No es tu hijo

Capítulo 2: Trigésimo octavo cumpleaños

Capítulo 2: Trigésimo octavo cumpleaños

HACE OCHO MESES ATRÁS

Era mi trigésimo octavo cumpleaños. Al salir del trabajo mi hermana me pidió que pasara por su casa. Yo ya sabía lo que me esperaba, una tarta de chocolate con fresas, vino y mi familia. La idea no me desagradaba, lo que me molestaba era que en cada reunión solían hablar de mí como si no estuviese presente. Era una especie de costumbre que me hacía sentir desdichada y por más que replicaba, ellos no dejaban de hablar.

Trabajaba como cajera en una gran ferretería. El sitio quedaba algo lejos, casi en medio de la nada. Tenía que pasar más de 40 minutos en el coche para llegar al destino. No lo dejaba porque tenía siete años en la empresa y el salario no estaba mal. Además, me pagaban la gasolina y cada tres meses recibía una paga extra.

Todo era tan mecánico que me salía por inercia. Dar los buenos días, pasar los productos por la máquina, sonreír sin mirar a los clientes a los ojos y cobrar. Estaba conforme. Quizá mi vida no era la mejor, pero era una vida, sin más. Mis ratos libres los ocupaba en mi diminuto jardín trasero —aunque las plantas no me duraban demasiado— y en unas clases de pilates en las que me reunía con las mujeres más viejas del vecindario.

Tenía una casa pequeña, pero confortable, un auto que no era un modelo de lujo, pero tenía un buen motor y para las vacaciones me daba una escapada a algún pueblo cercano. Me quedaba en la habitación más sencilla, pero me deleitaba con los restaurantes locales. No estaba mal, me repetía para animarme.

Una vez que estuve ante la casa de Margot, bajé del auto tomando aire. Desde afuera se escuchaban las risas. Una parte de mí se llenó de envidia. Yo tuve la oportunidad de tener una vida así, pero el destino me lo arrebató. Bueno, no debería llamarle destino a la entrenadora de gimnasio de mi ex prometido.

—Feliz Cumpleaños —gritaron todos cuando abrí la puerta y fingí sorpresa. La misma escena se repetía de nuevo y me pregunté si toda mi vida sería así.

—Gracias —respondí dejándome abrazar por cada uno de los presentes. Mis padres, mi hermana, mi cuñado y mis sobrinos, que eran los que estaban más rezagados. Era difícil que despegaran los ojos de sus teléfonos móviles.

—Te hice tu tarta favorita —canturrió Margot con una mueca de orgullo.

—No me lo esperaba —respondí con una sonrisa, aunque el tono que usé resultó un poco borde.

«Deberías estar agradecida Margaret, te están celebrando tu cumpleaños», me dije.

—Bueno, bueno, ¿Cuántos son? ¿39? —bromeó mi padre y yo torcí los ojos.

—Son 38 —repliqué.

Mi madre suspiró. No hizo falta que dijese nada, con ese suspiro alargado yo sabía lo que estaba pensando “tan cerca de los cuarenta y sin hijos”.

Mi cuñado Antonio intervino y comenzaron a hablar del clima, luego hablaron de política y de la economía mundial como si manejasen demasiado el tema. Nos sentamos rodeando la mesa del comedor y Margot repartió aperitivos. Ella llevaba un vestido ceñido de color fucsia que iba muy bien con su piel. Su melena rubia estaba recogida y un labial color natural destacaba su boca. No pude evitar preguntarme cómo se mantenía tan delgada a pesar de ser madre de tres.

—¿Cómo estuvo el trabajo? —me preguntó Antonio al notar que estaba en extremo callada.

Elevé los hombros.

—Normal, lo mismo de siempre. Escanear los códigos de barra de productos y cobrar.

Hubo un par de segundos de silencio incómodo hasta que mi madre intervino.

—Y porqué no nos cuentas Margaret… ¿Hay algún pretendiente?

Me esforcé en sonreír.

—Pretendiente no, pero quizá haya alguna pretendienta —repliqué sabiendo que María a pesar de ser “open mind” en el fondo era homofóbica. La escuché toser y celebré mi pequeña victoria en mi cabeza.

La verdad es que quería a mi mamá, los quería mucho a todos. Pero pasaba de aquellas conversaciones que no nos llevaban a ninguna parte. Además, en mis cumpleaños siempre me ponía un poco depresiva y tóxica. Era lo común.

—Yo quería nietos —la escuché murmurar por lo bajo.

—No todas las mujeres están hechas para ser madres mamá —respondió Margot imagino que intentando ayudarme.

—Exacto suegra, los tiempos han cambiado y es normal que haya gente que no desea tener hijos.

Y ahí estaban, hablando sobre mí como si no estuviese. Ni siquiera se habían tomado la molestia de preguntarme si quería o no tener hijos. Y lo cierto era que sí quería, pero no tenía con quién. Además, no quería una relación, no después de…

—Margaret solo sigue soltera porque está dolida por su última relación, pero ha pasado cuanto ¿Tres años? Es momento de pasar página y seguir adelante.

—Cada quien tiene su tiempo de duelo mamá, recuerda que iban a casarse —soltó mi hermana.

—¿No deberíamos cortar ya el pastel? Cantemos cumpleaños que van a agobiar a nuestra muchacha —dijo Pedro, mi padre.

Por suerte le hicieron caso. Sin embargo, mi cabeza ya no estaba allí. Le daba vueltas a mi ruptura. A mi decepción monumental del amor y a la caída de mis sueños conyugales. Debí sospechar que un hombre con el nombre de Adolf me haría daño. Nos conocimos cuando tenía 30, él estaba comprando un cortacésped y yo le ofrecí extender la garantía. Lo miré a los ojos, no supe porqué y cuando él me observó creo que quedó embelesado.

Nunca fui una belleza, pero sí era cierto que tenía los ojos azules de mi madre y su cabello dorado. Era bajita y un poco rellena, pero cuando me arreglaba y usaba tacones solía destacar. Mi cara no era tan estilizada como la de mi hermana, pero no estaba mal, no era fea. Incluso fui bebé Gerber. Allí comenzó todo. Lo que en ese momento pareció el inicio de un sueño, fue el inicio de mi destrucción.



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En el texto hay: comedia, embarazo, amor complicado

Editado: 12.03.2024

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