(Tuve muchas dudas sobre el final. No sabía si quería dejarlo abierto a la imaginación de cada uno, o escribir el mío.Tampoco tenía claro si, a pesar de todo, quería que acabaran juntos, pero miro a mi media mitad y sé que el amor para toda la vida si existe.)
Cinco años más tarde.
—¡Vamos a llegar tarde! —grité desde la habitación.
—Ya estamos cielo, es que ha habido un cambio en boxes.
Miré a Marcos que sujetaba a nuestra hija como si fuera un bomba fétida. Ella sin embargo, sonreía y estiraba sus bracitos hacia mi para que la cogiera.
En ese momento y con Atenea en brazos, Marcos me hizo girar sobre mi misma para poder verme.
—¿Habrá existido alguna vez una mujer tan bonita como la mía? Lo dudo mucho.. —me dio un gran beso de los que te dejan sin respiración.
—Exagerado, —le dí un pequeño codazo y volví a activar mi nerviosismo. —En serio cariño, ¡qué nos llegamos!
Subi a la peque en el coche y tras meter todos los bártulos propios de un bebé de 7 meses, nos dirigimos hacia la iglesia.
Sí, a la iglesia.
No, no me casaba yo. Nosotros lo hicimos hace tres años.
Cuando llegamos y ví a mi pobre Darío nervioso como un flan con su traje de novio no pude evitar sonreír. Estaba demasiado guapo. Él al verme hizo lo mismo y esbozó un ‘socorro’ con los labios.
Nos sentamos en los bancos más próximos y quise decirle algo cuando de repente escuche la marcha nupcial. Creo que no necesito tararear la canción. La conocéis de sobra.
Todos nos levantamos. Marcos con Atenea en brazos mientras ella se encargaba de chupar su reloj. Alberto, Lucas y Rafa hacían vitores. Mis padres, los de Darío y los de su mujer junto con el resto de familiares hicieron lo mismo.
Estaba increíblemente preciosa.
Deslumbrante.
Marta, (sí, la que conoció hace tantos años pero no surgió nada) llevaba un elegante vestido que yo ya había visto demasiadas veces, en cada prueba que le hacían.
Todo iba bien. Por raro que pareciera, por fin las cosas nos salían bien a todos.
Marcos y yo habíamos construido una preciosa familia juntos, a pesar de todas las adversidades por las que habíamos pasado.
Ya en el banquete, me levanté para darle un gran besos y un par de abrazos a los recién estrenados novios. Albertó se unió al aluvión de abrazos.
—A mí ni me miréis —replicó Lucas.
—Venga, no te hagas el remolón, que lo estás deseando. —dijo Alberto.
—He dicho qu.. —Tarde. Alberto lo arrastró hacia nosotros.
Vi que mis padres se acercaban hacia nosotros. Se veía venir.
—Darío, cielo, ha sido una ceremonia preciosa. Y tú, Marta, estás espectacular. —Mi madre le dió un abrazo a ambos y se giró hacia mí. —¿Te acuerdas de tu boda, cariño?
—Claro, mamá, no hace tanto… —suspiré
—Estabas tan guapa… ¡Ay mi niña! —empezó a lloriquear y puse los ojos en blanco.
Incluso Carolina, la madre de Marcos me dijo lo bonita que estaba el día de mi boda. Por fin había conseguido tener una relación normal.
—Mamá, no le quites protagonismo a ellos, que es su día.
—Es verdad, lo siento chicos. Sabeis que me pongo muy sensible con todo esto.
Busqué a Marcos y vi que estaba solo en una parte de la terraza que tenía vistas a la playa. Él al notar mi presencia se giró y me rodeó con sus brazos.
—¿Qué haces aquí solo?
—Necesitaba tomar un poco el aire.
—¿Y Atenea? —pregunté.
—Tu madre me la ha quitado. No sé si en algún momento nos la devolverá.
Me eché a reír.
—Por fin un poco de paz.. ¿no? —le dí un beso en el hombro y él me pegó hacia su pecho un poco más.
—Contigo nunca hay paz, pequeña. Pero esta es la vida que siempre había soñado.
—Qué bonito… ¿sabes qué te quiero? —le puse ojitos y él me miró con una sonrisa.
—Y yo, y sabes que nunca dejaré de hacerlo.
Y como dicen por ahí… El resto es historia.
Fin.