—¿Qué te pasó anoche? —me preguntó Darío nada más verme salir de mi habitación. Esa noche había dormido fatal. No había dejado de pensar en Marcos y no pegué ojo.
—Nada. —murmuré. Me acerqué a la cafetera y me serví un café cargadito.
—¿Cómo que nada? —empezó a reír. —Se quedó el pobre chaval con una cara de tonto que para qué.
—¿En serio? —Ni siquiera me despedí de Rafa ni había contestado a sus mensajes. Me daba demasiada vergüenza.
—Ahora cuéntame que pasó, ¿Tan mal besaba? —lo miré con los ojos en blanco.
—No seas idiota, no es eso. —Me senté a su lado en la barra —No sé que me pasó, pero al besarlo me imaginé que lo hacía con Marcos.
—Ay, pequeña, aún piensas mucho en él. —puso su mano en mi hombro.
—Es una mezcla de odio y melancolía. Le echo de menos pero si lo viera le escupiría. —respondí.
—Necesitas más tiempo y es normal. —se levantó y dejó su taza en el lavavajillas.
—¿Te casas conmigo? —le pregunté en broma.
—Cuando quieras. —le abracé y ambos nos fuimos al trabajo. No sé qué hubiera hecho todos estos meses sin Darío.
Al salir de la clínica, me dirigí como siempre al gimnasio. No sabía si ir o no, porque seguramente iba a estar Rafa y no me apetecía darle explicaciones, pero necesitaba urgentemente distraerme.
Entré y me dirigí a las taquillas. Unas manos se posaron en mis hombros y me giré.
—Hola preciosa —ahí estaba Rafa con una gran sonrisa.
—Em.. Hola Rafa. —No tenía pinta de estar enfadado y eso me sorprendió.
—Perdóname por besarte ayer así, no quería incomodarte. —retiró las manos de mis hombros y las dejó caer.
—Perdóname tú a mí por irme así.
—No te preocupes, tu amiga Susi me contó que hace poco que te habías separado y lo entendí perfectamente. —me enfadé. ¿Por qué tenía Susi que contar nada?
—Gracias por intentar entenderme. —repuse yo.
—De todas maneras, eres una tía increíble y si me lo permites, me encantaría seguir conociéndote. Respetando tu espacio, claro. —En el fondo era tan majo que me daba pena haber reaccionado así con él.
—Claro que sí, eso está hecho. —Chocamos la mano y nos fuimos a entrenar.
Todo estaba muy tranquilo. Mis padres venían de vez en cuando a verme, mi sobrina ya tenía 5 meses y estaba preciosa, mis amigos estaban ocupados con sus trabajos y yo con el mío. Había vuelto a quedar un par de veces con Rafa a solas y me lo pasaba genial. Al final, habíamos quedado sólo como amigos y nos divertíamos mucho. ¿Conocéis esa sensación de que todo va bien y presientes que algo malo va a pasar? Pues pasó. Llegó el día de mi cumpleaños y yo odiaba cumplir años.
—¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz! ¡Te desea tu osito, cumpleaños feliz! —abrí un poco los ojos para acostumbrarme a la luz y divisé la silueta de Darío con una tarta pequeña llena de velas.
—¡Por Dios, Darío! ¡Eso no parece una tarta, es un concierto de Alejandro Sanz! —Exclamé —¿Cuántas velas has puesto?
—Pues 25, creo. He perdido la cuenta cuando llevaba la mitad. Anda, sopla renegona. —Darío me acercó la tarta a la cama y yo soplé fuerte para apagarlas todas.
—Muchas gracias, cariño. —me levanté de la cama para subir las persianas y que entrara más luz. —Vamos a desayunar esa tarta.
—Vale, y después arréglate que vamos a ir a comer a tu restaurante favorito. —añadió él ilusionado.
—¿Quién va a ir? —pregunté mientras sacaba dos platos.
—Alberto y Susi. Lucas no viene hasta la semana que viene. —dijo Darío.
—Yo pensaba que venía hoy, como dijo Alberto —suspiré.
—Se le ha retrasado un poco la cosa, pero venga, espera aquí un momento que te voy a traer tu regalo. —se levantó y fué corriendo a su habitación. En cuestión de segundos lo tenía detrás mío con una pequeña caja negra.
—No tenías por qué haberte molestado, Darío. —contesté mientras cogía la caja.
—No seas mentirosa, que llevas semanas lanzando indirectas para que no fallara con tu regalo. —me eché a reír porque tenía razón.
Lo abrí con cuidado y me llevé las manos a la boca al ver lo que era. Se trataba de un colgante precioso plateado con unas alas como colgante.
—Darío… es precioso. —mis ojos se humedecieron. Mis amigos no mentían cuando decían que era una llorona, pero no era mi culpa ser tan sentimental y sensible.
—¡Me alegro de que te guste! —su cara reflejaba pura felicidad —Cuando lo ví con esas alas me recordó mucho a ti.
—¿A mi? —pregunté sorprendida.
—Si. —respondió con total seguridad —Azucena, —sostuvo mi barbilla con su mano —tú eres el alma libre más buena y auténtica que conozco. A pesar de los problemas siempre resurges como el Ave Fénix, recordándome que hay que vivir y disfrutar pase lo que pase. Quería regalarte eso para que en tus momentos de bajón, lo mires y no te olvides quien eres. Mi pequeña amiga llorona e increíble.
Me eché a llorar y no era para menos. Me lancé a sus brazos y lo abracé tan fuerte como pude. Él y Susi habían hecho tanto por mi en este último año que no me había dado tiempo a agradecerselo. En mis peores noches allí estaba Darío, aguantando mis lloriqueos sin pedir nada a cambio.