vi en sus ojos la incertidumbre de no saber que tenía que contestar a eso.
—Porque son unos capullos que no saben valorar lo que tienen. —repuso enfadado.
—Gracias por todo, no sé qué haría sin tí. —nos abrazamos de nuevo y salí a desayunar.
Las semanas pasaban y mi tristeza se había transformado en un odio profundo a Marcos, pero sobre todo, a mi misma, por haber permitido que ésto volviera a ocurrir. Con Víctor me repetí una y otra vez que no tenía que confiar en los hombres, y ojalá hubiera hecho más caso.
Mi vida ahora giraba en torno a mi trabajo y al gimnasio, donde descargaba toda mi rabia haciendo ejercicio. Por las noches, mi fuerza se agotaba y las lágrimas volvían. Por suerte, tenía a mis amigos para no dejarme caer por completo. Darío ya se podía permitir mudarse pero había decidido quedarse conmigo y se lo agradecía enormemente.
Ya estábamos en junio y el calor y los turistas llenaban las calles. La playa estaba rebosante de bañistas y el humor me mejoraba por días. Después de comer con Carla, fuí a entrenar. Al entrar en el gimnasio, fuí directamente a las taquillas para dejar mis cosas, cuando un hombre me saludó por detrás.
—¡Cómo se nota ya el gimnasio! —brinqué del susto y me giré para ver quien era. Un hombre increíblemente guapo y alto me miraba con curiosidad y con una sonrisa resplandeciente como el mismo sol. —Perdona, no quería asustarte.