No es lo que parece[completa]

Capítulo 35

Al día siguiente, me desperté muy animada.

Decidí ir a trabajar a pesar de que podía quedarme en casa  dos días más, pero me sentía culpable por dejar a un lado mis obligaciones por mero capricho. Horas más tarde, salí de la clínica y me fuí a comer con Carla. La puse al día de todo y ella no paró de decirme frases como: ‘no puede ser, tía’ ‘qué fuerte’ ‘qué zorra’, y cosas de ese estilo. Me sentó genial poder desahogarme con alguien y darle un punto de humor a una situación tan desagradable. Aún así, decidí que esa tarde tenía que ir al gimnasio para descargar un poco toda la frustración.

Con el bolso del gimnasio en una mano y mi móvil en la  otra, me dirigí hacia mi coche. No me dí cuenta de que alguien me esperaba apoyado en él hasta que casi lo tuve delante. El corazón me volvió a latir con fuerza, como si durante todos estos meses palpitara a un ritmo mucho más lento.

Allí estaba él. 

Apoyado en el coche con las manos en los bolsillos como solía hacer siempre que me esperaba a la salida del trabajo. 

Tan guapo, tan vivo como siempre. 

En su mirada ya no había odio ni rencor, como cuando lo ví en el restaurante el día de mi cumpleaños. 

Tuve la necesidad de huir, de darme la vuelta y salir corriendo en la dirección opuesta, pero era tarde. Lo tenía justo delante. 

—Hola. —tragué hondo cuando escuché su voz ronca. Casi no la recordaba.

—Hola. —respondí casi sin mirarle y busqué las llaves en el bolso para abrir el coche y largarme de ahí.

—Necesito hablar contigo, Azucena. —Otra punzada. 

—Tengo prisa. —por fín encontré las llaves. Le dí al mando y las luces se encendieron.

—Por favor, solo será un momento. 

—No puedo. 

—Por favor…

—Marcos, no lo hagas más difícil. —alcé la mirada hasta sus ojos, tan verdes y brillantes, y por un momento sentí que el mundo había dejado de girar.

—Darío me ha contado todo lo que pasó —maldito Darío.

—Me tengo que ir. —Tiré de la maneta de mi coche y él agarró mi muñeca. Sus dedos cálidos y suaves me recordaron tantas cosas. Las noches en la cama mientras hablábamos de todo y de nada mientras me acariciaba. Sus dedos buscando mi pulso para poder conciliar el sueño. Las caricias después de hacer el amor que me provocaban escalofríos. Me solté rápidamente, como si el recuerdo me quemara.

—Sólo quiero explicarte lo que pasó, dame una oportunidad.

Mi parte más racional me pedía a gritos que saliera corriendo y me olvidara de que él había existido. Pero mi otra parte, la visceral e impulsiva decidió por mí en ese momento. 

—Te doy cinco minutos. —murmuré. Dejé las cosas dentro del coche pero no lo cerré, por si tenía que salir corriendo en algún momento. Como una vía de escape a la que agarrarme si era necesario.

—Perdóname Azucena por haberme ido así, sin decirte nada. Sé que fuí un cobarde de mierda pero no soportaba la idea de  tener que verte al lado de él, dándole el amor que antes me dabas a mí… —intentó coger de nuevo mi mano pero la volví a apartar —Sé que debería de haber esperado que volvieras. ¡Joder! Lo pienso y me lleno de rabia… ¡Con lo fácil que hubiera sido esperar un día más! 

—Pero no lo hiciste. —repliqué.

—Lo sé, y me arrepiento mucho. Si me hubiera quedado para pedirte explicaciones, habría visto que todo era mentira y estaría solucionado. Lo siento mucho. 

—¿Algo más? —Tenía un nudo en la garganta y empezaba a notar como se me humedecían los ojos. Debía de terminar esa conversación cuanto antes. 

—Dame otra oportunidad, por favor. —Lloré. De rabia, de impotencia, de dolor. De todo un poco y nada a la vez. Al verme él me abrazó con tanta fuerza que hizo que llorara más.

Escondí mi cabeza en su cuello y el olor a su champú, el que siempre usaba, me caló entera. Sus brazos fuertes me rodearon aún más y yo me hubiera quedado ahí a vivir para siempre, pero eso no podía ser. Me aparté de él y abrí el coche. 

—No puedo hacer eso, Marcos. 

Arranqué el coche y me fuí. Conduje durante una hora, tan lejos como pude. Cuando me quise dar cuenta, me había alejado muchísimo de Alicante. Ni siquiera puse música, y eso era algo raro en mí. Solo necesitaba conectar conmigo misma, con mis pensamientos.

Qué fácil hubiera sido perdonarlo todo y volver a estar como antes, pero no podía ser. No podía volver a confiar en él. 

¿Quién me decía a mí que en la próxima duda no me volvería a dejar tirada? 

Si fué capaz una vez, lo sería siempre. 

Cuando volví a casa, casi tres horas más tarde, Darío me esperaba en el sofá con dos platos humeantes de tallarines picantes. 

Lo miré y por un momento pensé en reprocharle que le hubiera contado todo a Marcos, porque eso era una decisión mía, pero su sonrisa al verme me hizo olvidar todo. Él era hogar, casa, paz. Cenamos casi sin hablar y nos tumbamos en el sofá a ver una peli. No preguntó nada y yo tampoco quise hablar del tema. No recuerdo en qué momento me dormí pero cuando sonó la alarma para ir al trabajo, me encontraba en mi cama.



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En el texto hay: infidelidad, traicion, amor

Editado: 18.08.2022

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